Bogotá, Colombia -Edición: 793

 Fecha: Domingo 04-05-2025

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TECNOLOGÍA-CIENCIA

 

 

 

¿Comer por decisión o por instinto?

 

 

 

 

Estas ideas también ayudan a comprender cómo funcionan fármacos como el Ozempic y otros de la familia GLP-1, cada vez más populares como herramientas para perder peso. Amber Alhadeff, neurocientífica del Centro de Sentidos Químicos Monell, descubrió que estos medicamentos activan al menos dos tipos de neuronas en el tronco encefálico. Un grupo señala al cerebro que ya se ha ingerido suficiente comida. El otro genera una sensación parecida a las náuseas. Esta dualidad podría explicar los efectos secundarios que muchas personas experimentan al tomar estos fármacos. Para Alhadeff, el futuro está en desarrollar tratamientos más precisos, que estimulen la saciedad sin activar los centros del malestar.

En la Universidad de Columbia, el investigador Alexander Nectow ha dado otro paso fascinante. Descubrió un grupo de neuronas en el tronco encefálico que regulan el tamaño de las porciones que comemos. Estas neuronas, de alguna manera aún desconocida, llevan la cuenta de cada bocado, ajustando el comportamiento alimentario en consecuencia.

 

 

Todo este cuerpo de evidencia está cambiando la narrativa sobre la obesidad y el control del apetito. Lejos de tratarse de una simple falta de disciplina, lo que emerge es un sistema biológico complejo, profundamente enraizado y que, muchas veces, funciona al margen de nuestras decisiones conscientes. Como señala Friedman, el autocontrol sobre la alimentación es comparable a contener la respiración o reprimir un estornudo: puede lograrse momentáneamente, pero el cuerpo tarde o temprano se impone.

 

Estas investigaciones no solo abren la puerta a nuevos tratamientos, sino que invitan a una reflexión más compasiva hacia quienes luchan contra el exceso de peso. Tal vez no sea una cuestión de voluntad débil, sino de enfrentar un sistema nervioso diseñado, con feroz eficiencia, para mantenernos alimentados.

Y así, mientras la ciencia avanza en su comprensión del hambre, cada descubrimiento refuerza una idea fundamental: nuestros impulsos alimentarios, lejos de ser simples decisiones personales, son el resultado de una danza precisa y automática entre el intestino y el cerebro. Una danza que comenzó mucho antes de que tuviéramos conciencia de ella, y que sigue moviéndonos, incluso cuando creemos tener el control.

 

Durante años, la lucha contra la obesidad se ha librado en múltiples frentes: desde la industria alimentaria hasta las campañas de salud pública, pasando por las estrategias personales para seguir una dieta. Sin embargo, una serie de hallazgos científicos recientes está planteando una pregunta inquietante: ¿realmente decidimos cuándo y cuánto comer? Las respuestas, derivadas de experimentos con roedores, revelan que el control del apetito está mucho menos ligado a la voluntad consciente de lo que solíamos pensar. Y, quizás más desconcertante aún, parte de ese control puede residir en una región del cerebro tan básica que hasta los animales más limitados cognitivamente pueden detenerse a tiempo al alimentarse.

 

 

La historia comienza con una pregunta sencilla formulada por el neurocientífico Harvey J. Grill, de la Universidad de Pensilvania: ¿puede un animal saber que ha comido suficiente incluso si se le elimina casi todo el cerebro? En sus experimentos, Grill extirpó a unas ratas todo el cerebro excepto el tronco encefálico, la región responsable de funciones vitales como la respiración y el ritmo cardíaco. Estos animales no podían ver, oler ni recordar, pero al ser alimentados con comida líquida directamente en la boca, llegaban a un punto en el que simplemente dejaban de tragar. De hecho, la comida comenzaba a escurrirse por los lados de su hocico.

Esa escena, aparentemente insignificante, representa una revolución conceptual: el control del apetito no requiere de una experiencia consciente. “Cuando llegaban a un punto en el que debían detenerse, dejaban que la comida se les escurriera de la boca”, relató Grill. Sus estudios abrieron la puerta a una línea de investigación que ha ido desentrañando los sofisticados —aunque automáticos— circuitos cerebrales que regulan lo que comemos.

 

Las implicaciones son profundas. Si el apetito puede estar controlado en buena parte por mecanismos neuronales que operan sin nuestra conciencia, la idea de que la obesidad se resuelve con fuerza de voluntad comienza a tambalearse. Como afirma Jeffrey Friedman, experto en obesidad de la Universidad Rockefeller, los humanos no somos una excepción. Nuestro comportamiento alimentario está moldeado por millones de años de evolución y por sistemas cerebrales diseñados para garantizar que obtengamos la energía necesaria para sobrevivir.

 

 

Uno de los hallazgos clave en esta área es que el cuerpo parece estar obsesionado con las calorías, no tanto con su fuente ni su volumen. El neurocientífico Zachary Knight, de la Universidad de California en San Francisco, demostró esto de forma contundente al infundir directamente en el estómago de ratones tres tipos de nutrientes —grasas, proteínas y carbohidratos— con exactamente la misma cantidad de calorías. Independientemente del tipo de nutriente, la señal que se enviaba al cerebro era idéntica: “hay suficiente energía”.

Este dato es revelador para todos aquellos que creen que pueden engañar al cuerpo llenándose de apio o bebiendo agua antes de comer. Knight encontró que cuando los ratones solo recibían agua, no se generaba ninguna señal de saciedad. Es decir, no se trata de qué tan lleno esté el estómago, sino de cuánta energía efectiva ha recibido el organismo.

Este proceso se desarrolla en distintas etapas. Primero, cuando un animal observa un alimento, sus neuronas evalúan si es calórico. Lo mismo ocurre cuando lo prueba y finalmente cuando llega al intestino. En cada fase, el sistema recalibra su estimación del valor energético de lo que está siendo consumido.

 

A pesar de lo sofisticado de estos procesos, la mayoría ocurren sin que nos demos cuenta. Y esto es precisamente lo que ha llamado la atención de expertos como Scott Sternson, neurocientífico del Instituto Médico Howard Hughes. “Hay una proporción muy grande del control del apetito que es automática”, explica. Según él, aunque en momentos específicos podemos decidir no comer, ese control consciente requiere un esfuerzo mental constante. Con el tiempo, la atención se disipa y los mecanismos automáticos prevalecen. Esto explica por qué mantener una dieta es tan difícil a largo plazo: va en contra del cableado más profundo de nuestro cerebro.

 

 

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