Bogotá, Colombia -Edición: 793

 Fecha: Domingo 04-05-2025

 

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INFORME

 

 

 

 

 

 

El experimento que simula el poder de lo imposible

 

 

 

 

 

solo existían en ecuaciones o modelos computacionales, y abre la puerta a futuros experimentos más sofisticados.

Los agujeros negros giran por una razón fundamental: la conservación del momento angular. Es decir, una estrella que gira antes de colapsar en un agujero negro transfiere ese giro a su nueva forma ultra densa. Y, bajo ciertas condiciones, incluso puede girar más rápido conforme absorbe materia.

 

Lo que Zeldovich y los físicos actuales han tratado de replicar es ese proceso: una masa que rota con tal intensidad que puede interactuar con ondas externas, modificarlas y amplificarlas. El resultado es una danza energética en la que se crea más movimiento a partir del movimiento mismo.

 

El dispositivo creado por estos científicos, que incluye un resonador de baja pérdida (una estructura que evita que las ondas "escapen" fácilmente y maximiza su amplificación), es capaz de generar esta interacción sin necesidad de energía externa directa. Solo requiere el ruido ambiental y el giro de su estructura. Así, reproduce en la Tierra —aunque de manera rudimentaria— lo que sucede cerca del borde de un agujero negro: un proceso continuo de amplificación de energía que podría, algún día, convertirse en una fuente aprovechable.

 

Como ocurre con muchas investigaciones de frontera, los frutos prácticos del experimento podrían tardar décadas —o siglos— en llegar, si es que llegan. Pero la importancia del descubrimiento no radica en su utilidad inmediata, sino en lo que revela sobre el universo y sobre nosotros.

 

 

Cada vez que la humanidad ha intentado comprender lo incomprensible —desde el fuego hasta los agujeros negros— ha terminado cambiando su destino. La electricidad, los rayos X, la relatividad: todos surgieron de preguntas que, en su momento, parecían puramente teóricas.

Este experimento es una de esas preguntas hechas máquina. Una pequeña prueba de que incluso lo más oscuro del universo, como un agujero negro, puede iluminarnos.

 

En 1971, el físico ruso Yakov Zeldovich lanzó una idea que parecía ciencia ficción: ¿y si pudiéramos extraer energía de un agujero negro? Más allá de los límites de lo observable, donde la gravedad es tan intensa que ni la luz escapa, Zeldovich vislumbró una posibilidad: aprovechar la energía de rotación de estos colosos del universo. La llamó, con toda propiedad, una "bomba de agujero negro".

Medio siglo después, un equipo de físicos de las universidades de Southampton, Glasgow y Trento acaba de acercarnos, como nunca antes, a ese concepto. No, no estamos hablando de viajes intergalácticos ni de construir reactores en los confines del espacio. Se trata, más bien, de entender cómo replicar las condiciones extremas de un agujero negro desde la seguridad y control de un laboratorio terrestre.

 

 

Lo lograron utilizando un cilindro de aluminio, campos magnéticos giratorios y algo tan simple —y fascinante— como el ruido. El hallazgo, aún en proceso de revisión por pares, representa un nuevo paso en el entendimiento de los fenómenos gravitacionales más extremos del universo. Y, aunque no vamos a enchufar una nevera a un agujero negro pronto, sí estamos comenzando a comprender cómo podrían comportarse las partículas en esos escenarios límites de la física.

Zeldovich no tenía telescopios espaciales ni confirmaciones empíricas de agujeros negros cuando propuso su teoría. Pero sí contaba con una herramienta poderosa: la imaginación científica respaldada por rigurosos principios físicos. Propuso que, si un espejo giraba lo suficientemente rápido, podría amplificar ondas, como las de luz o sonido, usando un fenómeno conocido como superradiación.
 

A falta de agujeros negros en la Tierra (y de tecnología para siquiera verlos en aquel entonces), su apuesta era construir un modelo análogo: un sistema que imitara, en miniatura y bajo condiciones controladas, ese tipo de comportamiento energético.

 

 

El nuevo experimento sigue esa línea. Los investigadores lograron amplificar ondas electromagnéticas utilizando únicamente ruido —sí, ruido— y un cilindro metálico girando dentro de campos magnéticos. Y aquí viene el detalle crucial: si el cilindro gira más rápido que el campo magnético que lo rodea, y ambos en la misma dirección, las ondas se amplifican de forma exponencial.

Para ilustrarlo de forma sencilla, pensemos en una de esas cintas transportadoras del aeropuerto. Si caminas sobre ella, vas más rápido porque tu movimiento se suma al de la banda. Eso mismo, pero con ondas y rotación, es lo que ocurre en este experimento. Las ondas "viajan" sobre un entorno que ya se mueve, y eso las impulsa aún más.

Aunque el término "bomba de agujero negro" evoca imágenes de tecnologías imposibles o energías descomunales, la realidad detrás del experimento es más modesta y mucho más valiosa desde el punto de vista científico. Lo que se está desarrollando no es un generador para alimentar ciudades, sino una herramienta para entender, de manera controlada, qué pasa cuando partículas interactúan en entornos extremos.

De hecho, el estudio enfatiza que el objetivo principal de esta investigación es avanzar en el estudio de fenómenos como la fricción cuántica y el comportamiento de las partículas en torno a agujeros negros. La idea es que, si se puede simular la amplificación espontánea de ondas como ocurre en estos entornos cósmicos, podríamos replicar otras condiciones, aún más complejas, como las fluctuaciones del vacío cuántico.
 

Este tipo de simulaciones tiene un valor incalculable para la física teórica. Nos permite probar hipótesis que hasta ahora

 

 

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