Bogotá, Colombia -Edición: 772

 Fecha: Domingo 16-03-2025

 

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INFORME

 

 

 

 

 

 

Tráfico de animales amenaza 39 especies en Colombia

 

 

 

 

 

Diagnóstico alarmante

Como otros países, desde 2002 Colombia utiliza una herramienta fundamental para medir el estado de su biodiversidad: los Libros rojos de las especies (fauna y flora) amenazadas. Estos documentos, elaborados por más de 500 investigadores en colaboración con instituciones como el Instituto Humboldt, el Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi), el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Invemar), el ICN de la UNAL y el Ministerio de Ambiente, categorizan las especies según su riesgo de extinción.

 

Dicha categorización incluye cuatro clases, establecidas por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que van desde Vulnerable, En Peligro, En Peligro Crítico y Extinto. De los 81 tipos de ecosistemas de Colombia, 20 están en estado Crítico, 16 en Peligro Crítico y 14 en Vulnerable.

 

 

En cada tomo los Libros rojos acogen especies de fauna como aves, peces, invertebrados (como insectos y moluscos), reptiles, mamíferos, anfibios y cangrejos, y también de plantas, lo que refleja una radiografía histórica de la situación medioambiental que atraviesa Colombia hoy.

Para el profesor Andrade, “los Libros rojos son el libro de las vergüenzas nacionales. Muestran todo lo que estamos perdiendo por no cuidar nuestro ambiente; para avanzar se necesitan más recursos y una mayor conciencia ciudadana sobre la importancia de proteger la biodiversidad. Nunca es suficiente lo que hacemos, pero es importante reconocer que estamos haciendo cosas. El reto es seguir avanzando y no detenernos”.

 

Tres especies originarias de Colombia ya desaparecieron por completo de la faz de la tierra y sirven como ejemplo de la urgencia con la que el país debe actuar para evitar más pérdidas irreversibles. Una de ellas es el pez graso, que tenía forma cilíndrica, seis anillos circundantes en su cuerpo y abundante tejido graso bajo su piel.

 

Según la historia, en 1942 una gran cantidad de peces de apariencia extraña y desconocidos por los pobladores aparecieron flotando muertos en el lago de Tota, y las personas los recogieron para derretirlos y fabricar velas. Por fortuna, Cecil Miles, investigador inglés que por esa época trabajaba en Colombia, logró colectar tres de ellos y describirlos científicamente. Se trataba del pez graso de Tota.

 

 

También se encuentra el pato zambullidor andino que hasta hace medio siglo habitaba en abundancia en las aguas poco profundas de los humedales de la Sabana de Bogotá y del altiplano cundiboyacense. Este era un pájaro pequeño de pico fino y puntiagudo; sus patas tenían la característica de encontrarse muy atrás de su cuerpo, lo cual le permitía avanzar rápidamente en el agua, como si tuviera un motor fuera de borda. Su papel en el medioambiente consistía en mantener el control de las poblaciones de artrópodos o insectos acuáticos. Estos animales fueron desapareciendo cuando los espejos de agua se drenaron para convertirlos en potreros y para el levantamiento de zonas urbanas.
 

Y la tercera especie extinta es la foca monje o foca fraile del Caribe, la única foca que habitaba en aguas netamente tropicales, y el único pinnípedo del mar Caribe. Habitaba en zonas costeras, desde Florida hasta Centroamérica, fue vista por última vez en 1952 y declarada extinta en el 1994 por la UICN.

 

 

“Cuando una especie se extingue no hay forma de recuperarla. Es una pérdida irreparable para la biodiversidad y para la humanidad”, señala el profesor Miguel Gonzalo Andrade Correa, director del Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la Universidad Nacional (UNAL).

 

Factores como las transformaciones directas de hábitats y ecosistemas naturales, la sobreexplotación de recursos biológicos, y la introducción de especies foráneas, junto con la contaminación y el cambio climático, son algunas de las causas directas que amenazan la preservación de la biodiversidad en el país.
 

A lo anterior se suma la débil capacidad institucional para reducir el impacto de las actividades que llevan a la pérdida; los cultivos ilícitos y el conflicto armado también se convierten en causas indirectas que ponen en jaque la flora y la fauna nacional.

 

“La contaminación de la minería legal o ilegal al usar grandes concentraciones de metales pesados como el mercurio están intoxicando ríos, quebradas, humedales y otras fuentes hídricas, y por tanto a las especies y los ecosistemas. El mismo conflicto armado ha impedido por muchos años que se puedan seguir estudiando las especies”, amplía el académico.

 

 

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