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Parece
Que Fue Ayer
Jotamario Arbeláez

Amílkar U
y Gonzalo Arango, fundadores del Nadaísmo, invitan en 1959 al
entierro de la poesía colombiana. |
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¿Teorizar El Futuro?

Sergio E.
González
A falta de aquella calma oculta que trae consigo la normalidad, en
esta cuarentena me he dedicado a escuchar a Bob Dylan como se
escucha un poema: en busca de respuestas. Es evidente que la
virulenta situación actual ha sacudido los pilares de normalidad y
ha reemplazado lo cotidiano por un abismo que nadie, excepto Dylan,
ha podido escudriñar.
Una canción que debería convertirse en el himno de estas horas de
incertidumbre debería ser The Times They Are A-Changin’, Los Tiempos
Están Cambiando. Pues entre esas estrofas que danzan a un compás de
tres cuartos, una que debe llamar especialmente la atención a
quienes, desde las diversas disciplinas intentamos comprender el
mundo, es la segunda. De antemano pido perdón por mi traducción
atropellada, y cito:
“Vengan escritores y críticos que profetizan con su pluma, y
mantengan los ojos bien abiertos: la oportunidad no vendrá de nuevo.
Y no hablen tan pronto, pues la rueda aún gira y no hay forma de
decir quién será el designado”.
Merece atención, repito, porque teorizar el futuro se ha vuelto una
estrategia de marketing, tanto político como académico. No llevaba
el virus más de dos meses en la tierra cuando el filósofo esloveno
Slavoj Žižek sacó su libro “Pandemia”, donde, impulsado por el
hegelianismo más simplón, predijo el fin del capitalismo. Días
después, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han replicó vaticinando
un fortalecimiento en las estructuras del sistema económico actual.
En el contexto nacional, la senadora Cabal se aventura a dar toda
suerte de pronósticos sociales tan abstractos que parecen un mal
chiste, y los petristas aprovechan la caída del Brent para darle
razón a la economía productivista. No son necesarios más ejemplos.
A
lo que voy, simplemente, es a que Dylan nos recuerda, a través de la
imagen de aquella rueda giratoria, que la historia es una máquina en
constante producción que se reinventa a sí misma. Nos dice que la
labor especulativa es causa perdida, y que el trabajo del académico
es el de fijarse en el presente inmediato. No hay mejor ejemplo que
la situación actual: ¿cuánto pronóstico sociopolítico no se fue al
suelo por la aparición repentina de un virus?
Mantener los ojos en el presente es un ejercicio complejo, pero
productivo. Por más errado que suene, bien lo dice Wittgenstein al
inicio de su obra capital: “el mundo es lo que es el caso”. Y el
mundo es lo que es en presente, sin más. Toda reflexión tiene
sentido en el momento en que sus palabras tienen un correlato en la
realidad directa, y de eso se debe ocupar el escritor, el político y
el académico.
El
presente es lo que hay, y no hay más. En esto enfatiza también Dylan
cuando clama: “Mejor comiencen a nadar o se hundirán como una
piedra”, pues, como ha sido evidente siempre, quien mira al infinito
más allá de las estrellas corre el riesgo de caer en un charco.

