Bogotá, Colombia -Edición: 801

 Fecha: Viernes 23-05-2025

 

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TECNOLOGÍA-CIENCIA

 

 

 

El enigma de los capuchinos de Jicarón: ¿Curiosidad, moda o crueldad primate?

 

 

 

 

nos devuelve nuestra propia imagen”, reflexiona. “Los seres humanos también realizamos acciones arbitrarias que dañan a otras especies, sin que tengan un propósito funcional claro”.

 

Su colega Barrett recuerda su infancia en el noreste de Estados Unidos, donde solía atrapar luciérnagas y ranas solo por curiosidad. “No quería hacerles daño”, dice, “pero ahora entiendo que para esos animales, la experiencia seguramente fue horrible”. Algo similar podría estar ocurriendo con estos capuchinos: no hay malicia, pero sí una desconexión total con las consecuencias de sus actos.

En ese sentido, el estudio apunta a la posibilidad de que el aburrimiento sea un motor de innovación, tanto cultural como conductual. No se trata solo de falta de estímulos, sino de una capacidad cognitiva sofisticada para buscar experiencias nuevas, aunque sean sin un objetivo claro. Es una idea provocadora: que el ocio de una especie inteligente pueda generar comportamientos complejos, incluso peligrosos.

 

Y esa inteligencia, paradójicamente, los acerca aún más a nosotros. Goldsborough cree que el fenómeno de Jicarón obliga a repensar nuestra visión de los animales y de sus motivaciones. “Es fácil humanizar estos comportamientos y pensar que hay una lógica detrás”, comenta. “Pero a veces, como en los humanos, la lógica no existe. Solo el impulso de hacer algo distinto”.

 

 

Por ahora, el equipo de investigación espera que esta conducta no se afiance como una tradición permanente. Con suerte, será una moda pasajera entre jóvenes capuchinos. Pero también están atentos a posibles adaptaciones por parte de los monos aulladores, cuyas madres podrían cambiar sus patrones de comportamiento para proteger mejor a sus crías.

La historia de los capuchinos secuestradores de Jicarón es, en última instancia, una ventana hacia los rincones menos racionales del comportamiento animal. Un recordatorio de que, por muy científicos que queramos ser, aún hay aspectos del mundo natural que no entendemos. Y quizás nunca lo haremos del todo.

Porque a veces, ni siquiera en la selva, las cosas tienen sentido.

 

En la remota y salvaje isla Jicarón, a 55 kilómetros de la costa del Pacífico panameño, un extraño fenómeno ha desconcertado a la comunidad científica internacional. Durante más de un año, un grupo de monos capuchinos de cara blanca ha protagonizado una serie de comportamientos tan inusuales como perturbadores: han secuestrado crías de monos aulladores sin ninguna razón aparente.

El hallazgo surgió casi por casualidad, cuando la ecóloga conductual Zoë Goldsborough revisaba las grabaciones de cámaras trampa instaladas en la isla como parte de un estudio sobre el comportamiento animal. En una de las imágenes, creyó ver a un capuchino adulto cargando a una cría sobre su espalda. Nada raro, hasta que un detalle de coloración le hizo fruncir el ceño. “Me di cuenta de que realmente era algo que no habíamos visto antes”, relata Goldsborough. Tras compartir la imagen con sus colegas, confirmaron lo insólito: la cría no era un capuchino, sino un bebé mono aullador.

 

 

El capuchino, apodado “Joker” por una cicatriz distintiva en su boca, no era el único. Las cámaras captaron al menos a otros cuatro machos jóvenes involucrados en situaciones similares. En total, entre enero de 2022 y marzo de 2023, al menos once crías de monos aulladores fueron secuestradas sin que los capuchinos mostraran signos de querer cuidarlas, alimentarlas o incluso jugar con ellas.

Este comportamiento, publicado recientemente en la revista Current Biology, dejó perplejos a los científicos. ¿Por qué invertir energía en cargar durante días a un bebé de otra especie, sin obtener nada a cambio?

Una de las primeras hipótesis fue la adopción accidental, un fenómeno raro pero documentado entre primates. Sin embargo, pronto se descartó: los capuchinos no mostraban atención materna, y en ningún caso las crías sobrevivieron. Tampoco se trató de depredación, como en un principio pensó la primatóloga Corinna Most. En los videos, los capuchinos no dañan físicamente a los bebés. Los cargan como quien lleva un objeto, sin agresividad, pero también sin ternura.

 

Esta ausencia de una función clara llevó a los investigadores a plantear una explicación inesperada: una moda cultural. “Los capuchinos de Jicarón parecen comportarse

 

 

como si estuvieran probando algo nuevo, como una especie de experimento social”, señala Brendan Barrett, ecólogo conductual y coautor del estudio. Y eso —sorprendentemente— no sería algo tan extraño entre primates.

Los investigadores proponen que esta conducta podría haber surgido como una innovación individual —en este caso, por parte de Joker— y luego haber sido imitada por otros jóvenes del grupo, especialmente aquellos que aún no están plenamente integrados a la jerarquía social. Algo parecido sucedió en Japón en la década de 1950, cuando una joven macaca comenzó a lavar papas antes de comerlas, comportamiento que eventualmente se convirtió en costumbre grupal.

“La adolescencia en los primates es una etapa crucial para la exploración”, explica Pedro Dias, primatólogo de la Universidad Veracruzana, quien no participó en el estudio. “No están completamente bajo el control materno, pero tampoco son adultos con obligaciones reproductivas. Es un periodo donde tienen la libertad de experimentar”.

Jicarón es un escenario ideal para este tipo de exploraciones. No hay humanos, ni depredadores naturales, y el ecosistema está relativamente aislado. Esta combinación genera un entorno en el que comportamientos “sin sentido” pueden surgir sin consecuencias inmediatas. Para Barrett, los capuchinos de la isla son como “agentes del caos”, curiosos por naturaleza y libres de restricciones. “Incluso en el continente son traviesos, pero aquí tienen carta blanca para explorar lo absurdo”, añade.

Sin embargo, el asunto tiene una dimensión más oscura. La población de monos aulladores en Jicarón pertenece a una subespecie endémica —Alouatta palliata coibensis— que está en peligro de extinción. Las madres aulladoras solo dan a luz una vez cada dos años, y perder una cría representa un golpe durísimo para la recuperación de la especie.
 

Para Goldsborough, el caso va más allá del comportamiento animal. “Es un espejo que

 

 

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