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EDITORIAL
Contratos
rotos
Vivimos rodeados de acuerdos.
Algunos se firman con tinta, otros con palabras, pero hay otros
que ni siquiera necesitan escribirse para saberse vigentes. Son
los contratos invisibles, esos que nacen del deber ético, del
compromiso con el otro, del entendimiento tácito de que vivir en
sociedad implica más que coexistir: implica corresponsabilidad.
Y sin embargo, estos contratos están siendo quebrantados todos
los días. Porque aunque se proclame lo contrario, hemos
comenzado a tolerar que las obligaciones se cumplan solo cuando
conviene, que los compromisos se interpreten como conveniencias,
y que los deberes puedan ser moldeados según los intereses de
quien tiene el poder de comunicarlos —o de esconderlos— a su
antojo.
No es menor el daño que se hace cuando un contrato se incumple
sin siquiera reconocerlo. Cuando se evade la rendición de
cuentas, cuando se reemplaza la acción por el discurso, y la
gestión por la excusa, lo que se rompe no es solo el contrato
explícito. Lo que se rompe es la confianza.
En ese vacío, las palabras se vuelven herramientas para desviar,
para persuadir, para entretener. Una publicación digital basta
para simular acción. Un mensaje bien formulado parece compensar
la ausencia de soluciones reales. Pero, ¿acaso una frase
reemplaza una responsabilidad? ¿Acaso se puede gobernar o
administrar —en cualquier nivel— solo con titulares?
La sociedad se ha acostumbrado
a aceptar el incumplimiento como parte del paisaje. Y peor aún,
a justificarlo. Nos encontramos esperando que los compromisos se
cumplan por milagro, rogando que las circunstancias se alineen
en lugar de exigir que se actúe con consecuencia.
Pero un contrato, incluso el no escrito, no es una expresión de
fe. Es un pacto que nace del respeto, y cuya vigencia no debería
depender del humor, la popularidad o la coyuntura.
Cuando se aceptan excusas en lugar de resultados, cuando se
permite que la palabra suplante a la acción, se normaliza la
negligencia. Se perpetúa una lógica en la que quien debería
servir se convierte en figura, en voz, en presencia digital,
mientras la realidad de quienes esperan soluciones permanece
intacta… o empeora.
La dignidad de una sociedad se mide también por su capacidad de
exigir el cumplimiento de sus contratos, incluso de los más
invisibles. Porque cuando estos se rompen impunemente, no solo
se desdibuja el deber: también se erosiona la esperanza.

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La diplomacia y el abrazo entre
enemigos

