Bogotá, Colombia -Edición: 768

 Fecha: Viernes 07-03-2025

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\\ OPINIÓN //

 

 

 

EDITORIAL

 

Desigualdad estructural

 

En el debate sobre el progreso y el desarrollo, la desigualdad social sigue siendo una de las principales barreras para la construcción de sociedades más justas y equitativas. A pesar de los avances en distintas esferas económicas y tecnológicas, las brechas en el acceso a derechos fundamentales continúan limitando el potencial de millones de personas en el país y en el mundo en general.

 

La desigualdad no es un fenómeno espontáneo ni una consecuencia inevitable del desarrollo. Es, en cambio, el resultado de estructuras históricas y políticas que han perpetuado un sistema de exclusión social. La concentración de la riqueza en manos de pocos, la falta de acceso a servicios públicos de calidad y la discriminación en distintos ámbitos son solo algunas de las manifestaciones de un problema que impacta a generaciones enteras.

Uno de los efectos más preocupantes de la desigualdad social es la erosión de la cohesión social. Cuando una parte significativa de la población se ve privada de oportunidades, se genera un sentimiento de desconfianza en las instituciones y en el sistema político. La falta de equidad socava los cimientos de la democracia y da lugar a un escenario donde el descontento y la inestabilidad social se vuelven una constante.

El acceso a la educación, la salud y el empleo digno son pilares fundamentales para reducir las brechas sociales. Sin embargo, en muchos países, sobre todo de regiones como la latinoamericana, persisten barreras estructurales que impiden que estos derechos sean ejercidos de manera equitativa. La informalidad laboral, por ejemplo, priva a millones de personas de una seguridad social adecuada, mientras que los sistemas de protección social siguen sin alcanzar a los sectores más vulnerables de la población.

Superar la desigualdad requiere no solo de reformas políticas y económicas, sino de un cambio en la concepción del desarrollo. No puede hablarse de crecimiento económico sostenible si este no va acompañado de políticas de inclusión que garanticen el acceso equitativo a las oportunidades. La inversión en educación y salud, el fortalecimiento de los sistemas de protección social y la generación de empleo digno son pasos esenciales en este camino.

No se trata solo de un imperativo moral, sino de una necesidad estratégica. Sociedades más equitativas son también más prósperas y estables. La construcción de un futuro con menor desigualdad no es una tarea exclusiva de los gobiernos, sino un desafío colectivo que requiere la participación activa de todos los sectores de la sociedad. Si se quiere avanzar hacia un desarrollo real y sostenible, es necesario entender que la inclusión social no es un costo, sino una inversión en el bienestar de toda la sociedad.

 

 

 

 

El diagnostico para Colombia: Un estado fallido

Por: Zahur Klemath Zapata

zapatazahurk@gmail.com  

 

Las sociedades son cuerpos orgánicos que existen igual que un organismo vital, que viven dependiendo el tratamiento que se den a sí mismas o a su condición genética.

Todo es circunstancial en razón de sí, pero en relación a una sociedad todo está relacionado a su manejo intrínseco, o la conducta de quienes están al frente de ellas.

Colombia es un territorio que podría decirse es el paraíso que todos buscaban en la antigüedad, y que hoy esta colonizado por barbaros invasores. Estos no entienden de nada, y se creen los dueños de todo, sin pensar cómo vivir a la altura de lo que hay, ni hacer daño a la misma naturaleza.

Colombia sigue siendo de colones mediocres que creen que quitándole al otro lo que tiene, envidiando la prosperidad del otro, no dejando por último que los demás prosperen, van a logar alcanzar lo que nunca tuvieron.

Esa ignorancia y falta de razonabilidad mantiene al margen a todos y viviendo como miserables en medio de la riqueza. Esto deja muchas circunstancias indeseadas que hace que la gente huya de esos territorios en busca de mejores oportunidades. Y todo esto es dado por el mal manejo de quienes asumen las riendas de los Estados, elegidos por sociedades sin experiencia en la elección que terminan eligiendo a estos farsantes.

