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¿Qué hay de nuevo viejo?

Por: Guillermo Navarrete Hernández
Bugs Bunny, es un dibujo animado que se transmitía por la
televisión hace algunos años, uno de mis personajes favoritos, que
habitualmente salía de cualquier parte con una zanahoria en la mano la
cual saboreaba plácidamente y quien de manera un tanto sarcástica
preguntaba: ¿Qué hay de nuevo viejo?
Esta sería la pregunta que muchos colombianos nos hacemos, frente a
la eficiente resolución del asesinato de Mauricio Leal Hernández y de su
progenitora, a manos de su propio hermano, uno de tantos otros casos en
los que se refleja la sociopatía de la que son presa los integrantes de
cierto sector de la sociedad que se supone tiene mayores oportunidades
de vida o una posición económica ciertamente privilegiada. Muchos de
ellos también tienen la posibilidad de incursionar en importantes cargos
de la cosa pública, donde se distinguen por su eficacia, no precisamente
en el mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos.
La rueda de prensa ofrecida por el señor Fiscal Francisco Barbosa,
sin lugar a dudas, mostró ante los medios de comunicación una exaltación
a la labor de los integrantes del ente investigador y a la cual como
ciudadanos nos unimos, debido al sentimiento que un crimen de tales
características causa entre la sociedad, sin embargo, la indignación
irrumpe hasta los tuétanos al consultar los índices de impunidad
existentes en Colombia, como lo he anotado en varios artículos que sobre
inseguridad ciudadana abordamos en días pasados. Al respecto, es
importante recordar las cifras que desafortunadamente en esta materia
registra nuestro país. Según la Universidad de las Américas de Puebla,
México, en una investigación sobre el Índice Global de Impunidad de
Colombia (IGI-COL, 2019), “un instrumento cuantitativo para medir la
impunidad en el ámbito subnacional de los departamentos y territorios”,
señala que nuestra patria ocupa el deshonroso
quinto lugar en América Latina en delitos no resueltos después de
Venezuela, México, Perú y Brasil –de los que se toman como referente
para criticar-, entre 59 países a los que se les realizó dicha medición
(p. 9). El informe en cuestión indica que “el 57% de los departamentos
se clasifica en un nivel alto o muy alto de impunidad y sólo el 9% en un
nivel bajo” (Ibíd.).
Tampoco se pueden dejar de lado los 170 asesinatos de defensores de
derechos humanos, de las más de 335 víctimas en 96 masacres ocurridas
durante el año 2021 y, de que, según la Fundación para la Libertad de
Prensa [FLIP, 2021], el 78,8% de los crímenes perpetrados contra
periodistas entre 1938 y 2021, no presentan condena alguna.
Por su parte, el Magistrado Luis Hernández, en recientes
declaraciones manifestó que el Sistema Penal Acusatorio empleado en
Colombia está haciendo agua, en especial cuando se trata de crímenes |
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cometidos en contra de mujeres, niños, niñas y adolescentes.
En un evento en Paipa (Boyacá) en noviembre de 2021, atribuyó a la
Fiscalía el cometer errores para demostrar la comisión efectiva de
delitos, situación que coloca a los jueces en la sin salida de decretar
absoluciones o dejar en libertad a los indiciados por violación al
debido proceso.
Por estos motivos y así el señor Fiscal General de la Nación se
enoje con algunos periodistas cuando lo cuestionan con cifras a flor de
piel por los niveles de impunidad, es preciso preguntarle: ¿Qué hay de
nuevo viejo?
“Pseudo intelectuales” y
polarización, buena salud social

Por: Carlos Alberto Ricchetti
A menudo, suelen encontrarse personajes que frente a una impotencia
producto de sus limitaciones intelectuales, de la actitud criminal de
negar la evidencia, aunque en el fuero íntimo la reconozcan, se
encolerizan ante la verdad de los argumentos incontratables para apelar
al descredito del contradictor.
Después de largos análisis sobre tal disyuntiva, de volver una y otra
vez atrás para reconocer cualquier error, apartar ciegamente el mínimo
sentimiento de culpa por alguna injusticia cometida “de palabra, obra u
omisión”, como cita la oración del “Yo pecador”, pueden advertirse
similitudes con la infaltable vecina chismosa del barrio.
