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El regreso conservador en la televisión: ¿una moda pasajera o una nueva era cultural?
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El mensaje es claro:
en medio de la polarización política, la televisión estadounidense se está
reconfigurando no solo como entretenimiento, sino como herramienta cultural e
ideológica.
Pero el mayor riesgo para Hollywood —y para el ecosistema global
del entretenimiento— es otro: atar su visión creativa a un momento político
transitorio. Las series que hoy se escriben, producirán y grabarán durante los
próximos años, podrían estrenar en un contexto radicalmente distinto al actual.
Si las elecciones estadounidenses cambian de signo, si el clima social vuelve a
exigir justicia racial o igualdad de género, ¿qué sentido tendrán las historias
que ahora excluyen esas voces?
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Por estos días, mientras miles de espectadores se entretienen con
reality shows que parecen sacados de un catálogo de valores tradicionales, en
los pasillos de Hollywood se respira algo más que creatividad: se siente el
pulso tenso de una industria que, acosada por la crisis, parece estar volviendo
la mirada hacia un tipo de contenido que muchos creían superado. El auge de la
llamada “televisión conservadora” no es solo una tendencia de programación, sino
una declaración ideológica con implicaciones culturales profundas que también
resuenan más allá de Estados Unidos, incluso hasta rincones como Colombia, donde
las audiencias siguen consumiendo el contenido globalizado de plataformas y
canales norteamericanos.
En este contexto, la joven Julia —modelo, estudiante y autoproclamada princesa de Malibú— nos sirve de ejemplo ilustrativo. Aunque afirma rotundamente que no paleará estiércol, su disposición a participar en el juego amoroso con un granjero es una metáfora perfecta de la nueva narrativa: personajes urbanos entrando a un mundo "auténtico", donde la vida gira en torno a la familia, la fe y la tierra. Lejos de la crítica política explícita, este contenido actúa como un espejo simbólico de los valores que una parte significativa del público quiere ver reflejados en la pantalla.
La transformación no es casual. Tras la caída en la producción de
series y películas —un 30% menos en Los Ángeles en el primer trimestre de 2025—
y un entorno donde los ejecutivos de grandes estudios parecen más preocupados
por el retorno económico que por la inclusión, la industria ha encontrado en
esta “recalibración cultural” una fórmula de supervivencia. Pero la pregunta
incómoda es: ¿a qué costo?
Hollywood, que alguna vez fue considerado un bastión progresista,
ahora baila al ritmo de una narrativa marcada por la administración Trump y su
cruzada contra los contenidos “woke”. En este escenario, han cobrado fuerza
plataformas como
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Truth+, creada por Trump Media and Technology Group, cuyo eslogan
es claro: “contenidos cristianos, familiares y no cancelables”. La propuesta ha
calado, y no solo en el público conservador. También entre aquellos que, por
hastío o desencanto con las luchas sociales, prefieren un entretenimiento que
les resulte más “familiar”.
Pero esta tendencia no está exenta de polémicas. La repentina
cancelación o congelación de proyectos que abordan temas raciales, de género o
sexuales ha levantado alarmas entre productores, guionistas y creadores que ven
cómo las puertas que se abrieron tímidamente entre 2020 y 2022 vuelven a
cerrarse. La productora Carri Twigg, una de las voces más influyentes en el
debate, no duda en señalar que estamos frente a una especie de censura
disfrazada de corrección empresarial. “Incluso los proyectos ligeramente
inclusivos son señalados”, afirma, advirtiendo que el retroceso puede afectar no
solo la diversidad creativa, sino también la salud económica de una industria
que depende de conectar con públicos diversos.
Mientras tanto, algunos ejecutivos intentan justificar el giro
alegando que “esto es lo que vende”. Colin Whelan, productor con más de 20 años
de trayectoria, lo ve con una mirada pragmática: “Las buenas ideas siguen
encontrando público, sin importar quién esté en la Casa Blanca”. Su afirmación
puede ser cierta, pero el contexto ha cambiado. Ya no se trata solo de buenas
ideas, sino de qué tipo de historias se permiten contar.
En paralelo, programas como Ozark Law —un seguimiento a
departamentos de policía en Missouri— o Shifting Gears, protagonizada por Tim
Allen, encuentran éxito con una audiencia sedienta de ley, orden y referencias
tradicionales. Incluso se planea el regreso de Duck Dynasty, otro show icónico
del conservadurismo televisivo.
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