Bogotá, Colombia -Edición: 281

Fecha: Domingo 23-01-2022

 

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COLUMNISTAS

 

 

 

¿Qué hay de nuevo viejo?

Por: Guillermo Navarrete Hernández

 

Bugs Bunny, es un dibujo animado que se transmitía por la televisión hace algunos años, uno de mis personajes favoritos, que habitualmente salía de cualquier parte con una zanahoria en la mano la cual saboreaba plácidamente y quien de manera un tanto sarcástica preguntaba: ¿Qué hay de nuevo viejo?

 

Esta sería la pregunta que muchos colombianos nos hacemos, frente a la eficiente resolución del asesinato de Mauricio Leal Hernández y de su progenitora, a manos de su propio hermano, uno de tantos otros casos en los que se refleja la sociopatía de la que son presa los integrantes de cierto sector de la sociedad que se supone tiene mayores oportunidades de vida o una posición económica ciertamente privilegiada. Muchos de ellos también tienen la posibilidad de incursionar en importantes cargos de la cosa pública, donde se distinguen por su eficacia, no precisamente en el mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos.

 

La rueda de prensa ofrecida por el señor Fiscal Francisco Barbosa, sin lugar a dudas, mostró ante los medios de comunicación una exaltación a la labor de los integrantes del ente investigador y a la cual como ciudadanos nos unimos, debido al sentimiento que un crimen de tales características causa entre la sociedad, sin embargo, la indignación irrumpe hasta los tuétanos al consultar los índices de impunidad existentes en Colombia, como lo he anotado en varios artículos que sobre inseguridad ciudadana abordamos en días pasados. Al respecto, es importante recordar las cifras que desafortunadamente en esta materia registra nuestro país. Según la Universidad de las Américas de Puebla, México, en una investigación sobre el Índice Global de Impunidad de Colombia (IGI-COL, 2019), “un instrumento cuantitativo para medir la impunidad en el ámbito subnacional de los departamentos y territorios”, señala que nuestra patria ocupa el deshonroso quinto lugar en América Latina en delitos no resueltos después de Venezuela, México, Perú y Brasil –de los que se toman como referente para criticar-, entre 59 países a los que se les realizó dicha medición (p. 9). El informe en cuestión indica que “el 57% de los departamentos se clasifica en un nivel alto o muy alto de impunidad y sólo el 9% en un nivel bajo” (Ibíd.).

 

Tampoco se pueden dejar de lado los 170 asesinatos de defensores de derechos humanos, de las más de 335 víctimas en 96 masacres ocurridas durante el año 2021 y, de que, según la Fundación para la Libertad de Prensa [FLIP, 2021], el 78,8% de los crímenes perpetrados contra periodistas entre 1938 y 2021, no presentan condena alguna.

 

Por su parte, el Magistrado Luis Hernández, en recientes declaraciones manifestó que el Sistema Penal Acusatorio empleado en Colombia está haciendo agua, en especial cuando se trata de crímenes

 

 

 cometidos en contra de mujeres, niños, niñas y adolescentes. En un evento en Paipa (Boyacá) en noviembre de 2021, atribuyó a la Fiscalía el cometer errores para demostrar la comisión efectiva de delitos, situación que coloca a los jueces en la sin salida de decretar absoluciones o dejar en libertad a los indiciados por violación al debido proceso.

 

Por estos motivos y así el señor Fiscal General de la Nación se enoje con algunos periodistas cuando lo cuestionan con cifras a flor de piel por los niveles de impunidad, es preciso preguntarle: ¿Qué hay de nuevo viejo?

 

 

“Pseudo intelectuales” y polarización, buena salud social



Por: Carlos Alberto Ricchetti

A menudo, suelen encontrarse personajes que frente a una impotencia producto de sus limitaciones intelectuales, de la actitud criminal de negar la evidencia, aunque en el fuero íntimo la reconozcan, se encolerizan ante la verdad de los argumentos incontratables para apelar al descredito del contradictor.

Después de largos análisis sobre tal disyuntiva, de volver una y otra vez atrás para reconocer cualquier error, apartar ciegamente el mínimo sentimiento de culpa por alguna injusticia cometida “de palabra, obra u omisión”, como cita la oración del “Yo pecador”, pueden advertirse similitudes con la infaltable vecina chismosa del barrio.

