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COLUMNISTA |
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Comienzos del acabose
Por: Jotamario Arbeláez
A estas alturas de
la vida, con toda la noche por delante, no hay nada mejor que
prenderse uno de esas páginas de borradores regadas por los
cajones, para hacer la evocación de lo que cree que fue uno y de
lo que hizo que no fue tan poco como lo refieren los críticos
pero que se hizo con toda la pasión de quienes llamaríamos
“enviados” o “autoelegidos”.
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había ingresado a ese nuevo mundo que nos descubrieron los monstruos.
Me dejé romper la obra completa que para lo único que me había
servido hasta ese momento era para romper rabos, pues comencé a escribir poemas
a raíz de unas calabazas que me diera Gloria Sánchez, una chica muy linda de un
barrio marginal donde iba a visitarla todas las noches en bicicleta, y tuvimos
la ilusión durante varios meses de ser novios hasta que un compañero me preguntó
si me le había declarado y le dije que claro que no, entonces cómo pueden ser
novios si no han oficializado, por lo cual organicé mis palabras para
manifestarle mi amor, que sería punto menos que eterno, pues era la mujer más
bella y más pura que habían tocado mis ojos, si a partir de ese momento me daba
el sí, y naturalmente me dijo no, pues según me comentó más tarde, la sola
mención de la palabra eternidad le hacía doler la cabeza.
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bota
angostísima con doblés estilo tarro y chaqueta
de paño por lo general de cuadros con solapas anchas —como ancha era la pretina
del pantalón por encima de la correa bien angosta— y cuyos bordes daban hasta
cuatro dedos más abajo del largo de la mano. Zapatos combinados y con
puntera punteada, más una rodaja extra de suela en los tacones por aquello de la
estatura. El cabello, que formaba una bomba sobre la frente llamada “mota”, se
apretaba con gomina en los parietales y se entrecruzaba en la perpendicular del
occipital. Al caminar, oscilaba sus brazos por detrás del cuerpo y las puntas de
los zapatos apuntaban hacia los lados. Su ídolo era Daniel Santos, quien en Cali
tuvo un sosías, el cantante Tito Cortés, introductor de la yerba en el tablado
de los artistas del ritmo. El camaján, también llamado “pachuco”, era el
preferido como chulo por las prostitutas de postín. Cada vez que se encontraba
con alguien lo primero que expresaba era “uy, hermano”, oración heredada de los
tristes cómicos mexicanos Resortes y Clavillazo, que marcaban la tónica gracias
a los Laboratorios Churubusco Azteca. Su jerga impuso la palabra “legal” como
sinónimo de bueno, disfrutable, agradable. De allí armé en un arrebato iluminado
esa frase famosa que me condujo a la publicidad hasta jubilarme: “¿Qué necesidad
hay de legalizar la marihuana, si la marihuana es ‘legal’?”, utilizada después
por Ernesto Samper para su campaña hacia la presidencia de la república, que se
le andaba trabando.
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