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Brazos de Reina II

Por: Jotamario Arbeláez
Un Naufragio En La Banalidad
12 de noviembre
Si Francis Drake o don Pablo Morillo hubieran arribado a
Cartagena en pleno reinado de belleza, con toda seguridad que se
hubieran devuelto. No eran gente de humor para dedicarle una
larga semana a la contemplación de una pierna pretensiosa de
implantar la monarquía criolla. Afortunadamente Cartagena
sobrevivió a todo tipo de asedios, y el título de La Heroica le
sirve para seguir resistiendo.
Y no me refiero a la invasión de las 20 piernonas aspirantes al
título de la más hermosa mujer colombiana con jugosos contratos
y la posibilidad de coronarse la más bella del universo. Hablo
de la invasión desaforada, entre los 812 comunicadores
acreditados, en su mayoría periodistas de carné laminado, de los
comentaristas de nuevo cuño, reclutados por los medios de
comunicación entre las reinas de ayer, desde aquella elegida
cuando el universo estaba recién creado, hasta las
despampanantes posmodernas Paola Turbay, Carolina Gómez y Paula
Andrea Betancur, la imponderable María José Barraza, la
inmarchitable Soraya Grisales y la inigualable vecina Astrid
Carolina Herrera. Y entre ellas colocamos a la modelo Liana
Grethel, una incitación al pecado en ropa interior.
Pero hasta allí no se limitaron los medios. También
desmantelaron el plantel de actores de la televisión, y
otorgaron el papel de comentaristas, a la suculenta Patricia
Ercole, a la turbulenta Ana María Hoyos, a la toda pureza todo
candor Danna García, y a los bigotes galantes de Omar Fierro y
Braulio Castillo.
Pero los medios tampoco acabaron allí. Para mortificar a las
candidatas al reinado, despacharon a las murallas a los cómicos
de la lengua Jaime Garzón, Diego León Hoyos y su señora María
Leona Domingo Santo, y al par de ancianos también travestidos
Tola y Maruja. Porque en Colombia el humor ha terminado en
consistir en que los chistosos se pongan senos postizos.
Pero allí no se
quedan los medios, y el más importante periódico del país
dispuso que viajara a hacer también de comentarista un poeta
nadaísta que también posa de humorista.
Los periodistas de verdad nos miran de reojo como si a pesar de
nuestras lociones oliéramos a apestados. Y hasta razón tendrán.
La revolución que no hizo la guerrilla ni los estudiantes de la
Nacional se operó en los medios de comunicación sustituyendo
periodistas por advenedizos. Son los gajes de la posmodernidad.
Por mi parte me he
sentido a mis anchas. Un escritor contestatario con gorra de
capitán en un yate (“Ya te tengo”) rumbo a las islas del Rosario
al amanecer repugna al espíritu de los intelectuales del otro
bando. La función del intelectual debe ser, se dice, denunciar
hasta que le tapen la boca con cal o tierra, los oprobios contra
los infelices condenados de la tierra. Cómo no! A ese paso vamos
a terminar más bizcos que Sartre y sin Nobel qué rechazar.
Poeta sin pelos.
Se me está criticando que cambie la nave de la poesía por el
submarino de la superficialidad, al sentarme a manteles con los
rostros más bellos que de otra manera juntos no se contemplarían
sino en las revistas. Pero la poesía no se deja nunca, como no
se deja el vestido, así uno se lo quite todos los días.
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No sé qué contradicción pueda verse en que un poeta sin pelos en
la lengua y unos pocos en la cabeza se vaya a Cartagena como comentarista fatuo
de EL TIEMPO, a codearse con la crema más dental del país y a jugar a ponerle la
cola al burro del reinado, con el objeto sexual de escribir algunas notículas
para los devoradores de mitos.
En virtud de este viaje a los
claustros de Santa Clara, al Centro de Convenciones y a la oficina del Alcalde
Guillo Paniza, se me han subido como leche los humos y las acciones. A partir de
este naufragio en la banalidad comienzan a reaccionar como debían las otrora
beldades inconquistables. Si no paga el pecado, ahora tampoco hay que pagar por
pecar. No hay tentación en que no caiga y de la que no me levante cada mañana
más feliz a la ducha. Las mil y una noches son pocas y más pocas las once mil.
Con la grabadora ocupando el
bolsillo de los cigarros, una canción de Police tenuemente silbada bajo la
lluvia y un llaverito de plata girando en el índice, me hundo en la noche del
Laguito pensando cuál será la próxima beldad que me alargue una copa de lo que
sea, mientras sondeo su pensamiento. Porque las bellezas también piensan, así
sea en su sapo o príncipe azul. Aunque a cientos de kilómetros, en el Café,
amigos y enemigos censuren los extremos de liviandad mental a que ha descendido
el poeta coronado por Colcultura, al dedicarse a interviuvar las nalgas que
mejoran la imagen de Colombia en las descontaminadas playas de Cartagena.
