|
EDITORIAL
Una razón
frágil
En tiempos de incertidumbre,
la capacidad de liderazgo se pone a prueba. La historia ha
demostrado que las decisiones impulsivas, basadas en la
ignorancia o en un malentendido voluntario de la realidad,
tienen consecuencias devastadoras. La democracia, esa estructura
que se sostiene en el debate informado y el consenso, no es
inmune a los estragos de la incompetencia y la falta de
previsión. Si algo ha quedado claro en el devenir de las
naciones es que el desconocimiento de la historia y la soberbia
de quienes ostentan el poder pueden convertirse en una amenaza
para el bienestar colectivo.
El populismo, con su narrativa simplista y su desprecio por la
experiencia acumulada, tiende a hacer estragos en las economías.
Políticas económicas erráticas, decisiones sin sustento técnico
y discursos incendiarios han conducido en múltiples ocasiones a
crisis económicas que han terminado por debilitar a los propios
gobiernos que las impulsaron. Los mercados, que funcionan sobre
la base de la confianza y la estabilidad, reaccionan con pánico
cuando perciben señales de desorden e improvisación. El
resultado es una espiral de incertidumbre que no solo afecta a
los inversionistas, sino también a los ciudadanos comunes, cuyas
condiciones de vida dependen de la solidez de las instituciones.
La política internacional tampoco es ajena a los efectos de la
arrogancia y la desinformación. El irrespeto por los acuerdos
multilaterales, la toma de decisiones impulsivas y la hostilidad
gratuita hacia los aliados terminan por socavar la posición de
un país en el escenario global. La diplomacia, lejos de ser un
lujo o una formalidad innecesaria, es el mecanismo que evita
conflictos y mantiene el equilibrio entre naciones. No es
casualidad que los periodos de mayor estabilidad mundial hayan
estado marcados por liderazgos que comprendieron la importancia
de la cooperación y el respeto mutuo.
El debilitamiento de las instituciones es otra de las
consecuencias nefastas de la falta de previsión y el desprecio
por el conocimiento. La creencia de que el gobierno puede
manejarse como una empresa privada, con decisiones unilaterales
y sin contrapesos, ignora la complejidad del aparato estatal y
la importancia de la burocracia como garante del funcionamiento
del país. La eficiencia mal entendida puede conducir a recortes
indiscriminados, al desmantelamiento de estructuras clave y a
una parálisis institucional que, lejos de generar desarrollo,
provoca caos y desesperanza.
En tiempos de crisis, la sensatez es un bien escaso, pero
imprescindible. La historia ha mostrado que los errores del
pasado no pueden repetirse sin consecuencias. La democracia,
aunque resiliente, no es indestructible. La erosión de sus
principios fundamentales no ocurre de un día para otro, sino a
través de pequeñas decisiones mal calculadas que, sumadas, la
debilitan hasta hacerla irreconocible. En este panorama, el
verdadero desafío es reconocer a tiempo los peligros que
amenazan su existencia y actuar con la responsabilidad que exige
el momento.
|
|
El ruido es tan tóxico como los
gases de los autos

Por: Zahur
Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
La gente ha optado por irse a vivir a las afueras
de la ciudad como una forma de huir de todos los ruidos que en
ella se escuchan. Antiguamente era el ruido de los gatos en el
techo cuando el macho perseguía a la gata, sumado a la pelea
final.
Las calles están llenas de todo tipo de perifoneo con los
volúmenes que los decibeles hacen que las agujas se rompan igual
que los tímpanos de los oídos. Lo interesante es que nadie se da
cuenta lo insano que son esos ruidos. Los alcaldes, concejales y
toda esa gente que se supone velan por el bienestar de los
ciudadanos y de ellos mismos parecen sordos o que viven al ritmo
de la fanfarria que los rodea.
Hay cantinas que con sus puertas abiertas dejan escapar sus
sonidos de la buena música a un volumen que las fiestas
patronales carecen de esos equipos para festejar su jolgorio.
Nadie se da por enterado de lo que está pasando con la salud de
la ciudad.
Los pueblos se van formando y creando un ambiente que a lo largo
de la historia los identifica con lo que en ellos sucede en su
vida cotidiana. Unos los identifican como dormilones, otros como
rumberos, otros como Olafo el amargado.
Normalmente la gente a las ocho de la noche está ya en la cama
porque a las cinco de la mañana madruga para irse al colegio o a
trabajar. Esto son costumbres que normalmente se mantienen. El
día comienza con el vendedor de mazamorra, plátanos, aguacates y
pare de contar. Con el comprador de chatarra y las motos que
hacen más volcán que el nevado del Ruiz.
Creo que ya me volví viejo al pensar que esto que está pasando,
antes no me preocupaba tanto aunque siempre he vivido alejado
del ruido. Pero yo recuerdo que esto no pasaba antes. La vida ha
cambiado tanto que ahora uno se encuentra con cosas que parecen
que salieran de la manga del mago del circo Egred Hermanos.
Creo que las alcaldía y los concejos no miran a su alrededor y
viven en su propio circo sin darse cuenta que la ciudad está tan
descuidada que uno se pregunta, ¿dónde están
los alcalde?
|
|
GASTANDO PÓLVORA EN GALLINAZOS
Crónica #1075

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Audio:
https://youtu.be/N8JV0pMMYHo
En una pataleta más de niño
consentido, o de paranoico avanzado, el presidente Petro
reaccionó ante la determinación del Senado de no aprobarle su
proyecto de reforma laboral con una algazara convocando, como
siempre, al pueblo a las calles y anunciando la convocatoria de
una consulta popular.
Lo del pueblo en las calles es un capital que malgastó y ya no
puede girar sobre él. La gente no le sale. Y en cuanto a lo de
la consulta, como que se les olvidó leer la Constitución y las
leyes que rigen las convocatorias.
Una consulta se hace para que se responda sí o no sobre un tema
determinado. Si lo que quiere es que se apruebe una reforma con
fuerza de ley, existen las figuras del referéndum y del
plebiscito, que ya ensayaron Uribe y Santos y fracasaron.
Preguntarle entonces al
respetable si acepta o no la reforma laboral termina siendo una
opinión que no es obligante como ley. No se entiende entonces su
precipitud al anunciarla.
Pero si lo que buscan es desconocer al Congreso o aún
clausurarlo por la vía indirecta, respaldado en el veto a la
reforma laboral, es mejor que pregunte de frente y sin tapujos
si lo que queremos es que el Congreso de la República se
clausure y no ejerza más sus funciones.
Ahí entonces, con el apoyo del pueblo y dictando un simple
decreto se habrá dado el golpe de estado o decretado la
revolución que Petro dizque pretendía y que le dijo a un
periódico español que había fracasado en liderar.
Sin embargo lo que
verdaderamente hace aparecer como insensata la pretensión es que
la ley 1751 del 2015 dice que una consulta es válida cuando haya
participado no menos de la tercera parte de los electores que
componen el respectivo censo electoral.
Con corte a 4 de marzo de 2025 el censo electoral de Colombia es
de 40,963,370, la tercera parte sería 13,654,546. Petro lo que
está es gastando pólvora en espantar los gallinazos que ya
huelen la morriña de su régimen.
El Porce, marzo 14 del 2025
|
|