Bogotá, Colombia -Edición: 786 Fecha: Viernes 18-04-2025 |
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TECNOLOGÍA-CIENCIA |
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Trump y los microchips: ¿puede Estados Unidos competir con Asia tras años de rezago?
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Pero la industria de los
chips no funciona a punta de presiones. TSMC, Samsung o cualquier otro
actor relevante necesita certeza jurídica, políticas de largo plazo y un
entorno globalizado para operar. Es precisamente esa red internacional
—que une a diseñadores estadounidenses, fabricantes taiwaneses,
ensambladores vietnamitas y mineros chinos— la que ha hecho posible la
actual revolución digital.
En el fondo, el dilema no es solo técnico, sino filosófico:
¿quiere EE.UU. liderar el futuro de la tecnología a través de la colaboración y
la inversión sostenida, o prefiere hacerlo desde el proteccionismo y la
confrontación? Hasta ahora, la historia de los chips en Asia demuestra que la
integración y la paciencia dan mejores resultados que la imposición y el
aislamiento.
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Por más de cuatro décadas, Asia ha liderado silenciosamente una revolución tecnológica que ha colocado a países como Taiwán, Corea del Sur y Japón a la cabeza de la industria más estratégica del siglo XXI: la de los semiconductores. Estados Unidos, que fue pionero en esta tecnología, cedió terreno gradualmente al dejar de invertir en la fabricación local de chips. Hoy, en medio de una creciente rivalidad geopolítica con China, Donald Trump se ha propuesto recuperar ese terreno a través de una estrategia que muchos expertos consideran precipitada, proteccionista y llena de desafíos estructurales.
Trump ha planteado una política agresiva para reindustrializar Estados Unidos, centrándose en los microchips como símbolo de soberanía tecnológica. Su discurso es claro: traer los empleos a casa, reducir la dependencia de Asia y usar aranceles como palanca de presión para que gigantes como TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company) instalen sus fábricas en suelo estadounidense. Pero bajo esa narrativa se esconde una realidad más compleja: construir fábricas de chips no es como levantar una cadena de montaje automotriz. Se trata de procesos altamente delicados, caros y que requieren una infraestructura de conocimiento que lleva décadas consolidar.
Gina Raimondo, exsecretaria de Comercio, lo
advertía desde 2021: EE.UU. renunció hace años a ser competitivo
en fabricación de chips, lo que permitió que Asia se convirtiera
en el epicentro del ecosistema global. Y aunque la Ley de Chips
y Ciencia, aprobada bajo el mandato de Joe Biden en 2022,
intentó revertir esa tendencia con incentivos fiscales y
subsidios millonarios, las inversiones aún no se traducen en
autosuficiencia.
La administración Trump, sin embargo, parece querer acelerar este proceso a marchas forzadas. Ha llegado a amenazar con imponer un impuesto del 100% a TSMC si no traslada más producción a EE.UU., sin considerar que la industria de los chips no se mueve por presiones políticas de corto plazo, sino por planificación estratégica, talento especializado y estabilidad
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institucional. Y es
precisamente eso lo que muchos expertos temen que esté en juego con el
enfoque actual.
Frente a este tablero, Trump parece querer jugar una partida distinta: más proteccionismo, más confrontación comercial y una visión transaccional de la industria. Ya lo intentó con TikTok, exigiendo una participación estadounidense en la compañía para permitirle operar en su país. Algunos analistas creen que podría buscar algo similar con TSMC: una especie de "acuerdo forzado" que beneficie a firmas locales como Intel.
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