Bogotá, Colombia -Edición: 616

 Fecha: Domingo 17-03-2024

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\\ OPINIÓN //

 

 

 

EDITORIAL

 

¿Es razonable odiar?

 

Desde tiempos antiguos los explotadores de la mano de obra humana, unos a la fuerza, otros por la inteligencia en el diseño y construcción de maquinarias. Algunos propietarios de tierras, semillas, ganados e insumos y los poseedores de la moneda que se establece como valor de cambio, con sorna y como quien no quiere la cosa, sostienen que cuando las máquinas trabajen, la humanidad no necesitará de trabajar. El momento esperado de este acontecimiento está por llegar. La pregunta es: ¿las máquinas tendrán dueño privado o colectivo?

En tanto que esa vaina no suceda, por el momento, es indispensable que, durante cada jornada diaria, la humanidad en pleno dedique unas horas al día a faenas productivas y reproductivas. Lo cierto es que el trabajo es el intercambio entre el hombre y la naturaleza, y la abolición de éste, hoy y mañana, no es posible. Pero lo que sí es posible es la supresión del trabajo enajenado o alienado en el que mujeres y hombres sin dignidad alguna, a cambio de un salario sacrifican la jornada de su tiempo de vida.

 

Cuando el estatus se ve amenazado, se manifiesta el terror de la amenaza autoritaria, de los que estando en el poder durante doscientos años para mantener sus privilegios eran defensores acérrimos de las instituciones. En particular el representante del poder ejecutivo, elegido por mayoría de los electores en el régimen presidencialista, a quien por ningún motivo se le podía dar un Golpe de Estado.

 

Los opositores de Gustavo Petro tendrán que aprender a moderar su enconado odio y, pueden hacerlo de manera razonable argumentando con veracidad en el Congreso de la República sus objeciones a cada uno de los proyectos que presenta el gobierno con el ánimo de hacer un mejor vivir para el pueblo soberano, dejando de lado la práctica de abandonar el recinto del debate para impedir el quórum y así sabotear sin argumento alguno el contenido de las reformas propuestas. Además, dejar de incitar a sus seguidores a la intención de fraguar un Golpe de Estado, pues sólo así tendrán coherencia con la defensa de las instituciones. Ello se hace con respeto por las personas que las representan.

El odio contra el explotado y el odio contra la explotación, los explotadores y la opresión es un sentimiento humano. Las relaciones sociales de producción y la justa distribución de los excedentes generados por el trabajo humano están cargados de un odio en el que subyace el egoísmo, la mezquindad y la envidia de todos aquellos que para odiar y despreciar a otros necesitan de una escala social de jerarquías en la que unos están de manera codiciosa por sobre otros a quienes menosprecian y otros están por debajo de aquellos a quienes envidian.

 

En esta situación se hace indigna la prédica de “Amad a vuestros enemigos sin eliminarlos”. En Colombia, las múltiples ciudadanías, ante el rencor exacerbado le han exigido a los agentes del odio que le den una oportunidad a la paz para poder llegar a un contrato social con algunos acuerdos sobre asegurar los derechos fundamentales, sin el encono de la brutalidad y la crueldad.

 

 

 

Una guerra que nunca termina

Por: Zahur Klemath Zapata

zapatazahurk@gmail.com  

 

Nací en medio de la segunda guerra mundial y aun las batallas continuaban en menor escala. Pero seguía la guerra. Fueron tiempos difíciles para la humanidad, pero nada nuevo en la actualidad.

El siglo 20 estuvo en guerras de todos los tonos y se descubrieron medicinas que han alargado la vida y calidad de ella, además la tecnología abrió nuevas puertas al conocimiento para darnos mayores posibilidades de vivir como seres humanos en óptimas condiciones. Hoy podemos decir que vivimos más años con una calidad de vida que no se había vivido.

Pero no todo es maravilla. Millones de personas mueren en múltiples circunstancias, al igual que la medicina no les llega a todos ni la comida. Todo es circunstancial, pero seguimos viviendo como si nada pasara.

Estamos en el siglo 21 y no hay gran diferencia entre el pasado y el presente, simplemente han cambiado de personajes y protagonistas a pesar que otros continúan en el mismo estatus de la vida.

