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Adiós a Dios

Por: Jotamario Arbeláez
Cuando recibí la
enseñanza del segundo mandamiento de que debía amar a mi prójimo
como a mí mismo comprendí que nadie en el mundo había amado
tanto a su prójimo, incluida su mujer que no tenía por qué ser
excluida, y que por lo tanto debía ser igualmente correspondido.
Vine a comprobarlo cuando la pasada noticia de mi muerte
ficticia, al sentir cómo miles de seres expresaban su
pesadumbre. Hombres y mujeres amigos, que es la forma más pura
de lo que llamamos amor, aunque los amoríos también valen.
Si en el monte Sinaí el propio Jehová lo había expresado en
piedra a Moisés, era una valoración, una exaltación y una
incitación al narcisismo, que había que hacerlo extensivo a los
seres humanos próximos, e incluso a los animales. Por algo el
hombre había sido creado a imagen y semejanza de su Creador, y
por extensión también la mujer, así no hubiera sido de barro
sino de costilla flotante. Del barro había sido creada también
Lilith, la primera mujer de Adán, quien se le abrió por la
puerta de atrás del Edén porque éste no sabía hacer el amor como
le gustaba, con
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ella encima, sino en la aburridora posición del misionero
perpetuo. Fue ella la diablesa que se presentó como la
serpiente tentadora de Eva para que se comiera al compañero junto con la
manzana, después de que había desvirgado a Adán con todas sus mañas. Se
le voló a la región del aire, donde tuvo relación con todos los diablos y
se especializó en parir gigantes que iban muriendo. Con excepción de algún
párrafo de Isaías, la Biblia se propuso ignorarla, pero es el momento de que se
la recupere como rebelde contra el yugo del macho.
Por ponerme a incursionar en el libro sacro, pues me mamé de la chatura del
materialismo y de los ateístas, ahora que tengo casa en el campo, hamaca con
vista el cerro de Iguaque y la empastada Biblia de Valera y Casiodoro de Reyna
entre manos, me encuentro con una increpación a los nadaístas en Isaías 5-20:
“¡Ay de los que a lo malo llaman bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz
tinieblas y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por
amargo”. Eso hicimos Señor, debo confesarlo, porque era la única manera de poner
el mundo patas arriba y tratar de extraerlo de las tinieblas, como a Ti, Señor,
de tu propia iglesia que aparte de la música y la plástica sacra del medioevo
para acá, incluida la de Manzur, te tenía convertido en un sagrado corazón
recién saldo de la barbería. Imagen que no cabía en la mente de iconoclasta que
me acordaste. Nosotros sabíamos que eras Otro. El Cristo cristal. Y por eso
tratamos de replicar tu aventura, estos iniciales trece poetas nadaístas de los
que a duras penas quedamos dos: Eduardo
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Escobar y yo, que ya
me fui, según una noticia falsa. Y resucite, según otra más falsa aún.
No creí en el Dios
Trino por andar intimando con dioses que no existían. Cuando era la Tercera
Persona la que inspiraba mis trinos. Ahora que creo haber recibido la
iluminación requerida soy un monótono mono monoteísta. Antes no creía, ahora no
solo creo, estoy seguro. Dios me pela los dientes cada mañana.
Eduardo Escobar, el amigo de mi alma, y la Maga Atlanta, la mujer que me hizo
crecer el alma en el cuerpo para amarla por sécula seculorum, como a su hija la
prodigiosa María de las Estrellas que partiera en busca de sí misma por la
galaxia, están hoy enfermitos esperando que llegue a salvarlos la mano de Dios
en un frasquito. Y yo creo que Dios les dará la mano. Porque a ambos Dios debe
amarlos como a sí mismo. Por algo se hizo previamente a nuestra imagen y
semejanza. Y sólo por el poder del amor estaremos salvos.
Titulé este escrito Adiós a Dios tan solo para llamarle la atención con una
juego de palabras de esos que siempre me inspira. Pero Él sabe que en el fondo
es para implorarle que salve a mi querido amigo y a mi querido amor. Y que me
salve a mí mismo, que desde hace tanto tiempo estoy que me voy y me voy y me
voy, y no me he ido. Con Dios he hecho muchos chistes, y Él no ha dejado de
reír.
Contratiempo
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