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EDITORIAL
¿Es
razonable odiar?
Desde tiempos antiguos los
explotadores de la mano de obra humana, unos a la fuerza, otros
por la inteligencia en el diseño y construcción de maquinarias.
Algunos propietarios de tierras, semillas, ganados e insumos y
los poseedores de la moneda que se establece como valor de
cambio, con sorna y como quien no quiere la cosa, sostienen que
cuando las máquinas trabajen, la humanidad no necesitará de
trabajar. El momento esperado de este acontecimiento está por
llegar. La pregunta es: ¿las máquinas tendrán dueño privado o
colectivo?
En tanto que esa vaina no suceda, por el momento, es
indispensable que, durante cada jornada diaria, la humanidad en
pleno dedique unas horas al día a faenas productivas y
reproductivas. Lo cierto es que el trabajo es el intercambio
entre el hombre y la naturaleza, y la abolición de éste, hoy y
mañana, no es posible. Pero lo que sí es posible es la supresión
del trabajo enajenado o alienado en el que mujeres y hombres sin
dignidad alguna, a cambio de un salario sacrifican la jornada de
su tiempo de vida.
Cuando el estatus se ve
amenazado, se manifiesta el terror de la amenaza autoritaria, de
los que estando en el poder durante doscientos años para
mantener sus privilegios eran defensores acérrimos de las
instituciones. En particular el representante del poder
ejecutivo, elegido por mayoría de los electores en el régimen
presidencialista, a quien por ningún motivo se le podía dar un
Golpe de Estado.
Los opositores de Gustavo
Petro tendrán que aprender a moderar su enconado odio y, pueden
hacerlo de manera razonable argumentando con veracidad en el
Congreso de la República sus objeciones a cada uno de los
proyectos que presenta el gobierno con el ánimo de hacer un
mejor vivir para el pueblo soberano, dejando de lado la práctica
de abandonar el recinto del debate para impedir el quórum y así
sabotear sin argumento alguno el contenido de las reformas
propuestas. Además, dejar de incitar a sus seguidores a la
intención de fraguar un Golpe de Estado, pues sólo así tendrán
coherencia con la defensa de las instituciones. Ello se hace con
respeto por las personas que las representan.
El odio contra el explotado y el odio contra la explotación, los
explotadores y la opresión es un sentimiento humano. Las
relaciones sociales de producción y la justa distribución de los
excedentes generados por el trabajo humano están cargados de un
odio en el que subyace el egoísmo, la mezquindad y la envidia de
todos aquellos que para odiar y despreciar a otros necesitan de
una escala social de jerarquías en la que unos están de manera
codiciosa por sobre otros a quienes menosprecian y otros están
por debajo de aquellos a quienes envidian.
En esta situación se hace
indigna la prédica de “Amad a vuestros enemigos sin eliminarlos”.
En Colombia, las múltiples ciudadanías, ante el rencor
exacerbado le han exigido a los agentes del odio que le den una
oportunidad a la paz para poder llegar a un contrato social con
algunos acuerdos sobre asegurar los derechos fundamentales, sin
el encono de la brutalidad y la crueldad.
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Una guerra que nunca termina

Por: Zahur
Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Nací en medio de la segunda guerra mundial y aun
las batallas continuaban en menor escala. Pero seguía la guerra.
Fueron tiempos difíciles para la humanidad, pero nada nuevo en
la actualidad.
El siglo 20 estuvo en guerras de todos los tonos y se
descubrieron medicinas que han alargado la vida y calidad de
ella, además la tecnología abrió nuevas puertas al conocimiento
para darnos mayores posibilidades de vivir como seres humanos en
óptimas condiciones. Hoy podemos decir que vivimos más años con
una calidad de vida que no se había vivido.
Pero no todo es maravilla. Millones de personas mueren en
múltiples circunstancias, al igual que la medicina no les llega
a todos ni la comida. Todo es circunstancial, pero seguimos
viviendo como si nada pasara.
Estamos en el siglo 21 y no hay gran diferencia entre el pasado
y el presente, simplemente han cambiado de personajes y
protagonistas a pesar que otros continúan en el mismo estatus de
la vida.