La gran mayoría de la gente no ha madurado como para intervenir en la vida social y hacer que se den las cosas como realmente se deben dar para que la equidad y el bienestar humano alcance para todos. Vivimos, sí, pero igual que las mansas aguas que pasan por debajo del puente existencial.

Las noticias llegan a medias, y casi todos mienten sobre lo que está pasando, porque a veces es mejor no poner atención a la realidad de la vida y así no sentirse afectado por el medio en que vivimos.

El planeta todos los días pierde habitantes y la gente no lo percibe, porque no hay conciencia de la existencia misma. Somos una masa amorfa que se mueve como las olas del mar y nadie escucha el golpe de ellas contra las rocas. Tantas cosas están pasando aquí y allá que parece normal.

Los crímenes que se cometen a diario por parte de quienes trabajan en el Estado quedan impunes, porque quienes trabajan en el Estado son tan corruptos como quienes los eligen porque viven de esa corrupción. Y todos lo sabemos. Pero el silencio cómplice de todo es más saludable que hacer presencia y luchar porque todo sea equilibrado.

Colombia está en un agujero insondable por donde transitan delincuentes y santos pecadores que creen que van a redimir a pecadores que no tienen salvación, porque ya nada los salva. Jamás serán seres de bien. Porque no lo conocen y porque sus vidas han estado en la parte negativa de la vida.

Miro desde afuera y trato de tener fe de que algo va pasar para bien, pero no veo la salida del túnel ni vehículos que la crucen buscando
salvar lo que queda. Simplemente hay un túnel por donde todos estamos

 

 

 

transitando sin que nos veamos los unos a los otros. Simplemente transitamos pensando que quizás en un futuro todo cambie.

Pero es solo una ilusión como si fuera un espejismo en el desierto.

 

QUÉ LEE GARDEAZABAL

“Cartagena” del historiador Alfonso Múnera, editado por Grupo Puerto de Cartagena

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal

Audio:

 

https://www.youtube.com/watch?v=qDLmTGnjWws

Este libro es tan lujosamente editado que su altísimo contenido histórico naufraga como los galeones que ayudaron a hacer a Cartagena lo que el profesor Múnera cuenta, en detalle y perfectamente hilvanado, que ha sido y es la ciudad amurallada.

Yo había leído del nunca bien valorado profesor Alfonso Múnera Cavadia un ensayo de siete suelas como prólogo de la reedición de la Reforma Política de Rafael Núñez, pero leyendo este libro sobre el origen y las travesuras por las que ha pasado Cartagena en 500 años, hay que repetir el gesto olvidado de los caballeros franceses y descubrir la cabeza quitándose el sombrero.

Leyéndole uno se recrea con la Cartagena de Pedro de Heredia pero al mismo tiempo se instruye con las razones para haberla convertido en el epicentro de la conquista y colonia española. Así mismo hay un despliegue de análisis económico y político de la evolución a saltos y retrocesos de una ciudad que soportó con más heroísmo que conciencia desde los corsarios que la asaltaban hasta los brazos asfixiantes del abandono centralista.

Cartagena es un libro para mirar en detalles la importancia de su bahía y de su puerto en la vida colombiana, pero también para entender como la mezcla de las razas primigenias construyeron el cartagenero mestizo que se enorgulleció con Núñez y ahora se ha adaptado al turismo sintiéndose capaz de asumir cambios e ilusiones para volverlos realidades.

No es un libro perfecto pero aunque los aplausos no dejan ver la muletilla profesoral de creer que todos sus potenciales lectores no tienen memoria de lo que han leído y necesitan ser avisados de antemano de lo que vendrá después, sus páginas valoradas en conjunto resultan antológicas para poder entender porque la ciudad amurallada ha sido propiedad de todos los colombianos y faro de esperanza en la tranquilidad de sus calles reservadas inconscientemente para guardar la historia y presentarla al futuro con orgullo.

Es un libro para leer con admiración pero desde la facilidad de una mesa o de un escritorio, no desde la comodidad de una poltrona porque físicamente es tan pesado como satisfactorio resulta al final para cualquier lector.

El Porce, marzo 17 del 2024

 

 

 

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