Estas situaciones de mal manejo de la cosa pública o el Estado son como una verruga que aparece en el cuerpo y poco a poco va creciendo, y se convierte en un cáncer que tarde o temprano hace metástasis. Por eso se ha visto en Europa como han nacido y desaparecido países, y América Latina no ha estado exenta de ese síndrome social.

Colombia necesita sacudirse o tener buenos médicos que le diagnostiquen la enfermedad que tiene, la hospitalicen para hacerle el tratamiento que le impida una muerte segura, y que pueda restablecerse de la quimioterapia y demás tratamientos que le pongan.

Posiblemente esto que se está diciendo sea confuso para muchos por la inexperiencia en el manejo de la política o la economía de un país. Pero, aquellos que pasaron por las universidades más prestigiosas saben de qué se está hablando y que es lo que hay que hacer.

Colombia tiene gente muy preparada en todos los niveles que pueden administrar y dirigir el país. Pero para eso se necesita organización social y ganas de hacer las cosas bien. De lo contrario seguirán viviendo como criminales que son, tal cual el Estado colombiano los ha colocado. Porque él es el mayor creador del crimen organizado.

Cada ciudadano es un criminal, un estafador, un delincuente o un infractor bajo las leyes que existen en el país. Porque nadie puede decir que no ha cometido ninguno de los delitos a los que el Estado

 

 

 

los obliga a cumplir. Por ejemplo, el pago de impuestos o darle a alguien algo para que agilice o haga cualquier favor.

Ya es tiempo de visitar al doctor para que formule lo que hay que hacer, espero que sea solo un antiparasitario para tomar todos los colombianos.

 

LOS AGRICULTORES SOMETIDOS Y POBRES
Crónica #1070

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal

 

Audio: https://youtu.be/f6Vo0fJnEZU

 

La historia nos enseña que si hay una forma de empobrecerse, basta ejercer como trabajador de la tierra. Automáticamente al convertirse en campesino o agricultor se ingresa a una clase social sometida y pobre en una eterna injusticia de la humanidad porque sin comida no hay vida.

 

Ni la revolución francesa ni el comunismo ni el capitalismo le han cambiado ese estatus a los agricultores de Bretaña, Siberia, Kansas o el Tolima.

La modernidad les ha facilitado su trabajo pero no los ha liberado de la inicua desconsideración. Ni las leyes agrarias ni los cambios estructurales de los distintos gobiernos redactan normas protectoras.

Todos son paños de agua tibia. Ya no salen con su hoz en la mano a tumbar al zar. Llegan a París en tractores modernos a protestar. O se atraviesan en las carreteras del Huila y el Tolima para preguntar por qué siempre pierden.

Los calman con subsidios pero no eliminan el desequilibrio. El asunto es complejo y multifacético. La dependencia de la naturaleza, el clima, la calidad del suelo, la disponibilidad del agua, el exceso o la falta de lluvia, la volatilidad del mercado, la sobreproducción.

Todo influye en demasía para seguir manteniendo el oficio de agricultor como una posibilidad de sobrevivir pero nunca de enriquecerse cual si se puede en el resto de la sociedad.

En Colombia nos inventamos hace casi un siglo el ahora vilipendiado Fondo Nacional del Café, que consistía en ahorrar un porcentaje del precio de venta cuando este sobrepasaba el límite donde empezaba la bonanza.

Con ese Fondo se decretaban y pagaban las compensaciones cuando el precio bajaba del punto de sostenimiento.

Como servía tanto lo exprimieron con huevonadas y abusos y, por último, lo quebraron cometiendo torpezas en el mercado internacional, arrastrando a muchas cooperativas.

Hacer algo igual con el arroz que hoy reúne miles de compatriotas protestando por el mal precio, podría ser una idea. Pero vaya y hágala…

El Porce, marzo 7 del 2026

 

 

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