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INFORME |
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El experimento que simula el poder de lo imposible
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solo existían en
ecuaciones o modelos computacionales, y abre la puerta a futuros experimentos
más sofisticados.
Lo que Zeldovich y los físicos actuales han tratado de replicar es ese proceso: una masa que rota con tal intensidad que puede interactuar con ondas externas, modificarlas y amplificarlas. El resultado es una danza energética en la que se crea más movimiento a partir del movimiento mismo.
El dispositivo creado por estos científicos, que incluye un resonador de baja pérdida (una estructura que evita que las ondas "escapen" fácilmente y maximiza su amplificación), es capaz de generar esta interacción sin necesidad de energía externa directa. Solo requiere el ruido ambiental y el giro de su estructura. Así, reproduce en la Tierra —aunque de manera rudimentaria— lo que sucede cerca del borde de un agujero negro: un proceso continuo de amplificación de energía que podría, algún día, convertirse en una fuente aprovechable.
Como ocurre con muchas investigaciones de frontera, los frutos prácticos del experimento podrían tardar décadas —o siglos— en llegar, si es que llegan. Pero la importancia del descubrimiento no radica en su utilidad inmediata, sino en lo que revela sobre el universo y sobre nosotros.
Cada vez que la humanidad ha intentado comprender lo
incomprensible —desde el fuego hasta los agujeros negros— ha terminado cambiando
su destino. La electricidad, los rayos X, la relatividad: todos surgieron de
preguntas que, en su momento, parecían puramente teóricas.
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En 1971, el físico
ruso Yakov Zeldovich lanzó una idea que parecía ciencia ficción: ¿y si
pudiéramos extraer energía de un agujero negro? Más allá de los límites de lo
observable, donde la gravedad es tan intensa que ni la luz escapa, Zeldovich
vislumbró una posibilidad: aprovechar la energía de rotación de estos colosos
del universo. La llamó, con toda propiedad, una "bomba de agujero negro".
Lo lograron utilizando un cilindro de aluminio, campos magnéticos
giratorios y algo tan simple —y fascinante— como el ruido. El hallazgo, aún en
proceso de revisión por pares, representa un nuevo paso en el entendimiento de
los fenómenos gravitacionales más extremos del universo. Y, aunque no vamos a
enchufar una nevera a un agujero negro pronto, sí estamos comenzando a
comprender cómo podrían comportarse las partículas en esos escenarios límites de
la física. A falta de agujeros negros en la Tierra (y de tecnología para siquiera verlos en aquel entonces), su apuesta era construir un modelo análogo: un sistema que imitara, en miniatura y bajo condiciones controladas, ese tipo de comportamiento energético.
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El nuevo experimento
sigue esa línea. Los investigadores lograron amplificar ondas electromagnéticas
utilizando únicamente ruido —sí, ruido— y un cilindro metálico girando dentro de
campos magnéticos. Y aquí viene el detalle crucial: si el cilindro gira más
rápido que el campo magnético que lo rodea, y ambos en la misma dirección, las
ondas se amplifican de forma exponencial. Este tipo de simulaciones tiene un valor incalculable para la física teórica. Nos permite probar hipótesis que hasta ahora
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