|
Contratiempo

Por: Jotamario Arbeláez
Y vivo todavía
No son muchos los mortales de a pie que alcanzan a enmochilar
los dones del mundo, por obra y gracia de lo que hicieron en
vida, y de lo que hicieron los compañeros del equipo que ya se
fueron. Y no sólo que eso les pase, sino disponer de una tribuna
para contarlo sin ufanía. Es lo que me viene pasando, y todo por
andareguear por los prados de la pelona.
Tener el privilegio de ver la obra poética completa -Mi reino
por este mundo- publicada en dos novedosas y preciosas
ediciones, la de la Universidad del Valle y la del FCE, más un
documental de Telepacífico con el mismo título, y aparte de ello
la edición bilingüe con versión francesa por Escarabajo
editorial de Mi crucifixión rosada, recuento de la pasión gozosa
y dolorosa con mi primer amorío, a semejanza de la de Miller que
lo llevó a escribir Sexus, Nexus y Plexus, y para completar ver
en las vitrinas de las librerías el testimonio de la
sobrevivencia a la fake news de mi expiración que en algo
conmovió mi mundillo que no es pequeño, Y vivo todavía, bajo el
sello Planeta, es una concesión del azar venturoso, como
compruebo ahora que abro el libro ya despastado Trece poetas
nadaístas que publicara Gonzalo Arango en 1962 con los
fundadores de su movimiento nadaísta, y me descubro como el
único sobreviviente en la balsa que durante tanto tiempo
remamos. Pero, en lugar de ufanarme por este milagro concedido
por los maestros espirituales que me han guiado la vida, San
Nicolás de Tolentino y San Agustín de Hipona, se me escurren las
lágrimas que tenía en la represa.
En la primera
parte del libro consigno las cercanías de la muerte que tuve en
la infancia y adolescencia, cuando estallaron en Cali los
camiones con dinamita en 1956,
|
|
cuando la matanza de
la Casa liberal en 1949, cuando me persiguió el Monstruo de los
mangones, y cuando creí leer en un informe médico que poseía un
cáncer maligno.
En la segunda parte narro de mis pretendidas orgias con la
malquerida, que no tenía nada de parca. De cómo en mi modesto
palacete de Villa de Leyva, en la Montaña mágica, cuando cierro
el Necronomicón de Lovekraft y mi mujer duerme indiferente
entregada solo a sus sueños, bajo a la sala y allí suele
visitarme la catrina, por lo general en forma de una bella
actriz del cine coquetamente ataviada, y con mi vaso de whisky y
su copa de hielo hablamos largamente acerca de los misterios de
la existencia -y hasta del diablo al que ella no le guarda
ninguna simpatía- y algunas veces hemos estado a punto de caer
en la concupiscencia carnal, pero como no soy bobo caigo en la
cuenta de que si sucumbo
voy a quedar hecho polvo de estrellas, y sospecho que cuando ella
se desnude lo que voy a ver es un costal de huesos, le digo que suspendamos la
visita ya que mi mujer me llama del piso de arriba dispuesta a todo, y
que continuamos mañana nuestro palique. Y eso que
no estoy bajo el efecto de ninguna droga lisérgica, pues fumé marihuana hasta
que me supo
|
|
a cacho, sino bajo
la influencia de la realidad encantada. En la que entrarán todos los que se
decidan a leer ese libro del único ser humano poeta que ha confesado por sus
columnas de prensa, transformadas en cantos, que le ha tocado el culo a la
muerte y ha sobrevivido para contarlo y celebrarlo. La realidad encantada es lo
que encierra nuestra literatura, ya que no cabe dentro del realismo mágico.
La tercera parte reproduce muchas de las noticias publicadas por
periódicos y revistas y divulgadas por la radio y por las redes
sociales. Y la cuarta mi reacción literaria al, a la vez,
siniestro y pintoresco episodio que tuvo como final feliz la
publicación de este libro que me dicen se está vendiendo como
pan caliente. Y la cuarta el registro de las bienaventuranzas
ocurridas en ocasión de mi reciente viaje al otro mundo con
tiquete de regreso. Tanto Y vivo todavía como Mi reino por este
mundo valen 69 mil pesos, en honor a mi antepasada libídine.
P.D. Cerrando este escrito recibo noticia de que he ganado un
nuevo Premio a la Vida y a la Obra, esta vez del Gremio Poético
Colombiano. Enbuenahora.
|
|