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Bogotá, Colombia - Edición: 10 - Fecha: Martes  28-04-2020                                                                                                                              

Pgs. 1-14

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 Parece Que Fue Ayer

 

Jotamario Arbeláez

 

 

Amílkar U y Gonzalo Arango, fundadores del Nadaísmo, invitan en 1959 al entierro de la poesía colombiana.

 

 

¿Teorizar El Futuro?

 

 

Sergio E. González

A falta de aquella calma oculta que trae consigo la normalidad, en esta cuarentena me he dedicado a escuchar a Bob Dylan como se escucha un poema: en busca de respuestas. Es evidente que la virulenta situación actual ha sacudido los pilares de normalidad y ha reemplazado lo cotidiano por un abismo que nadie, excepto Dylan, ha podido escudriñar.

Una canción que debería convertirse en el himno de estas horas de incertidumbre debería ser The Times They Are A-Changin’, Los Tiempos Están Cambiando. Pues entre esas estrofas que danzan a un compás de tres cuartos, una que debe llamar especialmente la atención a quienes, desde las diversas disciplinas intentamos comprender el mundo, es la segunda. De antemano pido perdón por mi traducción atropellada, y cito:

“Vengan escritores y críticos que profetizan con su pluma, y mantengan los ojos bien abiertos: la oportunidad no vendrá de nuevo. Y no hablen tan pronto, pues la rueda aún gira y no hay forma de decir quién será el designado”.

Merece atención, repito, porque teorizar el futuro se ha vuelto una estrategia de marketing, tanto político como académico. No llevaba el virus más de dos meses en la tierra cuando el filósofo esloveno Slavoj Žižek sacó su libro “Pandemia”, donde, impulsado por el hegelianismo más simplón, predijo el fin del capitalismo. Días después, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han replicó vaticinando un fortalecimiento en las estructuras del sistema económico actual. En el contexto nacional, la senadora Cabal se aventura a dar toda suerte de pronósticos sociales tan abstractos que parecen un mal chiste, y los petristas aprovechan la caída del Brent para darle razón a la economía productivista. No son necesarios más ejemplos.

A lo que voy, simplemente, es a que Dylan nos recuerda, a través de la imagen de aquella rueda giratoria, que la historia es una máquina en constante producción que se reinventa a sí misma. Nos dice que la labor especulativa es causa perdida, y que el trabajo del académico es el de fijarse en el presente inmediato. No hay mejor ejemplo que la situación actual: ¿cuánto pronóstico sociopolítico no se fue al suelo por la aparición repentina de un virus?

Mantener los ojos en el presente es un ejercicio complejo, pero productivo. Por más errado que suene, bien lo dice Wittgenstein al inicio de su obra capital: “el mundo es lo que es el caso”. Y el mundo es lo que es en presente, sin más. Toda reflexión tiene sentido en el momento en que sus palabras tienen un correlato en la realidad directa, y de eso se debe ocupar el escritor, el político y el académico.

El presente es lo que hay, y no hay más. En esto enfatiza también Dylan cuando clama: “Mejor comiencen a nadar o se hundirán como una piedra”, pues, como ha sido evidente siempre, quien mira al infinito más allá de las estrellas corre el riesgo de caer en un charco.

 

Suplemento Literario de Noticias5

 

 

 

Estaba en Cali, esa tarde de 25 de septiembre de 1976, en la misa de aniversario de la muerte de papá, en la iglesia de Cristo Rey, cuando en el momento de la elevación entró mi tío Emilio con la noticia: “Su amigo se acaba de matar en la carretera de Villa de Leyva.” ¡Mierda!


    Repetí mentalmente esa última palabra que pronunciara Gonzalo Arango cuando el camión de repollos le reventara el cerebro, según testimonia Angelita, su amada inglesa, con quien en pocos días habría de dejar Colombia, como ya había dejado el cigarrillo, la carne, la prosa y el nadaísmo, para establecerse en la pérfida Albión.

