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La trompada del fin del mundo
Por: Jotamario Arbeláez
Cuando leímos La ciudad y los perros, esa novela que narra la vida de los adolescentes peruanos en el Colegio Militar Leoncio Prado, supimos que el precoz autor iba a llegar muy lejos. Cuando repasamos Historia de un deicidio, el trascendental mamotreto de reimpresión prohibida acerca de la obra de García Márquez, supimos que el joven había decidido –y con harto juicio– deificar a nuestro fabulador macondiano, haciendo gala de auténtica veneración. Cuando nos sumergimos en La guerra del fin del mundo, intuimos que habíamos tenido razón en nuestra corazonada. Era una obra suprema, a nuestro entender, antes de descubrir que existían Los sertones de Euclides da Cunha y el Gran Sertón Veredas de Guimaraes Rosa.
No lo volvimos a leer, al pujante Mario Vargas Llosa. Su rechinante rechazo a la revolución cubana y el desmonte de la ‘chiva’ de la historia para subir con Montaner y Plinio –más su hijo– en el pullman del neoliberalismo, nos hicieron dudar de la sinceridad de su anterior posición de avanzada. En una crisis de hace 30 años, cuando el caso del poeta Heberto Padilla (al que salvó Gabo, según se supo), Marito quiso retirarse arrastrando al Boom, fenómeno literario de moda, de la solidaridad con la isla del caimán barbudo que prácticamente los había prefabricado, quedando solo Gabo colgado de las barbas de brocha del líder contra el imperio. Tiempo después, se devolvió a su lado Cortázar.
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En el 1977 el exitoso y bien plantado arequipeño, futuro
candidato a la presidencia del Perú, hizo desde Europa un viaje a su patria a
cumplir algún compromiso, al que le mezcló un plan galante. Al enterarse del
marital desaguisado, la muy aristócrata Patricia Llosa de Vargas acudió al
pundonoroso Gabo a ponerle la queja. Las versiones vacilan. Escritores y
editores cercanos a los dos rivales callan para siempre, o adelantan piadosas
interpretaciones. Que él le aconsejó que se hiciera la desentendida. Que le
planteara el divorcio. Que aprovechó para arrastrarle el ala. El caso es que una
tarde, en México, en la ceremonia de apertura de un Festival de cine donde Gabo
y señora asistían al estreno de la película del avión que en 1972 cayó en los
Andes y de los pasajeros que se comieron unos a otros, con un retraso deliberado
llegó Vargas Llosa con su musa reconciliada y, cuando nuestro futuro Nobel le
abrió los brazos, le descargó una fenomenal trompada que le hizo caer de culos
sobre la alfombra roja. Se supuso de inmediato que era el cobro de una deuda de
honor (“Esto es por lo que le hiciste a Patricia en Barcelona”) a pesar de que
Mercedes Barcha saltó a recriminarle a la Llosa que su marido no tenía necesidad
de acudir a ñapangas, cuando podía acceder a las mujeres más bellas del mundo
(según le habría contado Plinio). Lo peor fue que la película también resultó un
desastre.
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anuncian que
también los muy respetables Grass y Enzensberger.
El único que nos podría sacar de
dudas es el propio ‘escribidor’ invitado. Mientras no explique el sopapo, con
toda seguridad que el Nobel se le demora. Y ni siquiera acumula méritos para la
presidencia de su país.
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