La gran mayoría de la gente no ha madurado como para intervenir
en la vida social y hacer que se den las cosas como realmente se
deben dar para que la equidad y el bienestar humano alcance para
todos. Vivimos, sí, pero igual que las mansas aguas que pasan
por debajo del puente existencial.
Las noticias llegan a medias, y casi todos mienten sobre lo que
está pasando, porque a veces es mejor no poner atención a la
realidad de la vida y así no sentirse afectado por el medio en
que vivimos.
El planeta todos los días pierde habitantes y la gente no lo
percibe, porque no hay conciencia de la existencia misma. Somos
una masa amorfa que se mueve como las olas del mar y nadie
escucha el golpe de ellas contra las rocas. Tantas cosas están
pasando aquí y allá que parece normal.
Los crímenes que se cometen a diario por parte de quienes
trabajan en el Estado quedan impunes, porque quienes trabajan en
el Estado son tan corruptos como quienes los eligen porque viven
de esa corrupción. Y todos lo sabemos. Pero el silencio cómplice
de todo es más saludable que hacer presencia y luchar porque
todo sea equilibrado.
Colombia está en un agujero insondable por donde transitan
delincuentes y santos pecadores que creen que van a redimir a
pecadores que no tienen salvación, porque ya nada los salva.
Jamás serán seres de bien. Porque no lo conocen y porque sus
vidas han estado en la parte negativa de la vida.
Miro desde afuera y trato de tener fe de que algo va pasar para
bien, pero no veo la salida del túnel ni vehículos que la crucen
buscando salvar
lo que queda. Simplemente hay un túnel por donde todos estamos
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transitando sin que nos veamos los unos a los
otros. Simplemente transitamos pensando que quizás en un futuro
todo cambie.
Pero es solo una ilusión como si fuera un espejismo en el
desierto.
QUÉ LEE GARDEAZABAL
“Cartagena” del historiador
Alfonso Múnera, editado por Grupo Puerto de Cartagena

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Audio:
https://www.youtube.com/watch?v=qDLmTGnjWws
Este libro es tan lujosamente editado que su altísimo contenido
histórico naufraga como los galeones que ayudaron a hacer a
Cartagena lo que el profesor Múnera cuenta, en detalle y
perfectamente hilvanado, que ha sido y es la ciudad amurallada.
Yo había leído del nunca bien valorado profesor Alfonso Múnera
Cavadia un ensayo de siete suelas como prólogo de la reedición
de la Reforma Política de Rafael Núñez, pero leyendo este libro
sobre el origen y las travesuras por las que ha pasado Cartagena
en 500 años, hay que repetir el gesto olvidado de los caballeros
franceses y descubrir la cabeza quitándose el sombrero.
Leyéndole uno se recrea con la Cartagena de Pedro de Heredia
pero al mismo tiempo se instruye con las razones para haberla
convertido en el epicentro de la conquista y colonia española.
Así mismo hay un despliegue de análisis económico y político de
la evolución a saltos y retrocesos de una ciudad que soportó con
más heroísmo que conciencia desde los corsarios que la asaltaban
hasta los brazos asfixiantes del abandono centralista.
Cartagena es un libro para mirar en detalles la importancia de
su bahía y de su puerto en la vida colombiana, pero también para
entender como la mezcla de las razas primigenias construyeron el
cartagenero mestizo que se enorgulleció con Núñez y ahora se ha
adaptado al turismo sintiéndose capaz de asumir cambios e
ilusiones para volverlos realidades.
No es un libro perfecto pero aunque los aplausos no dejan ver la
muletilla profesoral de creer que todos sus potenciales lectores
no tienen memoria de lo que han leído y necesitan ser avisados
de antemano de lo que vendrá después, sus páginas valoradas en
conjunto resultan antológicas para poder entender porque la
ciudad amurallada ha sido propiedad de todos los colombianos y
faro de esperanza en la tranquilidad de sus calles reservadas
inconscientemente para guardar la historia y presentarla al
futuro con orgullo.
Es un libro para leer con admiración pero desde la facilidad de
una mesa o de un escritorio, no desde la comodidad de una
poltrona porque físicamente es tan pesado como satisfactorio
resulta al final para cualquier lector.
El Porce, marzo 17 del 2024
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