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EDITORIAL
Verdad
fragmentada
Durante mucho tiempo hemos
dado por sentada la existencia de una única verdad. Una verdad
sólida, inquebrantable, que actuaba como faro moral, como
sustento de nuestras decisiones y nuestras visiones colectivas.
Pero en los últimos años, ese faro parece haber sido cubierto
por una niebla espesa. Hoy, más que una guía, la verdad se ha
convertido en un campo de batalla simbólico, en donde cada bando
reclama su posesión, su versión, su relato.
En esa disputa, se ha diluido su valor. Porque cuando la verdad
se transforma en moneda de cambio, en herramienta estratégica o
en consigna repetida, pierde su esencia. La verdad que debería
representar una diversidad de voces y miradas, ha sido reducida
a una narrativa única, uniforme, cerrada a la posibilidad del
matiz. Y es ahí donde comienza la mayor de nuestras pérdidas.
Confundimos hechos con interpretaciones, datos con opiniones,
realidades con ficciones bien armadas. Nos han enseñado a elegir
entre versiones, en lugar de invitarnos a construir una verdad
colectiva a partir de la diferencia. Lo preocupante no es solo
que haya múltiples verdades circulando, sino que hemos perdido
la capacidad de reconocer cuándo una verdad ha sido capturada,
moldeada o incluso distorsionada.
Detrás de cada discurso que se proclama absoluto, hay una
renuncia al diálogo. Detrás de cada “verdad única” hay una
imposición que niega otras formas de ver, de sentir, de entender
el mundo. Y cuando esa imposición define políticas, rige
decisiones o guía voluntades, lo que está en juego no es solo la
verdad, sino la libertad.
Nos enfrentamos, entonces, a
una tarea urgente: repensar qué entendemos por verdad. No como
algo definitivo o inamovible, sino como un reflejo de nuestras
complejidades, de nuestras contradicciones, de nuestra
pluralidad. La verdad, si ha de servirnos, debe estar viva,
abierta, incómoda incluso. Debe hacernos preguntas, no darnos
respuestas preempaquetadas.
Quizá ha llegado el momento de liberar la verdad. De quitarle
las cadenas del dogma, del interés, de la manipulación. De
permitirle nuevamente habitar la incertidumbre, moverse entre
distintas voces, mirar desde distintos ángulos. Solo así podrá
volver a ser lo que alguna vez fue: un espacio común donde
encontrarnos, no donde enfrentarnos.
Y en esa búsqueda, cada uno de
nosotros tiene un rol. Porque la verdad no debe pertenecer a
unos pocos. La verdad, si es verdadera, debe pertenecer a todos.

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Conducta y
expresiones que distinguen a los colombianos

Por: Zahur
Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Es interesante observar a los colombianos fuera
de su país, se les reconoce porque tienen un aire particular en
su expresión y su figura. Un peruano, chileno o argentino tienen
su toque particular.
A las mujeres se les ve siempre usando tacones altos y bien
arregladitas, muy coquetas por lo cierto. Esa expresión de ellas
siempre las ve uno y las distingue de inmediato. No necesitan
hablar porque su figura lo expresa todo.
Los hombres siguen un patrón diferente, son más sueltos y usan
ropa casual, dueños de sí pero con temores escondidos por
sentirse que no están en su ambiente. Son desconfiados y miran
todo como averiguando qué es lo que pasa en su entorno. Siempre
están dispuestos a participar y trabajar lo que sea con tal de
ganar un dinero.
Las mujeres quieren conocer a alguien que les de seguridad y sea
detallista, pero el idioma les impide llegar donde ellas
quieren, pero se esfuerzan.
La concentración de colombianos en New York siempre ha estado en
el barrio Jackson Heights, Queens. Hace muchos años, en los 70s
lo llamaban “Chapinerito”. Hoy es otra cosa ya que la emigración
colombiana no es la de esos años.
Ahora la ciudad está muy deshabitada, los
millones de ciudadanos que tenían se han ido. Las calles después
de las 6pm están solas y no hay esos trancones de autos que eran
desaparecieron. Se siente la soledad en la ciudad. Hay más del
30% de los edificios desocupados y han cerrado más 1.868
restaurantes en lo que va del año.
Ahora es más fácil detectar a los colombianos que caminan por
Wall Street o la 42 y Time Square. Todos estos sitios que eran
concurridos por miles de turistas dejaron de ser.
Las noticias que antes se escuchaban de Colombia
sobre el negocio de la droga ya no se escuchan. Gracias a esa
publicidad mediática el país está bien planteado y no es como el
colombiano se imagina. En la actualidad hay 35 estados de 50 que
han legalizado el consumo de cannabis y esto cambió el concepto,
porque si viene de Colombia tiene que ser de buena calidad.
Esa conducta temerosa ya no hay por qué tenerla, la persecución
ha desaparecido y las cárceles se están desocupando y dándole
trabajo a los que antes estuvieron presos por vender el cannabis
a que sean ellos los que la puedan vender porque conocen el
negocio.
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QUÉ LEE GARDEAZÁBAL

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Caldas, el sabio y el
departamento
De Pedro Felipe Hoyos Korbel
Hoyos Editores
Audio:
https://youtu.be/7jIDw3Wry9o
El mito del sabio Caldas lo aprendimos a respetar
desde cuando enseñaban historia en las escuelas y colegios. Hoy
día más de media Colombia ha oído hablar de él, pero finalmente
la otra media y muchos de los que al menos lo recuerdan no saben
por qué era sabio y por qué el asesino del General Murillo lo
mandó fusilar cuando los días de la fracasada reconquista
española de la Nueva Granada.
Hoyos Korbel, con marcado estilo manizalita, acaba de publicar
un impresionante libro sobre este mártir patriota utilizando la
lectura minuciosa de más de 350 cartas que el sabio escribió con
maestría dejando una huella evidente.
Caldas fue tan singular en su sapiencia, en su vida privada y en
su vida pública que el libro resulta muy atractivo.
Era inteligente como pocos y capacitado para aprender.
Aprendiendo primero desde las bibliotecas de su natal Popayán,
después a través de copiosas correspondencias y el resto con su
genialidad, fue descubriendo con instrumentos hechizos, con
botijuelas de agua hervida en las cúspides de los volcanes,
alturas y latitudes al tiempo que catalogaba plantas, construía
puentes y dictaba clases como inigualable profesor de
ingeniería.
En razón a su resabiado temperamento no se acercó a Mutis en
edad temprana, pero terminó siendo parte fundamental del equipo
glorioso de la Expedición Botánica.
Era tal su fama de sabio provinciano que Humboldt en su
mitológico viaje lo buscó y trató de engancharlo para su equipo,
pero Caldas resultó tan lleno de remilgos provincianos que se
espantó con las costumbres sexuales del científico alemán y se
quedó haciendo patria, en Popayán, en Medellín o en Bogotá,
escribiendo y editando periódicos, manejando el Observatorio de
Astronómico de Colombia y vinculándose a la gesta libertadora
como soldado federalista tras las huestes de su primo Camilo
Torres.
En un acto de estupidez muy española y de la soberbia que abunda
en los militares intransigentes, Murillo ordenó su fusilamiento
y privó a Colombia de un cerebro sin igual.
Este libro recupera, con sentimiento especial a ese hombre y, de
paso, les explica a los lectores por qué el departamento lleva
su nombre incluyendo 6 páginas a color de fotografías de cada
uno de los municipios que lo integran.
Más que recomendable, el libro nos hace enorgullecer como
colombianos.
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