No se trata de hacer un comentario de mala fe, ni de comparar a quienes gustan rebajarse en lo más bajo de la cotidianidad, al punto de hacer comentarios de terceros por no tener vida propia, con verdaderos “artesanos de la palabra” que, al margen de la ignorancia, del grado de mala intencionalidad, buscan superarse a sí mismos tratando de manipular a otros.

Sin embargo, existe una condición innegable descartando la posibilidad de establecer un ofensivo retrato paralelo porque, en definitiva, nadie es completamente igual a nadie a pesar de poseer características similares, como errores comunes o virtudes hay entre todos los mortales.

El chismoso odia al que no se hace eco del comentario, de una vulgaridad, del señalamiento despectivo sobre alguien. Se siente aburrido, ofendido y ni hablar si para su desgracia, se llega a topar con un interlocutor más directo de lo usual, mandándolo “de paseo” como si fuera poco.

Igual le ocurre al ignorante, al arribista; al mentiroso, diciendo sufrir, pero es incapaz de hacer algo por los demás o él mismo para dejar de hacerlo, así como el fabulador, auténtico profesional del discurso leproso, impositivo, vacío, que no soporta el mínimo análisis y como su dueño, parece gozar con la caída de aquel cuyo único pecado, es intentar vivir dignamente.
 

 


Pregoneros

La suma de los extremos es siempre mala, excepto para rechazar el relato alevoso e infundado de los funcionales gratuitos de los

intereses gigantescos de aquellos beneficiándose de cuanto es injusto, gracias al accionar de pobres infelices sin recibir siquiera los huesos a cambio de su infatigable labor.

Por más sólidas que sean las bases del poder, los resortes de los poderosos, como el dueño de la fábrica precisa del esquirol barato, aunque en el fondo lo odie por traicionar a los suyos, necesita, al decir de un querido amigo, del “menesteroso con guayabera”, haciendo ostentación de riqueza disimulando los bolsillos rotos.

Del retrógrado, para el cual el progreso es malo, la abundancia de bienes materiales a cambio de impuestos, “asistencialismo” o llama “alimentar vagos” al subsidio, mientras calla cuando los ladrones de guante blanco, holgazanes si los habrá, tienen el centenario privilegio de acaparar los negocios del estado, además de vaciarlo, pretender destruirlo, salvo a la hora evadir sus millonarias deudas privadas.

Pero el máximo peligro lo representa el perverso, el criminal incondicional, defendiendo de antemano lo incorrecto. Un genuino enemigo social, gustoso de romantizar la pobreza, de vender la desigualdad como superación, al ponderar el mal de muchos a través del sufrimiento crónico para supervivir con lo justo lleno de obligaciones, carente de derechos, marginados a disfrutar de la vida, víctimas del “culto a la eficiencia”.

Síntoma

Según los antiguos griegos, los “politikon” eran los hombres preocupados por el rumbo de la sociedad, las inquietudes de los ciudadanos, los grandes problemas nacionales. Lo contrario eran los “idiotas”, a los cuales el genial poeta y dramaturgo alemán Bertholt Brecht llamaba “analfabetos políticos”.

Hasta el momento aún no hay palabra a fin de definir a los empeñados en tergiversar, ocultar, calumniar, rendir culto a la mentira, venerar falsos ídolos, pontificar delincuentes, hacer el juego a los corruptos, a los abusadores, a los asesinos, a nombre de una libertad de expresión e ideología que desprecian por no ser democráticos, quedando en evidencia cuando “les cantan la tabla” y se emberracan al no lograr su funesto propósito.


De allí a que la polarización no es tan mala. Es la señal inequívoca de una sociedad comenzando a despertar, harta de tragar basura, de “comer cuento”, exigiendo una cualitativa dosis de dignidad, vivir con la frente alta consumiendo cuanto produce, al interior de escenarios proclives a satisfacer las necesidades del cuerpo, del espíritu, del alma.

De tal modo, no sería vano ahondar en un grado de desarrollo psicológico, intelectual o social, cuyo valor sea proporcionar al rechazo colectivo de estos serviles emisarios de la subordinación gratuita, la putrefacción de la ética, la miseria humana y el odio visceral a los que no representan dichos antivalores porque los soportan como el perro a la cebolla.

 
   

 

 

 

 

 

 

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