Bogotá, Colombia -Edición: 789

 Fecha: Viernes 25-04-2025

 

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INFORME

 

 

 

 

 

 

Al borde del abismo: La Tierra rebasa seis límites planetarios y el tiempo para actuar se agota

 

 

 

 

 

crucial. “Las políticas públicas tienen el poder de acelerar los cambios necesarios”, explica el investigador. Sin embargo, la responsabilidad no recae únicamente en los gobiernos. La sociedad tiene un papel igual de importante: informarse, organizarse y exigir. “El cambio no va a venir de manera espontánea. Las transformaciones profundas, las que realmente marcan la diferencia, son las que se construyen colectivamente”, afirma.

 

En un mundo interconectado, lo que ocurre en un rincón del planeta repercute en otro. La sequía en el Cuerno de África, los incendios en el Amazonas, el deshielo en el Ártico o la contaminación de los océanos no son fenómenos aislados. Son síntomas de un sistema global enfermo.

 

Y es que el verdadero problema no es solo ecológico. Es también social, económico y ético. El deterioro ambiental afecta de manera desproporcionada a las comunidades más vulnerables. Los mismos que menos contribuyen al problema son quienes más sufren sus consecuencias. Una injusticia que se suma a la ya larga lista de desigualdades.

Por eso, más allá de las cifras y los estudios científicos, lo que está en juego es nuestra forma de vida. Nuestra posibilidad de seguir habitando un planeta que, por millones de años, ha sido generoso y resiliente. Pero incluso la Tierra tiene límites.

 

 

La humanidad se enfrenta, probablemente por primera vez, a la necesidad de decidir conscientemente si quiere sobrevivir como especie. No se trata de salvar al planeta —la Tierra seguirá existiendo, de una forma u otra—, se trata de salvar las condiciones que hacen posible la vida humana. Nuestra vida.

“Estamos en un momento definitorio. Podemos cambiar la trayectoria o podemos seguir en la misma dirección y esperar lo peor”, sentencia Martínez Meyer. La pregunta no es si debemos actuar, sino si estamos dispuestos a hacerlo a tiempo.

El reloj ambiental no deja de avanzar. Y cada segundo que pasa sin tomar decisiones contundentes, es un paso más hacia el abismo.

 

La Tierra se encuentra en una encrucijada crítica. Según científicos del Centro de Resiliencia de Estocolmo (SRC), ya hemos superado seis de los nueve límites planetarios que aseguran la estabilidad del planeta. Esta advertencia no es nueva, pero sí cada vez más alarmante. Lo que antes parecía una predicción científica hoy se presenta como una realidad tangible. El planeta grita, y el eco de sus advertencias ya retumba en todos los rincones.

Un ejemplo devastador de lo que sucede cuando se ignoran estas señales es Haití. Este pequeño país del Caribe, que hace medio siglo era rico en recursos naturales, hoy padece un colapso ambiental sin precedentes. Deforestación de más del 90 %, escasez de agua y la mayor inseguridad alimentaria del Caribe son apenas una muestra de las consecuencias. Su vecino, la República Dominicana, comparte la isla pero no el mismo destino. ¿Por qué? Porque Haití cruzó el umbral. Explotó sin control sus recursos naturales hasta que ya no quedó nada.

 

 

El doctor Enrique Martínez Meyer, investigador del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), advierte que lo que ocurrió en Haití podría replicarse a escala global. “Haití cruzó los puntos de inflexión. Se acabaron sus recursos y con ello empezó el deterioro ambiental que llevó al país al colapso. Es un espejo de nuestro futuro”, dice, con la contundencia de quien sabe que el tiempo para evitarlo se está acabando.

Los puntos de inflexión, o tipping points, son momentos críticos en los que un sistema natural sufre cambios irreversibles. En palabras simples, ya no hay vuelta atrás. En el mundo, ya hemos cruzado algunos: biodiversidad, disponibilidad de agua dulce y uso del suelo. Y aunque aún no se ha desencadenado un colapso planetario, todo indica que estamos peligrosamente cerca.
 

Entre los puntos más críticos, Martínez Meyer destaca el derretimiento de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida Occidental, la liberación de metano por el deshielo del permafrost, la acidificación de los océanos y la posibilidad de que el Amazonas se transforme en una sabana. Cambios que podrían alterar la vida tal como la conocemos.

Según el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), si continuamos con niveles altos de emisiones contaminantes, el calentamiento

 

 

global podría alcanzar los 4.4 °C hacia finales de siglo. Esta cifra duplica el límite de 1.5 °C fijado en el Acuerdo de París, considerado el umbral para mantener al planeta en un estado seguro. Si sobrepasamos ese punto, las consecuencias serían devastadoras.

 

El problema radica en que las emisiones de gases de efecto invernadero —derivadas principalmente de la quema de combustibles fósiles y la deforestación— siguen creciendo, a pesar de las advertencias. Y lo más alarmante es que el mundo parece haber olvidado la urgencia. “Estamos en una coyuntura política que ha abandonado la visión planetaria que habíamos empezado a construir. Una que reconocía que los recursos no son infinitos y que cada nación debía hacer su parte”, lamenta Martínez Meyer.

La clave para entender la gravedad de la situación está en los límites planetarios. Esta metodología, desarrollada en 2009 por el SRC, propone nueve umbrales que no deberíamos cruzar si queremos preservar un entorno habitable. Estos límites abarcan procesos esenciales como el cambio climático, la biodiversidad, el uso del suelo y el ciclo de nutrientes, entre otros.

De esos nueve límites, ya hemos sobrepasado seis: cambio climático, pérdida de biodiversidad, deforestación, alteraciones en los ciclos del nitrógeno y fósforo (por el uso intensivo de fertilizantes), y la acumulación excesiva de energía. A esto se suma una nueva amenaza: los contaminantes químicos como los microplásticos, cuya presencia se multiplica sin control en mares y cuerpos de agua.

Pero aún no todo está perdido. La medición de estos límites permite identificar dónde se concentran los mayores riesgos y dónde aún hay margen para actuar. En este contexto, las decisiones políticas juegan un papel

 

 

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