    Yo sostengo que la interjección fue: ¡Dios mío, como yo mismo me apresuré a cambiarla en ese momento solemne, mientras el sacerdote pronunciaba el requiescat. En los últimos días cuidaba su vocabulario. Había hecho las santas paces.


    La noche anterior, a la salida de una reunión en la casa de “La colina de la deshonra” de Eduardo Escobar, con los demás poetas del grupo donde se hubo de limar asperezas, me despedí besándole la mejilla –sin el aliento de Judas– porque tal vez sería la última vez que nos viéramos. Le envié saludos a la reina Isabel y a nuestros adorados y melenudos caballeros del Imperio Británico. Mientras al otro día viajaba de regreso directo a la funeraria Gaviria, Eduardo Escobar se apersonaba de los trámites del refinado difunto, en compañía de mi novia Matilde Torres, quien le había adquirido su detonante biblioteca, que pocos meses después se desmoronó. Cuenta Eduardo que vio cuando le extrajeron el cerebro de la caja del cráneo y se la rellenaron con un pedazo de suéter

 

 

Luís Ernesto Valencia dice sus poemas en la discoteca La guaca, en Cali, en 1967, acompañado por Pablus Gallinazo y Jotamario


    En vista de mi reciente orfandad, Gonzalo me había conseguido un puesto de creativo en la pomposa agencia publicitaria Leo Burnett con “el negro” Gonzalo Meza, y el primer trabajo que tuve que desempeñar fue redactar los carteles fúnebres de mi maestro y amigo. La prensa pronosticó que el nadaísmo se disolvería. Pero no. Henos aquí después de 44. El que se disolvió fue Gonzalo.

 

Recordé que ocho años antes, en 1968, en

 

 

 

Agosto, cuando el nadaísmo cumplía diez años y Luís Ernesto también, el llamado “Gigoló de los dioses”, hijastro del Monje Loco, quien se desempeñaba como cantante en nuestros Festivales de Vanguardia y como precoz poeta sobre las paredes de su habitáculo, fue arrollado por un carro manejado por Arne Krag, en la Avenida Colombia de Cali, mientras venía de la casa de la novia del Monje con una carta donde Gonzalo Arango nos exhortaba a no dejar morir el nadaísmo. Cuando lo localizamos en el anfiteatro nos dimos cuenta que en la autopsia le habían sustituido el cerebro por una toalla de manos.


Y recordé que cinco años después, en la carretera hacia Tunja y Villa de Leyva, muy cerca de donde Gonzalo había exclamado mierda o Dios mío, se chocó con la muerte la precoz poetisa María de las Estrellas, de 13 años, hija de la Maga mi mujer de entonces. El único movimiento capaz de acabar con el nadaísmo es el automovilismo, se especuló por entonces.

Con motivo de los 60 años del “inventico” nos han llovido los homenajes a los vivos y a los muertos. Nunca pensamos que íbamos a durar tanto a pesar de que Amílkar profetizara que sería la cosa más eterna que dejaría el siglo XX.

 


María de las Estrellas a los 12 años.


    Los Sagrados Archivos van para la Biblioteca Luis Ángel Arango y la Antología con 40 poetas para la Biblioteca Nacional. Todavía nos quedan poemas por escribir, libros por leer, botellas por consumir y amores por disfrutar. No nos terminó por tratar tan mal la vida a pesar de los puntapiés que le dimos cuando andábamos mal de zapatos.


    Angelita mantiene en Guatavita encendida la tea que alumbra la memoria del inolvidable. Los discípulos del profeta continuamos loando y despotricando de acuerdo con el ejemplo que de él recibimos.


   Informan del cementerio de Andes que han tratado en repetidas ocasiones de robar sus restos. Han tacado burro los cleptómanos fetichistas. Los restos del profeta somos nosotros.

 

 

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