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COLUMNISTA |
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Carne de diablo para la familia
Por: Jotamario Arbeláez
Me cuidé en mi
primera juventud de contraer matrimonio, como hizo la mayoría de
mis amigos anarquistas, agnósticos y misógamos, por la sola
razón de que las relaciones por ese tiempo eran más que
efímeras, y la revancha de las mujeres con los maridos abiertos
era no dejarles volver a ver a sus hijos, y menos si no
sufragaban sus manutenciones.
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sentí capaz de sugerir el aborto de semejante culicagada cuya
matriz inauguraba, y en vez de pedir su mano di el brazo a torcer, pero sólo el
brazo. Ha toda una vida, ya pagamos la casa, nació el varón, y aquí seguimos en
idénticos arrumacos.
Suelen —cuando se separan las mujeres ardidas— conseguirse los suplentes más raros, los más antípodas del abominado titular, para que éste sienta más duro el mordisco. Esto le sucedió, según informa el periódico El Tiempo, al supuesto Juan Zuluaga, un albañil de Medellín, quien se allegó a una casa de Justicia y Paz con el siguiente cuento, posteriormente confirmado por la señora:
Se habían casado hace 16 y ella le había dado tres hijos, a la
fecha de 5 y 12 años las niñas y 10 el niño. Separados hace dos años, ella venía
teniendo relaciones con un adepto del infierno, y al quedarse sin trabajo de
empleada doméstica, éste la recogió en un taxi, la condujo a la fuerza a una
finca adonde después le llevó —también secuestrados— a dos de los niños, y allí,
con otros jóvenes, celebraban ritos en honor del Maligno. Un día desenterraron
un cadáver y en presencia de los niños rezaron torvas oraciones alrededor de ese
cuerpo. Lo único grato era que los alimentaban con carnita cocida, que sabía a
marrano. Un día |
uno de los jóvenes sacerdotisos de La Misión —que así se llama la secta— les preguntó que cómo sentían el condumio y ellos le contestaron, ingenuamente, que bueno. Pues ahora viene lo mejor, les dijo, les condujo a la olla, alzó la tapa, y vieron horrorizados cómo extraía de ella por los pelos una cabeza humeante. Ese día iban a culminar con el “plato fuerte”.
De alguna forma la
señora logró llamar a su hermana, ésta avisó a la policía y aquesta —siguiendo
rastros telefónicos— rescató a la familia, capturó a los sectarios, mas no al
misterioso padrastro.
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