Bogotá, Colombia -Edición: 796

 Fecha: Domingo 11-05-2025

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TECNOLOGÍA-CIENCIA

 

 

 

Científicos convierten plomo en oro en el Gran Colisionador de Hadrones

 

 

 

 

hacen por un propósito muy distinto: comprender la estructura misma de la materia.

 

Este experimento en el LHC no es la primera vez que el ser humano logra convertir un elemento en otro. En 1980, el químico Glenn T. Seaborg, laureado con el Premio Nobel, lideró un experimento en el Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley en California, donde logró transformar bismuto en oro mediante un proceso de bombardeo nuclear. Pero al igual que ahora, los costos y las escalas involucradas hacían que el resultado fuera más una curiosidad científica que una alternativa práctica a la minería o la economía.

Lo fascinante de este nuevo avance es su contexto. El CERN no buscaba oro, sino información. En su carrera por desentrañar los secretos del universo, se encontró con un fenómeno que, aunque efímero y limitado, conecta directamente con una obsesión que ha acompañado a la humanidad por siglos. Lo que alguna vez fue el terreno de los mitos y los sueños esotéricos, ahora se explica con física de partículas y teoría cuántica.

 

 

Hay algo profundamente humano en este descubrimiento. No porque represente una forma de enriquecimiento —que claramente no lo es—, sino porque recuerda el impulso constante del ser humano por ir más allá, por desafiar los límites de lo posible. El oro que se creó en el LHC no brillará en anillos ni lingotes, pero sí ilumina el camino hacia una comprensión más profunda del universo.

Así, cuatro siglos después de que los alquimistas buscaran transformar lo vulgar en lo sublime, los físicos del siglo XXI lo han conseguido, aunque sea por un instante. Y aunque no haya riqueza material al final del experimento, sí hay un tesoro incalculable: el conocimiento. ¿Acaso no era eso, en el fondo, lo que realmente buscaban los alquimistas?

 

Un equipo de físicos del CERN ha conseguido lo que durante siglos fue un sueño imposible para alquimistas y científicos por igual: transformar plomo en oro. Aunque solo por una fracción de segundo y en cantidades ínfimas, este logro no deja de ser extraordinario. La hazaña fue documentada recientemente en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC), el acelerador de partículas más grande del mundo, ubicado en la frontera entre Suiza y Francia. Allí, el detector ALICE fue testigo de un fenómeno inesperado: miles de núcleos de plomo transformándose momentáneamente en oro.

Este descubrimiento, publicado en Physical Review Journals, se logró mientras los científicos realizaban experimentos con iones pesados, haciendo colisionar átomos de plomo a velocidades cercanas al 99 % de la velocidad de la luz. En esas condiciones extremas, los núcleos de plomo pierden tres protones, quedando con exactamente 79: el número que caracteriza al oro. Así, aunque brevemente, el plomo se convierte en el metal más codiciado de la historia.

 

 

El hallazgo ocurrió casi por accidente. Los experimentos con núcleos de plomo no son inusuales en el LHC, pero fue gracias a la sensibilidad del detector ALICE que se logró captar este fenómeno. ALICE, diseñado para observar partículas subatómicas como quarks y gluones, logró identificar este evento fugaz entre millones de colisiones. Sin su precisión, la transmutación habría pasado completamente desapercibida.

Pero ¿cómo es posible que el plomo se transforme en oro? En el mundo de la física nuclear, el secreto está en los protones. Cada elemento químico se define por la cantidad de protones en su núcleo: el oro tiene 79, mientras que el plomo tiene 82. Si se logra eliminar esos tres protones sobrantes, lo que
queda es, al menos técnicamente, oro. En este caso, esa conversión se dio a través de un proceso llamado disociación electromagnética. Al viajar a velocidades tan extremas, los núcleos de plomo emiten pulsos de fotones que afectan a otras partículas cercanas,

 

 

ocasionando reacciones atómicas que desencadenan la pérdida de protones.

Durante el periodo comprendido entre 2015 y 2018, se estima que este proceso generó unos 86.000 millones de núcleos de oro. Sin embargo, antes de que alguien se emocione con la posibilidad de “fabricar oro” de manera rentable, conviene aclarar que el producto final es minúsculo. Según los científicos, incluso si se pudieran almacenar todos los núcleos generados durante tres años, el oro obtenido pesaría apenas 29 picogramos. Es decir, miles de millones de veces menos que una pepita visible a simple vista.

Aun así, el valor de este experimento no radica en su rentabilidad, sino en su aporte al conocimiento científico. Gracias a estas colisiones y a los datos recogidos por ALICE, los físicos pueden estudiar los componentes más fundamentales del universo. Al analizar cómo interactúan los quarks y gluones cuando se separan brevemente del núcleo, los investigadores pueden entender mejor las condiciones del universo primitivo, justo después del Big Bang.

El uso del plomo no es casual. Aunque es un metal abundante y relativamente barato, su gran cantidad de protones y neutrones lo convierte en un candidato ideal para estudiar la física subatómica. En tiempos antiguos, los alquimistas también lo veían como una materia prima prometedora por su densidad y color similar al oro. Pero mientras aquellos buscaban la transmutación como una vía a la riqueza o la iluminación espiritual, hoy los científicos lo

 

 

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