Bogotá, Colombia -Edición: 804

 Fecha: Viernes 30-05-2025

 

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ESPECIAL

 

 

 

 

 

 

El regreso conservador en la televisión: ¿una moda pasajera o una nueva era cultural?

 

 

 

 

El mensaje es claro: en medio de la polarización política, la televisión estadounidense se está reconfigurando no solo como entretenimiento, sino como herramienta cultural e ideológica.

Colombia, como parte de una región que históricamente ha importado los contenidos de Hollywood, no es ajena a este fenómeno. La presencia de estos productos en la parrilla de cable, en plataformas como Star+, Disney+ o Prime Video, influye también en nuestras conversaciones, estéticas y modelos de conducta. Y aunque nuestra realidad social y política es distinta, el consumo masivo de contenido conservador extranjero puede llegar a reforzar estereotipos que contrarrestan avances locales en representación, inclusión o diversidad.

Aun así, hay esperanza. El éxito de películas como Pecadores, de Ryan Coogler, y series como Paradise y The Pitt, demuestra que aún existe una audiencia masiva para contenidos que abordan realidades complejas y narrativas incluyentes. En otras palabras, la diversidad no es solo un ideal ético, también puede ser una apuesta rentable.

 

 

Pero el mayor riesgo para Hollywood —y para el ecosistema global del entretenimiento— es otro: atar su visión creativa a un momento político transitorio. Las series que hoy se escriben, producirán y grabarán durante los próximos años, podrían estrenar en un contexto radicalmente distinto al actual. Si las elecciones estadounidenses cambian de signo, si el clima social vuelve a exigir justicia racial o igualdad de género, ¿qué sentido tendrán las historias que ahora excluyen esas voces?

Whelan lo resume con sabiduría: "Enganchar la estrategia de contenidos a un momento político que puede no durar hasta las próximas elecciones es corto de miras. Las historias que sobreviven son aquellas que logran conectar con el alma humana, no solo con una ideología".

En última instancia, más allá del rating o las agendas, el futuro de la televisión dependerá de su capacidad para mirar con honestidad el presente, sin renunciar al pluralismo. Porque si el arte imita a la vida, entonces también debe reflejar su diversidad, su conflicto y su esperanza. Y esa es una historia que todos —conservadores, progresistas o apolíticos— deberíamos querer ver.

 

 

Por estos días, mientras miles de espectadores se entretienen con reality shows que parecen sacados de un catálogo de valores tradicionales, en los pasillos de Hollywood se respira algo más que creatividad: se siente el pulso tenso de una industria que, acosada por la crisis, parece estar volviendo la mirada hacia un tipo de contenido que muchos creían superado. El auge de la llamada “televisión conservadora” no es solo una tendencia de programación, sino una declaración ideológica con implicaciones culturales profundas que también resuenan más allá de Estados Unidos, incluso hasta rincones como Colombia, donde las audiencias siguen consumiendo el contenido globalizado de plataformas y canales norteamericanos.

El fenómeno, que tiene como uno de sus estandartes al reality Farmer Wants a Wife, producido por Fox, se ha consolidado en los últimos años como contrapeso a las narrativas más progresistas y diversas que dominaron parte del panorama televisivo tras el movimiento Black Lives Matter y el impulso de la agenda DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión). En esta especie de "vuelta a lo básico", las historias giran en torno a personajes con valores familiares, religiosos y patrióticos, reviviendo el imaginario de una América rural, blanca, conservadora, y a menudo masculina.

 

 

En este contexto, la joven Julia —modelo, estudiante y autoproclamada princesa de Malibú— nos sirve de ejemplo ilustrativo. Aunque afirma rotundamente que no paleará estiércol, su disposición a participar en el juego amoroso con un granjero es una metáfora perfecta de la nueva narrativa: personajes urbanos entrando a un mundo "auténtico", donde la vida gira en torno a la familia, la fe y la tierra. Lejos de la crítica política explícita, este contenido actúa como un espejo simbólico de los valores que una parte significativa del público quiere ver reflejados en la pantalla.

 

La transformación no es casual. Tras la caída en la producción de series y películas —un 30% menos en Los Ángeles en el primer trimestre de 2025— y un entorno donde los ejecutivos de grandes estudios parecen más preocupados por el retorno económico que por la inclusión, la industria ha encontrado en esta “recalibración cultural” una fórmula de supervivencia. Pero la pregunta incómoda es: ¿a qué costo?

 

Hollywood, que alguna vez fue considerado un bastión progresista, ahora baila al ritmo de una narrativa marcada por la administración Trump y su cruzada contra los contenidos “woke”. En este escenario, han cobrado fuerza plataformas como

 

 

 

Truth+, creada por Trump Media and Technology Group, cuyo eslogan es claro: “contenidos cristianos, familiares y no cancelables”. La propuesta ha calado, y no solo en el público conservador. También entre aquellos que, por hastío o desencanto con las luchas sociales, prefieren un entretenimiento que les resulte más “familiar”.

 

Pero esta tendencia no está exenta de polémicas. La repentina cancelación o congelación de proyectos que abordan temas raciales, de género o sexuales ha levantado alarmas entre productores, guionistas y creadores que ven cómo las puertas que se abrieron tímidamente entre 2020 y 2022 vuelven a cerrarse. La productora Carri Twigg, una de las voces más influyentes en el debate, no duda en señalar que estamos frente a una especie de censura disfrazada de corrección empresarial. “Incluso los proyectos ligeramente inclusivos son señalados”, afirma, advirtiendo que el retroceso puede afectar no solo la diversidad creativa, sino también la salud económica de una industria que depende de conectar con públicos diversos.

Y es que los datos lo confirman: más del 50% de la Generación Z en EE. UU. no es blanca, y cerca del 30% se identifica como parte de la comunidad LGBTQ+. Para estos jóvenes, la representación en pantalla no es un lujo, sino una expectativa básica. Y en ese sentido, la tendencia conservadora corre el riesgo de volverse obsoleta antes de consolidarse.

 

Mientras tanto, algunos ejecutivos intentan justificar el giro alegando que “esto es lo que vende”. Colin Whelan, productor con más de 20 años de trayectoria, lo ve con una mirada pragmática: “Las buenas ideas siguen encontrando público, sin importar quién esté en la Casa Blanca”. Su afirmación puede ser cierta, pero el contexto ha cambiado. Ya no se trata solo de buenas ideas, sino de qué tipo de historias se permiten contar.

 

En paralelo, programas como Ozark Law —un seguimiento a departamentos de policía en Missouri— o Shifting Gears, protagonizada por Tim Allen, encuentran éxito con una audiencia sedienta de ley, orden y referencias tradicionales. Incluso se planea el regreso de Duck Dynasty, otro show icónico del conservadurismo televisivo.

 

 

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