Por: Zahur
Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
La antigua Roma vivía bajo una diplomacia que
hacía creer a todos que vivían en paz. Fueron muchos los
episodios en su historia que mostraba que esa diplomacia era el
juego de cartas o en términos de hoy a la ruleta rusa.
En política no hay amigos, hay socios en el crimen organizado
que les permite sobrevivir cuando las aguas están tranquilas. Y
este es un arte que se aprende jugando con candela. Nicolás de
Maquiavelo nos enseñó cómo navegar por esos pantanos y arenas
movedizas.
En uno de mis libros que más se leen y piratean, “Los Textos”,
para actuar y razonar sabiamente, recopilo el pensamiento de
tres mil años del manejo de las relaciones entre humanos y cómo
sobrevivir. No es fácil en la actualidad convivir en esta selva
donde crecen todos los aciertos y desaciertos, más en la
política donde la ética y principios no existen, sino la
expresión CVY que es normal en cada negociación.
En Colombia se ha logrado avanzar en la diplomacia, más por
experiencia que por formación académica. Ya inclusive las
organizaciones criminales llaman a la víctima después de cometer
el crimen a negociar lo que han hurtado o antes de cometer el
asesinato. Todo esto sucede porque el establecimiento nunca puso
atención a que el criminal podría organizarse con mayor
tecnología que el mismo estado.
En ese sentido los gringos llevan una ventaja en las
organizaciones que ellos manejan. Ellos pagan por desarrollar
tecnología y contratan expertos criminales para perseguir a
otros criminales. Esto ha dado resultado desde la época del
viejo oeste. Otra de las cosas es que estos departamentos son
autónomos con presupuestos que les permite trabajar con la
máxima libertad y quedarse con el botín.
Aquí no hay abrazos ni apretones de mano, van a lo que tienen
que hacer y cumplir con el deber del programa al que le fue
asignado el trabajo. Por eso los casos de terrorismo son casi
nulos y lo único que se presenta son casos todos aislados de
lobos solitarios que atacan a las partes más vulnerables.
Es muy diferente en Colombia donde los crímenes de lesa
humanidad y todo lo que sigue de ahí para adelante se quedan en
el refrigerador de la historia y mueren con la víctima.
Ha habido muchas reformas de leyes y de instituciones, desde los
Chulavitas, el SIC, DAS, la policía por carabineros y pare de
contar. Se podría tener un muro kilométrico con todos los
nombres de las personas asesinadas y que aún no se sabe que fue
lo que pasó.
No creo que habrá un gobierno que ordene el establecimiento o el
estado o como se quiera llamar en la forma como se debe
organizar un país para que los ciudadanos se sientan que tienen
patria y que los protege.
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QUÉ LEE GARDEAZÁBAL

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
La vida de Antonio Arango
Reseña de la biografía del banquero manizaleño
De Pedro Felipe Hoyos
Audio:
https://www.youtube.com/watch?v=18gRBprkc0o
No es muy común conseguir en un libro biográfico
una radiografía paralela del temperamento, características y
comportamiento de los ciudadanos que rodean durante su vida al
personaje central.
En este libro titulado “ANTONIO ARANGO GUTIÉRREZ, la biografía
de un banquero manizaleño”, se consigue tal éxito de manera
magistral y muy por encima del desorden y el descuido con que
fue armado por falta de curia editorial.
Por sus páginas se puede entonces conocer los elementos
constitutivos de esa manera tan peculiar y tan renombrada de
cómo actuaron las gentes de Manizales para llegar hasta donde
llegaron al promediar el siglo 20.
Usando como pretexto la vida del abogado Antonio
Arango Gutiérrez, un luminoso fruto de los troncos familiares de
sus abuelos, los generales Marcelino Arango y Pompilio
Gutiérrez, el historiador Hoyos Körbel logra contar cómo se fue
construyendo Manizales de pueblito paisa de bahareque a ciudad
procera de hierro y cemento.
Como tal plantea una verdad de puño aunque se atreve a juzgarla
al mismo tiempo como el origen del posterior derrumbe en que ha
caído por estos días.
Para él, y para muchos, Manizales adquiere su prestigio y su
respeto porque fue capaz de reconstruirse luego de los incendios
de 1922, 1925 y 1926, que la consumieron en un 80%. Y para
cualquier lector del libro resulta muy fácil deducir que esa
batalla heroica pudo librarse porque al mando de Manizales
estaba, en la primera fila o tras bambalinas el abogado Arango
Gutiérrez, que ejerció más como el banquero excelso que como el
jurisconsulto que llegaría a ser magistrado de la Corte Suprema
si la muerte no lo hubiese interrumpido unos días antes de su
posesión.
Sin duda alguna era un monstruo del pensamiento y
de la acción. Sus escritos políticos y económicos publicados en
este libro son apabullantes. Su gesta como concejal, como
secretario de despacho de alcaldes y gobernadores, pero sobre
todo su habilidad mayúscula como banquero en una ciudad quebrada
económica y físicamente, lo mitificó para siempre.
Lástima que esa clase de gente no la haya vuelto
a parir Manizales porque la reemplazaron por una casta dirigente
de oligarcas pobres, aferrados a ordeñar sus presupuestos
públicos.
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