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EDITORIAL
Desigualdad
estructural
En el debate sobre el progreso
y el desarrollo, la desigualdad social sigue siendo una de las
principales barreras para la construcción de sociedades más
justas y equitativas. A pesar de los avances en distintas
esferas económicas y tecnológicas, las brechas en el acceso a
derechos fundamentales continúan limitando el potencial de
millones de personas en el país y en el mundo en general.
La desigualdad no es un fenómeno espontáneo ni una consecuencia
inevitable del desarrollo. Es, en cambio, el resultado de
estructuras históricas y políticas que han perpetuado un sistema
de exclusión social. La concentración de la riqueza en manos de
pocos, la falta de acceso a servicios públicos de calidad y la
discriminación en distintos ámbitos son solo algunas de las
manifestaciones de un problema que impacta a generaciones
enteras.
Uno de los efectos más preocupantes de la desigualdad social es
la erosión de la cohesión social. Cuando una parte significativa
de la población se ve privada de oportunidades, se genera un
sentimiento de desconfianza en las instituciones y en el sistema
político. La falta de equidad socava los cimientos de la
democracia y da lugar a un escenario donde el descontento y la
inestabilidad social se vuelven una constante.
El acceso a la educación, la salud y el empleo digno son pilares
fundamentales para reducir las brechas sociales. Sin embargo, en
muchos países, sobre todo de regiones como la latinoamericana,
persisten barreras estructurales que impiden que estos derechos
sean ejercidos de manera equitativa. La informalidad laboral,
por ejemplo, priva a millones de personas de una seguridad
social adecuada, mientras que los sistemas de protección social
siguen sin alcanzar a los sectores más vulnerables de la
población.
Superar la desigualdad requiere no solo de reformas políticas y
económicas, sino de un cambio en la concepción del desarrollo.
No puede hablarse de crecimiento económico sostenible si este no
va acompañado de políticas de inclusión que garanticen el acceso
equitativo a las oportunidades. La inversión en educación y
salud, el fortalecimiento de los sistemas de protección social y
la generación de empleo digno son pasos esenciales en este
camino.
No se trata solo de un imperativo moral, sino de una necesidad
estratégica. Sociedades más equitativas son también más
prósperas y estables. La construcción de un futuro con menor
desigualdad no es una tarea exclusiva de los gobiernos, sino un
desafío colectivo que requiere la participación activa de todos
los sectores de la sociedad. Si se quiere avanzar hacia un
desarrollo real y sostenible, es necesario entender que la
inclusión social no es un costo, sino una inversión en el
bienestar de toda la sociedad.

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El diagnostico para Colombia:
Un estado fallido

