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Un Profeta Nadaísta
Invoca Al Señor

Jotamario Arbeláez
1
El mundo anda empanicado con el virus Coronavirus que amenaza
diezmarnos, o aniquilarnos, disparado desde la China, donde tengo un
pequeño amor que debe estar esperando. El examen sirve para detectar
a quien lo posee pero el que resulta negativo lo puede adquirir
mañana. Son síntomas principales tos persistente, fiebre, dolor de
garganta y dificultades respiratorias, pero estos no necesariamente
indican que se esté infectado. Y hay contagiados asintomáticos que
con más facilidad propagan el virus, contra el cual la ciencia busca
afanosa vacuna y cura. Y se habla de un nuevo posible síntoma, los
ojos rojos, como suelen ponerse los de los asistentes del
tetrahidrocannabinol.
Ahora mismo, a mi incontaminado paraíso en Villa de
Leyva, donde estoy concentrado con mi mujer y mi hijo, y donde
escribo estas líneas con guantes y tapabocas, me llega la noticia de
que en el pueblo de Santa Sofía, a escasos 15 minutos, el virus se
aposentó.
“El fin se acerca”. Me viene a la cabeza la pancarta de
esos profetas terroristas por las calles de la Edad Media ante las
señas evidentes del Juicio Final. “Arrepentíos”.
2
Debo aprovechar mi reconciliación con el Señor de los
Cielos y de la Tierra, y encomendarme a Él como lo ha hecho mi
hermano el poeta Jan Arb, familiarizado de añares con este tipo de
comunicaciones irracionales, a fin de averiguar, con el regente del
pasado, del presente y del futuro, qué fue lo que pasó para que pase
lo que está pasando y qué pasará. Pero me asusta hacerle una
invocación que presuponga un encuentro de tú a Tú. Si algo he
aprendido en la vida es a guardar las distancias. Me concentro y
recito los ensalmos que me allegaron los maestros espirituales y le
pido que tengamos nuestra entente durante el sueño, terreno neutral
que todo lo soporta sin que la razón lo desvíe.
Tan pronto como cierro los ojos se me va el mundo que
conocemos y entra un resplandor que me hace poner la mano como
visera, pero no se trata sólo de luz sino de la evidencia de la
Presencia. Tengo plena
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conciencia de que estoy en un sueño. Tanto que recuerdo a Borges
cuando asciende la Ciudad de los Inmortales: “Una remota luz cayó
sobre mí. Alcé los ofuscados ojos: en lo vertiginoso, en lo
altísimo, vi un círculo de cielo tan azul que pudo parecerme de
púrpura”. Y oigo la luminosa voz que me dice: “Celebro que
hayas vuelto a creer en quien te creó”.
3
–¿Hablo con el Señor de Abraham, de Isaac y de Jacob, el mismo que
conversó personalmente con Job? ¿Quién nos está mandando las mismas
tribulaciones? ¿No es lo que estamos viviendo un simulacro del fin
del mundo?
“Cuento contigo para contar lo que les espera a los
vecinos de este planeta si no se saben cuidar de la propia peste que
han incubado, y de la que yo no tengo ninguna culpa. Aunque si no te
creyeron cuando eras incrédulo, ahora sí que menos van a creerte.
Dile al mundo que no tengo velas en este encierro. Desde hace siglos
dejé que la humanidad por sí misma se manejara. No es una peste que
yo haya mandado como castigo ni exigiendo arrepentimiento. Ha sido
culpa y creación de la misma criatura humana cegada por sus
intereses de predominio. Se les escapo del laboratorio donde la
mantenían en secreto, oculto en el organismo de una científica. Por
tanto, si no la mandé yo, nada haré para detenerla. Que sea la misma
humanidad la que se proteja si quiere sobrevivir. No sólo al letal
virus sino a la peste de miseria que se avecina. Se dispersará la
riqueza. Los libros de contabilidad estarán anegados de tinta roja.
Y el Estado se irá a pique con las empresas que no podrán pagar
impuestos ni nóminas. Lo peor ocurrirá cuando el papel moneda no
tenga ningún valor. Los billetes, esa fuente de contagio en la que
muy pocos se han detenido. Nadie va a rechazar un fajo de billetes
por temor al contagio. En tanto se cuidan de los timbres y las
manijas. De los besos y de los apretones de manos. Es una prueba de
fuego que vosotros mismos os habéis puesto. Estáis al borde de la
hora 0 y me tocaría en breve volver a crear el mundo. Pero ya no
estoy para ello.
“Si aceptamos de Dios lo bueno ¿por qué no aceptamos de
Dios lo malo?”, recordé que le dijo a su mujer el paciente Job. Pero
no se lo recordé.
“Les tocará hacerlo a ustedes, con su
experiencia, ciencia y sapiencia, sin arrogancia. El Demonio estará
alerta para ayudarlos. Pero yo se lo impediré. Por el contrario,
soltaré a mis ángeles saltarines para que contribuya a la fundación
de la Nueva Jerusalén. La Naturaleza podrá volver por sus fueros. El
planeta tendrá un nuevo aire. El agua cantarina dará vida a cuerpos
alegres, entre ellos el del planeta. Se volverá a poner de moda el
amor y se validarían sus poderes de sanación. Desde el año 0 hasta
el día de hoy he cumplido a cabalidad. Me retiro. De aquí en
adelante Dios será la criatura humana. Lo será por su cuenta y
riesgo. Le deseo lo mejor”.
–Gran Padre, ¿cuando comenzaba a creer en ti renuncias
a tu existencia?
“Desaparezco de la mente con que
razonas, yerras y aciertas, pero quedo en tu corazón y en tus actos.
Y en el corazón y en los actos de cada uno. Me disuelvo en mi
creación”.
–¿Y por qué, en honor de quienes por tantos siglos te
adoraron y hasta murieron por ti, como santos y mártires y profetas,
no nos haces un último milagro?
“Lo estás viviendo. Me estás viendo y
escuchando y no has quedado ciego ni sordo. Aun en sueños estarías
calcinado. Pero no te preocupes, lo haré.”
Así como lo hizo con Job, a mí también me dejó callado. Y esperando
la salvación según su palabra.
La montaña mágica, Abril 9 /12-20
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