Suplemento Literario de Noticias5

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Estaba en
Cali, esa tarde de 25 de septiembre de 1976, en la misa de
aniversario de la muerte de papá, en la iglesia de Cristo Rey,
cuando en el momento de la elevación entró mi tío Emilio con la
noticia: “Su amigo se acaba de matar en la carretera de Villa de
Leyva.” ¡Mierda!
Repetí mentalmente esa última palabra que pronunciara Gonzalo
Arango cuando el camión de repollos le reventara el cerebro, según
testimonia Angelita, su amada inglesa, con quien en pocos días
habría de dejar Colombia, como ya había dejado el cigarrillo, la
carne, la prosa y el nadaísmo, para establecerse en la pérfida
Albión.
Yo sostengo que la interjección fue: ¡Dios mío, como yo mismo
me apresuré a cambiarla en ese momento solemne, mientras el
sacerdote pronunciaba el requiescat. En los últimos días cuidaba su
vocabulario. Había hecho las santas paces.
La noche anterior, a la salida de una reunión en la casa de
“La colina de la deshonra” de Eduardo Escobar, con los demás poetas
del grupo donde se hubo de limar asperezas, me despedí besándole la
mejilla –sin el aliento de Judas– porque tal vez sería la última vez
que nos viéramos. Le envié saludos a la reina Isabel y a nuestros
adorados y melenudos caballeros del Imperio Británico. Mientras al
otro día viajaba de regreso directo a la funeraria Gaviria, Eduardo
Escobar se apersonaba de los trámites del refinado difunto, en
compañía de mi novia Matilde Torres, quien le había adquirido su
detonante biblioteca, que pocos meses después se desmoronó. Cuenta
Eduardo que vio cuando le extrajeron el cerebro de la caja del
cráneo y se la rellenaron con un pedazo de suéter

Luís
Ernesto Valencia dice sus poemas en la discoteca La guaca, en Cali,
en 1967, acompañado por Pablus Gallinazo y Jotamario
En vista de mi reciente orfandad, Gonzalo me había conseguido
un puesto de creativo en la pomposa agencia publicitaria Leo Burnett
con “el negro” Gonzalo Meza, y el primer trabajo que tuve que
desempeñar fue redactar los carteles fúnebres de mi maestro y amigo.
La prensa pronosticó que el nadaísmo se disolvería. Pero no. Henos
aquí después de 44. El que se disolvió fue Gonzalo.
Recordé
que ocho años antes, en 1968, en
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Agosto,
cuando el nadaísmo cumplía diez años y Luís Ernesto también, el
llamado “Gigoló de los dioses”, hijastro del Monje Loco, quien se
desempeñaba como cantante en nuestros Festivales de Vanguardia y
como precoz poeta sobre las paredes de su habitáculo, fue arrollado
por un carro manejado por Arne Krag, en la Avenida Colombia de Cali,
mientras venía de la casa de la novia del Monje con una carta donde
Gonzalo Arango nos exhortaba a no dejar morir el nadaísmo. Cuando lo
localizamos en el anfiteatro nos dimos cuenta que en la autopsia le
habían sustituido el cerebro por una toalla de manos.
Y recordé que cinco años después, en la carretera hacia Tunja y
Villa de Leyva, muy cerca de donde Gonzalo había exclamado mierda o
Dios mío, se chocó con la muerte la precoz poetisa María de las
Estrellas, de 13 años, hija de la Maga mi mujer de entonces. El
único movimiento capaz de acabar con el nadaísmo es el
automovilismo, se especuló por entonces.
Con motivo de los 60 años del “inventico” nos han llovido los
homenajes a los vivos y a los muertos. Nunca pensamos que íbamos a
durar tanto a pesar de que Amílkar profetizara que sería la cosa más
eterna que dejaría el siglo XX.

María de las Estrellas a los 12 años.
Los Sagrados Archivos van para la Biblioteca Luis Ángel
Arango y la Antología con 40 poetas para la Biblioteca Nacional.
Todavía nos quedan poemas por escribir, libros por leer, botellas
por consumir y amores por disfrutar. No nos terminó por tratar tan
mal la vida a pesar de los puntapiés que le dimos cuando andábamos
mal de zapatos.
Angelita mantiene en Guatavita encendida la tea que alumbra
la memoria del inolvidable. Los discípulos del profeta continuamos
loando y despotricando de acuerdo con el ejemplo que de él
recibimos.
Informan del cementerio de Andes que han tratado en repetidas
ocasiones de robar sus restos. Han tacado burro los cleptómanos
fetichistas. Los restos del profeta somos nosotros.
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