Bogotá, Colombia -Edición: 764

 Fecha: Miércoles 26-02-2025

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\\ OPINIÓN //

 

 

 

EDITORIAL

 

Delirio del fanático

 

La devoción por figuras públicas ha sido una constante en la historia. Desde tiempos inmemoriales, las masas han idolatrado a líderes, artistas y deportistas, atribuyéndoles un estatus casi místico e incluso divinos. Sin embargo, en la actualidad, este fenómeno parece haber alcanzado niveles insólitos, donde la línea entre la admiración y la irracionalidad se desdibuja con facilidad.

El coleccionismo de objetos relacionados con personalidades famosas no es algo nuevo. Desde prendas de vestir hasta autógrafos, los seguidores buscan aferrarse a cualquier vestigio de sus ídolos. Pero, ¿hasta dónde puede llegar esta devoción? Cuando un simple objeto cotidiano, sin valor intrínseco, se convierte en una mercancía de alto precio por el simple hecho de haber estado en contacto con una celebridad, el debate sobre los límites del fanatismo se hace necesario.

La cultura de la adoración extrema está alimentada por las redes sociales, donde cada movimiento de las figuras públicas es documentado y amplificado. Lo que antes era una admiración discreta se ha transformado en una competencia por demostrar quién es el seguidor más leal. Esta competencia ha llevado a situaciones tan surrealistas como la puja por objetos triviales, en una suerte de mercantilización del fanatismo.

No se trata de cuestionar la pasión por un artista o la emoción de compartir una conexión simbólica con ellos. El problema surge cuando esta devoción se convierte en una obsesión desmedida, donde el criterio y la racionalidad se ven desplazados por el fervor descontrolado. La idolatría extrema también abre la puerta a la explotación comercial de esta emocionalidad, con personas dispuestas a lucrarse vendiendo experiencias y objetos con un valor artificialmente inflado.

 

Es fundamental reflexionar sobre el impacto de estos comportamientos en la sociedad y en las nuevas generaciones. La cultura del fanatismo exacerbado no solo distorsiona la percepción de la realidad, sino que también puede fomentar actitudes poco saludables. Admirar a un artista, celebrar su legado y compartir su arte es una cosa; convertir su existencia en un objeto de culto, otra muy distinta.

En un mundo donde la línea entre lo simbólico y lo irracional se vuelve cada vez más delgada, quizá sea momento de preguntarnos: ¿es realmente necesario pagar por una conexión que, en esencia, debería ser emocional y no material?

 

 

 

Las preguntas salen sin respuestas

Por: Zahur Klemath Zapata

zapatazahurk@gmail.com  

 

Desde que tengo conocimiento sobre la vida pública en Colombia, siendo muy pequeño escuche hablar de personajes siniestros que gobernaban el país. Eso fue en los años 50s. Era otra época donde reinaba la ignorancia popular y la gente creía en partidos políticos al igual que la religión.

 

La idiosincrasia de estas sociedades que habitan el continente están muy apegadas a las creencias religiosas y políticas, muy poco en el raciocinio intelectual que otras tienen y han logrado avanzar en su bienestar humano. Los jefes de los cultos son los orientadores y
manipuladores de las personas que carecen de independencia intelectual y buscan allí llenar ese vacío y funcionar como súbditos de ese epicentro de donde les absorbe y les alimenta el raciocinio elemental.

Una sociedad de élites es muy difícil que avance y se congregue como una empresa social y no de líderes. Mientras permanezca unida a un liderazgo no va a poder avanzar porque normalmente los líderes son psicópatas y son los dueños de lo existente sin que nadie se dé por aludido. Excepto los independientes, autónomos o empresarios.

Lo que está pasando en la actualidad es que ya está entronizado un líder que no tiene respeto por sí ni por la sociedad que lo ha elegido. Sus faltas de asistencia demuestran que hay algo enfermizo en él, algo que no está claro en su récord médico o de quienes manejan su agenda laboral. Él ha sido elegido para administrar un país y manejar los bienes de los colombianos, porque Colombia no es una monarquía donde se ha nombrado un gobernante.

En derecho existe un precepto, como se hace se deshace. De esta forma lo que quedó mal tejido se deshace para volverlo a tejer con mejores tejedoras. Esta ha sido la regla que se ha venido empleando en naciones donde la sociedad presiente que algo malo va a pasar o está pasando.

Colombia es un país pequeño, a pesar que tiene millones de habitantes y su economía es muy frágil. El dólar es una moneda fluctuante que depende de muchos movimientos económicos a nivel mundial para su estabilidad.

El peso colombiano podría ser una moneda dura si sus genios economistas supieran hacer lo que realmente se debe hacer. En Colombia hay más de dos trillones de dólares almacenados en millones de familias que los han ahorrado de sus trabajos secretos, pero están ahí, El gobierno americano lo sabe y está en silencio. Porque está usando ese dinero en su contabilidad para poder girar dinero respaldado en ese guardado.

 

 

 

Hay un mal manejo en la economía en este momento porque el líder está ausente y sus alfiles no saben dónde están parados.

No hay que asustarse, lo que hay que hacer es organizarse y trabajar para que el país se monte en los riles que realmente debe estar.

 

SED DE ORO EN PORCE
Crónica #1063

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal

 

Audio: https://youtu.be/3Q4P0ztA5-U

 

Mi abuelo Pablo Alvarez Maya era un minero de las orillas del río Porce. Dotado de la altura corporal y el vozarrón de los Maya, hasta llegó a ser capataz de La Bramadora, la mina más grande que existió en esas vegas auríferas.

Muchas de las historias que me han contado sobre las lomas del cañón del rio van de la mano de los tragos aguardienteros que el viejo dizque se pegaba.

Todas arrancan desde el sitio donde caía el salto de Guadalupe e iban hasta los predios del Limón, en Anorí. Por mi recuerdo pasan entonces fugaces nombres de veredas quizás desaparecidas con las represas que allí se hicieron y donde seguramente son miles las anécdotas que quedaron sepultadas sin que el novelista de la región, Dasso Saldivar, las incluyera en las narraciones de los soles de Amalfi.

Por estos días, empero, confundo leyendas con realidades cuando veo que a la salida de la presa de Porce III han quemado varias retroexcavadoras de última generación que dragaban a montón lo que mis antepasados debieron sacar a pico y pala.

Según EPM esas manos tan trabajadoras como las de mis abuelos y bisabuelos estaban buscando oro sin pedirle permiso al Estado bogotano que se rige en asuntos mineros por leyes redactadas y aprobadas por los influyentes comerciantes del metal.

Dicen que hasta jarillón hicieron con esas dragas buscando saciar su sed de oro. Ya no existe, las destruyeron antier, igual a como quemaron las costosas dragas para dizque defender las bases eternas del muro de la represa y la tal legalidad.

Lo que sí siguen existiendo son las leyes prohibitivas para la explotación aurífera. Y, obviamente la envidia y la ambición que, en el fondo, son las que verdaderamente mueven estas denuncias para volverlas espectáculo y así hacerle saber a los paisas emprendedores que siguen buscando oro en las vegas del Porce, que la ilusión se estrella contra la humillación cuando la ejercen los poderosos porque hoy, y siempre, ella ha encarnado la idea de que es la fuerza bruta la que consagra la razón.

El Porce, febrero 26 del 2025

 

 

 

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