No se trata de hacer un comentario de mala fe, ni de comparar a quienes
gustan rebajarse en lo más bajo de la cotidianidad, al punto de hacer
comentarios de terceros por no tener vida propia, con verdaderos
“artesanos de la palabra” que, al margen de la ignorancia, del grado de
mala intencionalidad, buscan superarse a sí mismos tratando de manipular
a otros.
Sin embargo, existe una condición innegable descartando la posibilidad
de establecer un ofensivo retrato paralelo porque, en definitiva, nadie
es completamente igual a nadie a pesar de poseer características
similares, como errores comunes o virtudes hay entre todos los mortales.
El chismoso odia al que no se hace eco del comentario, de una
vulgaridad, del señalamiento despectivo sobre alguien. Se siente
aburrido, ofendido y ni hablar si para su desgracia, se llega a topar
con un interlocutor más directo de lo usual, mandándolo “de paseo” como
si fuera poco.
Igual le ocurre al ignorante, al arribista; al mentiroso, diciendo
sufrir, pero es incapaz de hacer algo por los demás o él mismo para
dejar de hacerlo, así como el fabulador, auténtico profesional del
discurso leproso, impositivo, vacío, que no soporta el mínimo análisis y
como su dueño, parece gozar con la caída de aquel cuyo único pecado, es
intentar vivir dignamente.
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Pregoneros
La suma de los extremos es siempre mala, excepto para rechazar el relato
alevoso e infundado de los funcionales gratuitos de los
intereses gigantescos de aquellos beneficiándose de cuanto es injusto,
gracias al accionar de pobres infelices sin recibir siquiera los huesos
a cambio de su infatigable labor.
Por más sólidas que sean las bases del poder, los resortes de los
poderosos, como el dueño de la fábrica precisa del esquirol barato,
aunque en el fondo lo odie por traicionar a los suyos, necesita, al
decir de un querido amigo, del “menesteroso con guayabera”, haciendo
ostentación de riqueza disimulando los bolsillos rotos.
Del retrógrado, para el cual el progreso es malo, la abundancia de
bienes materiales a cambio de impuestos, “asistencialismo” o llama
“alimentar vagos” al subsidio, mientras calla cuando los ladrones de
guante blanco, holgazanes si los habrá, tienen el centenario privilegio
de acaparar los negocios del estado, además de vaciarlo, pretender
destruirlo, salvo a la hora evadir sus millonarias deudas privadas.
Pero el máximo peligro lo representa el perverso, el criminal
incondicional, defendiendo de antemano lo incorrecto. Un genuino enemigo
social, gustoso de romantizar la pobreza, de vender la desigualdad como
superación, al ponderar el mal de muchos a través del sufrimiento
crónico para supervivir con lo justo lleno de obligaciones, carente de
derechos, marginados a disfrutar de la vida, víctimas del “culto a la
eficiencia”.
Síntoma
Según los antiguos griegos, los “politikon” eran los hombres preocupados
por el rumbo de la sociedad, las inquietudes de los ciudadanos, los
grandes problemas nacionales. Lo contrario eran los “idiotas”, a los
cuales el genial poeta y dramaturgo alemán Bertholt Brecht llamaba
“analfabetos políticos”.
Hasta el momento aún no hay palabra a fin de definir a los empeñados en
tergiversar, ocultar, calumniar, rendir culto a la mentira, venerar
falsos ídolos, pontificar delincuentes, hacer el juego a los corruptos,
a los abusadores, a los asesinos, a nombre de una libertad de expresión
e ideología que desprecian por no ser democráticos, quedando en
evidencia cuando “les cantan la tabla” y se emberracan al no lograr su
funesto propósito.
De allí a que la polarización no es tan mala. Es la señal inequívoca de
una sociedad comenzando a despertar, harta de tragar basura, de “comer
cuento”, exigiendo una cualitativa dosis de dignidad, vivir con la
frente alta consumiendo cuanto produce, al interior de escenarios
proclives a satisfacer las necesidades del cuerpo, del espíritu, del
alma.
De tal modo, no sería vano ahondar en un grado de desarrollo
psicológico, intelectual o social, cuyo valor sea proporcionar al
rechazo colectivo de estos serviles emisarios de la subordinación
gratuita, la putrefacción de la ética, la miseria humana y el odio
visceral a los que no representan dichos antivalores porque los soportan
como el perro a la cebolla.
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