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COLUMNISTA |
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Desayuno en el hotel
Por: Jotamario Arbeláez
Habría que permitir
La mesera del
restaurante del hotel donde estoy hospedado es tan bella que no
sé qué voy a hacer con ella. Cuando ayer madrugué a desayunar la
contemplé de espaldas y me fascinó su menuda cintura que daba
paso a un bien formado caderamen, nalgatorio acorazonado, el
tierno nudo de la cinta del delantal a la altura del hueso sacro
y su cabellera en cascada sobre la espalda sedosa. Al mirarla de
frente desde mi asiento me pareció tan atractiva que me hizo
pasar saliva y despertó mi pensar lascivo, a mí, que en estas
cosas del sexo suelo limitarme a los placeres íngrimos
sustentados en la narrativa rijosa y las láminas de Penthouse.
Sólo pienso en mi profesión de ingeniero de las basuras,
especializado en rellenos. Sin otro encanto que mi recato
invencible. Pero por algo llegué a esta ciudad donde me trataré
de reponer de mis represiones. Con una actitud entre pizpireta y
coqueta, me enumeró los bocados disponibles en el buffet, que se
ofreció a traerme ella misma a la mesa. Cuando le manifesté de
mis preferencias, la limonada rosa con miel, el parfait de
frutos rojos, los huevos benedictinos con lomo canadiense, los
molletes con queso de cabra y el chocolate belga caliente me
susurró que también me podía prestar el servicio de subirme el
desayuno a la habitación. Le pedí que lo hiciera a partir de
mañana.
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y de cacique, Allí había tenido sacrílegos amores, a los 17, con el sacristán de la iglesia, tres años mayor que ella, quien le voló el virgo en la sacristía. Luego del aborto, costeado por el padre, huyó de la casa y en Medellín le dio refugio un tío, quien luego de ofertarla por todas partes la colocó en el hotel donde lleva desempeñándose un año y medio. “¿Se le ofrece algo más al señor?”, me dice, obsequiosa, sin dejar de mirármela. Entiendo perfectamente.
Azuzado por los Sonetos del Aretino, que alguien dejó sobre la
mesa de noche, resaltada la página de “Zámpalo por detrás” que se me ocurría
impracticable, dado mi proverbial recato y las reticencias al respeto de mi
señora, perdiendo todos los escrúpulos me le acerco por la retaguardia, le rozo
la bragueta y le sugiero con ternura que me permita sobársela por encima.
“Adelante, nada me asusta. En el instructivo me enseñaron que así comenzó, en el
Hotel Mayflower, en Washington, el ejecutivo John Boswell el día de la posesión
de Trump, mientras le decía a la camarera. ‘Esto está muy bueno. Me gusta esto’.
¿Cómo le parece el vergajo? Se salvó de la cárcel pero tuvo que compensarla con
un platal. Pero conmigo no tenga cuidado.” “Pues yo estoy que le digo lo mismo y
a la única posesión que quiero asistir es a la de sus posaderas, si me permite”.
Un relámpago me pasa por la mente. ¿Y qué tal que me suceda lo de Strauss-Kahn, el jefe del Fondo Monetario Internacional —millonario casado con una de las mujeres más bellas y sensuales del mundo que
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seguramente lo
mantiene a pan y agua pero sin pan—, quien fue expulsado del cargo y juzgado
porque violentó a la camarera Nafissatou Diallo, poniéndola a succionar
arriesgándose al tarascazo y quien con su denuncia le hizo pagar una escandalosa
indemnización por el lánguido polvorete? Yo en este caso sí no me dejaría
interpretar por el hipócrita de Gerard Depardieu en ninguna película. Hizo un
papel de maravilla y salió a declarar por la prensa que el personaje era
despreciable. La diferencia es que uno debe saber hacer bien las cosas, no estoy
violentando a nadie, empezando porque quien comenzó con el acoso fue ella, la
camarera. Además, es la primera y será la última vez que me embarco en un rollo
de estos.
Medellín, Gran
Hotel, Julio 2018
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