Por: Zahur
Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Las sociedades son cuerpos orgánicos que existen
igual que un organismo vital, que viven dependiendo el
tratamiento que se den a sí mismas o a su condición genética.
Todo es circunstancial en razón de sí, pero en relación a una
sociedad todo está relacionado a su manejo intrínseco, o la
conducta de quienes están al frente de ellas.
Colombia es un territorio que podría decirse es el paraíso que
todos buscaban en la antigüedad, y que hoy esta colonizado por
barbaros invasores. Estos no entienden de nada, y se creen los
dueños de todo, sin pensar cómo vivir a la altura de lo que hay,
ni hacer daño a la misma naturaleza.
Colombia sigue siendo de colones mediocres que creen que
quitándole al otro lo que tiene, envidiando la prosperidad del
otro, no dejando por último que los demás prosperen, van a logar
alcanzar lo que nunca tuvieron.
Esa ignorancia y falta de razonabilidad mantiene al margen a
todos y viviendo como miserables en medio de la riqueza. Esto
deja muchas circunstancias indeseadas que hace que la gente huya
de esos territorios en busca de mejores oportunidades. Y todo
esto es dado por el mal manejo de quienes asumen las riendas de
los Estados, elegidos por sociedades sin experiencia en la
elección que terminan eligiendo a estos farsantes.
Estas situaciones de mal manejo de la cosa pública o el Estado
son como una verruga que aparece en el cuerpo y poco a poco va
creciendo, y se convierte en un cáncer que tarde o temprano hace
metástasis. Por eso se ha visto en Europa como han nacido y
desaparecido países, y América Latina no ha estado exenta de ese
síndrome social.
Colombia necesita sacudirse o tener buenos médicos que le
diagnostiquen la enfermedad que tiene, la hospitalicen para
hacerle el tratamiento que le impida una muerte segura, y que
pueda restablecerse de la quimioterapia y demás tratamientos que
le pongan.
Posiblemente esto que se está diciendo sea confuso para muchos
por la inexperiencia en el manejo de la política o la economía
de un país. Pero, aquellos que pasaron por las universidades más
prestigiosas saben de qué se está hablando y que es lo que hay
que hacer.
Colombia tiene gente muy preparada en todos los niveles que
pueden administrar y dirigir el país. Pero para eso se necesita
organización social y ganas de hacer las cosas bien. De lo
contrario seguirán viviendo como criminales que son, tal cual el
Estado colombiano los ha colocado. Porque él es el mayor creador
del crimen organizado.
Cada ciudadano es un criminal, un estafador, un delincuente o un
infractor bajo las leyes que existen en el país. Porque nadie
puede decir que no ha cometido ninguno de los delitos a los que
el Estado
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los obliga a cumplir.
Por ejemplo, el pago de impuestos o darle a alguien algo para
que agilice o haga cualquier favor.
Ya es tiempo de visitar al doctor para que formule lo que hay
que hacer, espero que sea solo un antiparasitario para tomar
todos los colombianos.
LOS AGRICULTORES SOMETIDOS Y
POBRES
Crónica #1070

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Audio:
https://youtu.be/f6Vo0fJnEZU
La historia nos enseña que si hay una forma de
empobrecerse, basta ejercer como trabajador de la tierra.
Automáticamente al convertirse en campesino o agricultor se
ingresa a una clase social sometida y pobre en una eterna
injusticia de la humanidad porque sin comida no hay vida.
Ni la revolución francesa ni el comunismo ni el capitalismo le
han cambiado ese estatus a los agricultores de Bretaña, Siberia,
Kansas o el Tolima.
La modernidad les ha facilitado su trabajo pero no los ha
liberado de la inicua desconsideración. Ni las leyes agrarias ni
los cambios estructurales de los distintos gobiernos redactan
normas protectoras.
Todos son paños de agua tibia. Ya no salen con su hoz en la mano
a tumbar al zar. Llegan a París en tractores modernos a
protestar. O se atraviesan en las carreteras del Huila y el
Tolima para preguntar por qué siempre pierden.
Los calman con subsidios pero no eliminan el desequilibrio. El
asunto es complejo y multifacético. La dependencia de la
naturaleza, el clima, la calidad del suelo, la disponibilidad
del agua, el exceso o la falta de lluvia, la volatilidad del
mercado, la sobreproducción.
Todo influye en demasía para seguir manteniendo el oficio de
agricultor como una posibilidad de sobrevivir pero nunca de
enriquecerse cual si se puede en el resto de la sociedad.
En Colombia nos inventamos hace casi un siglo el ahora
vilipendiado Fondo Nacional del Café, que consistía en ahorrar
un porcentaje del precio de venta cuando este sobrepasaba el
límite donde empezaba la bonanza.
Con ese Fondo se decretaban y pagaban las compensaciones cuando
el precio bajaba del punto de sostenimiento.
Como servía tanto lo exprimieron con huevonadas y abusos y, por
último, lo quebraron cometiendo torpezas en el mercado
internacional, arrastrando a muchas cooperativas.
Hacer algo igual con el arroz que hoy reúne miles de
compatriotas protestando por el mal precio, podría ser una idea.
Pero vaya y hágala…
El Porce, marzo 7 del 2026
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