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COLUMNISTA |
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Trabajando sin trabas
Por: Jotamario Arbeláez
Pues como no logré graduarme de bachiller y había dejado pendientes tres materias de cuarto cuando entré a quinto, que seguramente no pasaría porque eran física, química y trigonometría, que nunca volvería a oír mentar en la vida, me propuse doctorarme de callejero y así salvé a mi papá de redoblar su trabajo de sastre “con un humilde taller en su residencia de un barrio obrero” para darme universidad. Ya andaba enfrascado en los poetas malditos y en los surrealistas y existencialistas, y escribía en las oficinas de mis amigos poemas incipientes con una desmerecedora chuzografía.
Quería leer en el idioma original a mis escritores estrella y escribir con los cuatro dedos de cada mano y el pulgar de la derecha para espaciar. Pero cuando les dije a mis amigos mayores Armando Holguín y Mario Suárez Melo y Alfredo Rey, ya en sus Úes matriculados, que pensaba estudiar francés y mecanografía, además de comprarme una moto Lambretta, me miraron con desconsuelo pensando que me había mariquiado. No hice ninguna de las tres cosas e insipiente quedé.
Me había sumergido en la facción nadaísta, movimiento anarcopoético que prohibía trabajar a sus afiliados, pero con el compañero Alfredo Sánchez aceptamos hacer el suplemento literario Esquirla en el
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periódico El Crisol que dirigían el político liberal don Rafael
Isidro Rodríguez y doña Elvia su esposa, y subsidiábamos la bohemia con los
avisos que nos daban Pedro y Tulio Ossa, dueños de los almacenes de telas en la
carrera octava donde Alfredo hacía de contador y donde me levanté mi primera
hembra, ya de 28 pero bastante linda, casada y separada y generosa anfitriona,
Diany Guzmán, quien ya debe tener 90 pero con quien me gustaría de nuevo tomarme
un café. El magazine duró muchos años con
el mismo director después de que yo abandonara Cali en 1970 y se convirtió en
una legendaria publicación latinoamericana de vanguardia donde se conocieron los
poetas beatniks, los dadaístas, los nadaístas y el Marqués de Sade y los
Jodorowsky.
Con mi dieciochesca figura opté
por ser camaján de barriada, jugador de ajedrez con la zurda en la Academia
García, practicante de boxeo en la villa olímpica, actor de teatro en el TEC de
Enrique Buenaventura, bailarín de rock and roll en las discotecas de la zona de
tolerancia y colaborados escandalizante con mis proclamas lirica en El País y
Occidente por cortesía de Raúl Echavarría Barrientos y José Pardo Llada.
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Pero había que
ayudar a la casa por cuyas goteras se colaba la luna y tuve la suerte de que el
jefe de personal César Santafé me enganchara en la Croydon, fábrica de botas y
llantas donde permanecí hasta ver que una máquina de donde acababa de retirarme
rebanaba los dedos de las dos manos de mi reemplazo y salí corriendo. Me
quedaría imposible continuar mi ya definido destino de poeta escribiendo con los
muñones.
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