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Brazos de Reina I
Por: Jotamario Arbeláez
He contemplado tanto la belleza
1) 1995.
Noviembre 9
Hace diez años un alud de lodo procedente de un volcán derretido sepultó a Armero con todos sus laboriosos habitantes y numerosos animales. Algunos de los sobrevivientes de esta tragedia aún no tienen dónde reclinar la cabeza. Lo siento por ellos. No puede haber algo más triste que ver desaparecer un pueblo de la faz de la tierra bajo la misma tierra. Pero si se deja un resquicio para la alegría, celebremos que exista en nuestro país la ciudad más bella del mundo, Cartagena de Indias, y que a sus 30 grados de calor a la sombra estén reunidas las 20 mujeres más apetecibles de la geografía nacional en busca de un cetro. Porque si en Colombia ha fracasado la democracia, desde hace muchos años que marcha viento en popa la monarquía.
Se supone que soy un intelectual puro, y los intelectuales no tienen que ver con el sol ni con las pieles bronceadas. Un escritor contestatario con gorra de capitán en un yate rumbo a las islas del Rosario al amanecer, repugna al espíritu. La función del intelectual debe ser -se dice- denunciar, hasta que le tapen la boca, los oprobios contra los infelices condenados de la tierra. ¡Cómo no! A ese paso vamos a terminar más bizcos que Sartre y sin Nobel qué rechazar. Al escritor público nunca le ha hecho caso el Gobierno. Por más que le cante la tabla acompañado por el clavicémbalo de Puyana. Mandemos entonces al poeta a freír espárragos, bien freídos en Cartagena.
Un poeta, y por lo demás recién premiado por Colcultura entre más de 300 poetas contrincantes y con trinchantes, ¿accediendo a la superficialidad de cubrir un reinado todo vaselina y cosmético? ¿Habrase visto impudor más grande con el lenguaje de Castilla y Sor Juana Inés? Así truenan mis críticos derrocados, dándose golpes de pecho con una piedra... Serían capaces de acusarme de liviandad mental y oportunismo social crónico ante el Tribunal de las Musas, si no vieran que ya es un hecho que me encuentro en las playas de Bolívar con un scotch, un libro de Deleuze acerca del Antiedipo bajo el sobaco, y saludando de beso a esta gentil Afrodita emergiendo de entre las olas de la playa del Hilton que es María Fernanda Villamarín Samur, la reina anfitriona.
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En estas cosas tan pulcras y exigentes de la poesía, alguien
tiene que hacer el trabajo sucio. Perrito faldero entre reinas, no se demerita
el poeta por roer una pantorrilla. Es bueno que el sol que sale sobre justos y
pecadores también le tueste las espaldas, bien masajeadas de antemano. Harto de
muertes y desastres, como todos los colombianos, traslada al mar sus restos
dotados de una firme animación cavernosa en busca de la oquedad soñada, para
ensayar la tecla con la belleza. Al fin y al cabo la belleza es la materia prima
del arte, de la mujer y de la poesía y el caballito de batalla del erotismo. No
mira un hombre una mujer bella sin pecar en su corazón. Y aquí encuentro la
posibilidad de revolucionar los sentidos, como pedía Rimbaud, mirando en 20
sentidos diferentes las galas de la especie en traje de mar. Veinte mujeres especiales, veinte
mitos de carne y hueso, veinte miradas al futuro, veinte rostros arrobadores,
veinte cuerpos despampanantes, ofrecen al país desde Cartagena el espectáculo
más parecido a la paz que necesitamos. La cortina de carne que nos faltaba. 2) 1995. Noviembre 10 Aunque en el fondo uno se diga:
¿Si puede el hijo de un generalote, por qué no yo, que no debo nada? En el
ascensor del Hilton una hermosa dama, demasiado elegante para ser de mi
generación pero casi, se me queda mirando la credencial del periódico sobre mi
corbata de seda, y bufa indignada: ¡Qué tal el poeta Jotamario cubriendo reinas.
Lo que nos faltaba! Lo que me faltaba a mí, señora,
pienso encantado.
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Las mujeres son sólo ojos para percibir la mínima cicatriz de una liposucción a la que elevan a la categoría de clandestina cesárea, o el morado en una pierna que puede ser generado por el choque contra la pata bien torneada de una mesa mal colocada, o los tres puntos imperceptibles del respingue de una nariz, o la mancha de ozono en la melanina de Miss cabello más bello. Admiten que nunca han visto cola más paradita pero que está soportada en par de silbidos llamando a Pluto. Y cuando se levantan de la sala de su criticadera, queda sobre la poltrona el sumido de su tonelada de banalidad con lentejuelas.
Los hombres, en cambio, es más lo
que ponderan que lo que censuran. Tienen prefijado un prototipo onírico de
busto, de cola o de cabellera, y plantan en la candidata que rellene esos
atributos. Eso si, de dientes para afuera, y en sus reuniones de machos
proclaman la ridiculez del evento, y le echan la culpa de la hipnosis colectiva
en que se convierte este certamen que proviene del juicio de París cuando tuvo
el mal tino de premiar el palo de a Afrodita, a los medios de comunicación
masivos que pretenden embadurnarnos de afeites, e implantarnos un reloj de marca
para vivir más tiempo. Pero en la intimidad de su corazón los hombres son los
que más gozan con esta farsa. Mirando a la derecha de su cama lo que les ha
tocado en suerte, no les queda más que soñar con esa fémina ideal que fabrican
los maquilladores y las luces artificiales de la televisión en colores. Además,
como en el fútbol, hay el sentimiento de la región, la guerra del federalismo
que heredamos de Santander.
Por llegar a ser reina de la
belleza nacional, una chica es capaz de hacer lo mismo que un político para ser
presidente de la república. Es capaz de venderle al diablo el corazón que late
bajo la camiseta. Hay que ver el lío en que se metió la señorita Atlántico, por
cierto no la más opcionada. Por falsificar las calificaciones de su colegio está
a punto de que la descalifiquen en el concurso, y lo peor, que obtenga de la
fiscalía regional una condena mayor que la de Santiago Medina, de uno a seis
años. Lo mejor sería que le dieran el colegio por cárcel, así por lo menos
podría cursar tranquila el bachillerato.
Los familiares del botones del hotel, a quien presté el libro del desesperanzador Cioran, han venido a averiguar por él, pues no fue a dormir a la casa. La administración del hotel decidió ponerle un reemplazo provisional, con tan mala suerte para el nuevo prospecto, que cometió la burrada de impedir el acceso del Premio Nobel de Aracataca, quien por poco le da con sus raquetas de tenis en la cabeza.
Los mamagallistas insignes se quedaron sin credencial. Así como el poeta Junior Fajardo escribía (en sus tiempos) Del Presidente no se burla nadie, el nuevo amo del Reinado, ño Raimundo para todo el mundo, decidió que de las reinitas no se mofa ningún meta humorista utópico. Si supo poner a raya a los narcos, con mayor razón a los anarcos de Chapinero. Karl Troller, Santiago Moure, Martín de Francisco, Rafael Noguera y Alberto Velilla no clasificaron, pues, para el gran baile de coronación. Todo esto es una conspiración, declaran los integrantes de La Tele, quienes se sienten vulnerados en sus derechos fundamentales, el principal de los cuales es el de disentir, con humor un tanto pesado, de las reglas del juego. Trataremos de comportarnos.
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