13 de noviembre de 1995
En Cartagena nadie se baña en el mar. Prefieren el cloro de las piscinas al
mercurio oceánico. O sea que tengo el agua del Caribe para mí solo, para mis
baños medicinales contra la gota y el estrés. Con mayor razón ayer todo el mundo
se agolpó alrededor de las recién estrenadas piscinas del Hilton, donde las 20
beldades desfilaron en traje de Eva después de haberse comido la manzana, es
decir en traje de baño. No sé qué ojos bailan más, si los de los miembros del
jurado, los del alcalde Paniza o los del comentarista apócrifo.
Definitivamente Córdoba, y después morir. Esta niña Fhara porta el pararrayos de
todas las miradas eléctricas. Dios le conserve largo tiempo tan alentado
glutamen, para satisfacción de los colombianos, a quienes tan pocas atracciones
de bulto nos quedan por contemplar.
Angela Franchesca, la palma del Chocó, con la belleza singular de su raza,
produce una conmoción molecular bajita a quien se encuentra con sus ojos
profundos y se decide a ascender en la sedosa contemplación de su piel ahumada.
María Fernanda de Bolívar, con la seguridad de quien reina en su
casa, exhibe sus seguros atributos, de los cuales los que toma más a pecho son
la belleza de su ídem y de su rostro. La otra María Fernanda, la del Cauca,
haría bien en encomendarse a la niña de Piendamó. Norte de Santander, Claudia
Inés, desfila con toda seguridad hacia el trono de la belleza, portando como
edecanes incuestionables sus dos ojos, sus dos pechos, sus dos nalgas y sus dos
novios.
Me toca suspender la contemplación del festival de la carne fina,
la carne perfumada y la carne amada, porque debo enviar este informe antes de
que me cierren la página. Coitus interruptus.
Antenor, el jefe de botones del Hilton, me informa que en una playa de Puerto
Colombia encontraron el libro de un tal Cioran, marcado con mi nombre, y con una
frase subrayada: Perecer. Esta palabra que amo entre todas y que, curiosamente,
no me sugiere nada irreparable. Se supone que el portador del libro se tiró al
mar. Para no causar preocupaciones innecesarias, callo
que el portador del libro era el botones al que se lo
presté trasantier.
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Adiós Tatiana. Hoy una nueva reina
de la belleza estrenará par de lágrimas sobre sus ojos triunfadores. Una nueva
Teresa de Calcuta se encargará de nuestros pobres, en los espacios que le dejen
sus compromisos comerciales. Caerá la cortina sobre el Reinado. Y que continúen
los cueros al sol en el proceso 8000.

14 de noviembre de 1995
Hoy hace diez años un alud de lodo procedente de un volcán derretido sepultó a
Armero con todos sus laboriosos habitantes y numerosos animales. Algunos de los
sobrevivientes de esa tragedia aún no tienen dónde reclinar la cabeza. Lo siento
por ellos. No puede haber algo más triste que ver desaparecer un pueblo de la
faz de la tierra bajo la misma tierra. Se me presenta en la memoria la imagen de
la niña Omaira Sánchez esperando la muerte agarrada a un neumático inflado. Pero
como estamos en el país donde es flaco el recuerdo y poderosos los medios de
comunicación, esa imagen me es transformada por una disolvencia lenta, en el
Centro de Convenciones de la Ciudad Heróica, en la de la ganadora del Concurso
Nacional de la Belleza, a quien la publicidad se encargará de sepultar en un
alud de dólares.
Hubo otra reina, la popular
Soledad Esther García Ospín, cuya belleza conocí en el desfile de carrozas, pero
que no clasificó para el de balleneras ni para las reuniones en clubes -el
contentillo para el pueblo a falta de buscaniguas-, quien a pesar de no acceder
a ningún contrato publicitario con Jolie de Vogue, recibió de su pueblo y de mi
corazón populista las máximas manifestaciones de emoción a su paso.
Nunca tuve candidata favorita ni
traté de forzar al jurado con sugerencias. Como dice sabiamente el presidente
Samper, me atengo al fallo de los jueces.
E.M. Cioran, hijo de un pope ortodoxo, nació en Rumania en 1911 y murió este año
en París. Todos sus libros son una incitación a perder la vida. El mismo decía
que sobrevivir a un libro destructor es tan penoso para el lector como para el
autor. Tengo susto de que el botones a quien le presté el tomo de El
inconveniente de haber nacido, haya corrido la peor de las suertes. Es
intolerable un suicidio en pleno carnaval de la vida y de la belleza. Espero que
mi querido botones del Hotel, antes de tomar la fatal determinación que le
conduciría mar afuera, haya leído esta frase: “Desembarazarse de la vida es
privarse de la satisfacción de reírse de ella”.
Hoy comienzan a desalojar el Hilton cientos de nalgas perfumadas, contando
modistos, novios de reinas y maquilladores. Se despiden periodistas y
sustitutos. Los camarógrafos de televisión con sus ex-reinas, actores y
hazmerreires, graduados de super periodistas del espectáculo. Dejamos la ciudad
prácticamente deshabitada, y en ella a Raimundo Angulo contando las ganancias y
al alcalde Guillo Paniza esperando que al fin reviente el presupuesto.
Felicitaciones a él, el alcalde del país en quien tengo todas mis complacencias,
no por lo que ha hecho por Cartagena, tal vez menos de lo esperado por sí mismo,
sino por lo que le tocará hacer a partir de ahora.
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