Bogotá, Colombia -Edición: 797

 Fecha: Miércoles 14-05-2025

 

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INFORME

 

 

 

 

 

 

Murió Pepe Mujica, el último rebelde de América Latina

 

 

 

 

 

artistas como Residente, el cantante puertorriqueño que encontró en Mujica inspiración para hacer de su música una trinchera política. La cultura popular también lo abrazó.

 

Y Latinoamérica no se quedó atrás. En julio de 2024, ya enfermo, recibió en su jardín —rodeado de árboles, mate y humildad— a los presidentes Gustavo Petro y Luiz Inácio Lula da Silva. Ambos lo condecoraron con las máximas distinciones de Colombia y Brasil, la Cruz de Boyacá y la Orden del Cruzeiro do Sul, respectivamente. Fue un gesto simbólico, pero profundamente político: un reconocimiento a uno de los últimos gigantes del continente.

 

Mujica nunca fue neutral. Fue un hombre de izquierda, sí, pero también un autodidacta que entendía que los extremos podían ser tan peligrosos como el cinismo. Siempre apostó por el diálogo, por la moderación sin renunciar a los principios. Y aunque fue muy crítico del modelo capitalista, jamás promovió el odio ni la violencia.

Lejos del dogma, cerca del pueblo. Esa fue la esencia de Mujica. Por eso su muerte duele más allá de Uruguay. Duele en Colombia, en Chile, en Argentina, en todos los rincones de América Latina donde la política todavía guarda espacio para los soñadores. Porque Pepe fue eso: un soñador que no se dejó comprar, que eligió siempre el camino más difícil, el de la coherencia.

 

 

Hoy, sus frases resuenan con una mezcla de nostalgia y vigencia. “Vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad”. O aquella otra: “La política no debe ser una profesión sino una pasión”. Mujica no dejó herederos políticos, pero sí un legado moral y ético que será difícil de igualar.

En medio de un continente marcado por la polarización, la corrupción y el desencanto, su vida se levanta como un faro, como un recordatorio de que sí es posible hacer política sin perder el alma.

Se fue el guerrero. Queda su palabra. Queda su ejemplo. Y sobre todo, queda su silencio —ese que ahora habla más fuerte que nunca— en un mundo que, quizás, necesitaba más de Pepe Mujica de lo que estaba dispuesto a admitir.

 

Montevideo y América Latina en general amanecieron de luto y con el corazón encogido el martes 13 de mayo. A los 89 años, falleció José "Pepe" Mujica, el expresidente uruguayo que, con su austeridad radical, pensamiento libertario y una coherencia infrecuente en la política latinoamericana, dejó una huella imborrable. El cáncer de esófago que lo venía aquejando desde hacía meses terminó por ganarle la batalla, pero no le robó su lucidez ni su convicción hasta el final.

La noticia, aunque esperada por muchos tras el anuncio de su esposa, Lucía Topolansky, sobre su fase terminal, cayó con la fuerza de una piedra en el pecho. Mujica se había despedido en vida, con la sinceridad que siempre lo caracterizó: "Ya terminó mi ciclo. Me estoy muriendo y el guerrero tiene derecho a su descanso", dijo en enero pasado. Así, sin dramatismos ni falsas promesas, bajaba el telón de una vida que parecía sacada de una novela.

 

 

Pero su historia fue bien real. Nacido en Montevideo en 1935, hijo de agricultores, Mujica conoció desde temprano el peso de la desigualdad. En los años 60, se unió al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una guerrilla urbana de inspiración socialista. Su militancia lo llevó a la cárcel durante 13 años, en condiciones infrahumanas. Pasó largos periodos de aislamiento, tortura física y psicológica. Allí, en la oscuridad y el silencio, sembró las bases de un pensamiento que luego conmovería al mundo entero.

Salió en libertad en 1985, con la democracia restaurada en Uruguay, y en lugar de replegarse, se reinventó. Ingresó a la vida política legal, se unió al Frente Amplio y empezó a ocupar cargos públicos. Ministro, legislador y, finalmente, presidente entre 2010 y 2015. En cada uno de esos roles, Mujica hizo lo impensable: vivir como hablaba.
 

“Yo no soy pobre, soy sobrio”, decía mientras habitaba una pequeña chacra a las afueras de Montevideo, sin guardias, sin lujos, con sus perros y su inseparable escarabajo celeste. Una vida minimalista que lo convirtió en “el presidente más pobre del mundo”, etiqueta que nunca terminó de agradarle. A un jeque árabe que le ofreció

 

 

un millón de dólares por su escarabajo, le respondió con firmeza: “Yo no tengo compromiso con los fierros”.

 

No era pose. Mujica donaba el 90 % de su sueldo presidencial a causas sociales. En foros internacionales, como su célebre intervención en la ONU en 2013, llamaba a reflexionar sobre el consumismo y la sostenibilidad: “¿Estamos gobernando la globalización o la globalización nos gobierna?”, preguntaba con su tono sereno, casi paternal.

En el gobierno impulsó reformas históricas que colocaron a Uruguay a la vanguardia del progresismo mundial. Legalizó el aborto en las primeras 12 semanas (2012), reguló la producción y venta de marihuana (2013) y abrió las puertas al matrimonio igualitario (2013). Fue una era de transformaciones profundas, marcadas por un espíritu de equidad, libertad y respeto por la diversidad.

Pero Mujica no era un político común. Fue también un filósofo de lo cotidiano, un hombre que hablaba con la misma profundidad tanto de política como de la vida, del amor, del tiempo. Esa capacidad para mezclar lo íntimo con lo público le ganó afectos incluso entre quienes no compartían sus ideas. En su hogar, al lado de Lucía Topolansky —su compañera de lucha y de vida—, tejió una relación de lealtad que iba más allá del amor romántico: era complicidad política, era historia compartida, era resistencia.

Lucía, que fue senadora, ministra y vicepresidenta, lo acompañó hasta el final. Se casaron en 2005, aunque vivían juntos desde 1967, cuando ambos militaban en los Tupamaros. Nunca tuvieron hijos, pero compartieron un país y una visión del mundo.
 

Mujica también supo ganarse el respeto y la amistad de figuras diversas, desde Fidel Castro hasta Barack Obama. Conoció a líderes como el Che Guevara, Mao Zedong, y más recientemente, entabló diálogos con

 

 

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