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INFORME |
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Murió Pepe Mujica, el último rebelde de América Latina
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artistas como Residente, el cantante puertorriqueño que encontró en Mujica inspiración para hacer de su música una trinchera política. La cultura popular también lo abrazó.
Y Latinoamérica no se quedó atrás. En julio de 2024, ya enfermo, recibió en su jardín —rodeado de árboles, mate y humildad— a los presidentes Gustavo Petro y Luiz Inácio Lula da Silva. Ambos lo condecoraron con las máximas distinciones de Colombia y Brasil, la Cruz de Boyacá y la Orden del Cruzeiro do Sul, respectivamente. Fue un gesto simbólico, pero profundamente político: un reconocimiento a uno de los últimos gigantes del continente.
Mujica nunca fue neutral. Fue un hombre de izquierda, sí, pero
también un autodidacta que entendía que los extremos podían ser tan peligrosos
como el cinismo. Siempre apostó por el diálogo, por la moderación sin renunciar
a los principios. Y aunque fue muy crítico del modelo capitalista, jamás
promovió el odio ni la violencia.
Hoy, sus frases resuenan con una mezcla de nostalgia y vigencia.
“Vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad”. O aquella otra:
“La política no debe ser una profesión sino una pasión”. Mujica no dejó
herederos políticos, pero sí un legado moral y ético que será difícil de
igualar.
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Montevideo y América
Latina en general amanecieron de luto y con el corazón encogido el martes 13 de
mayo. A los 89 años, falleció José "Pepe" Mujica, el expresidente uruguayo que,
con su austeridad radical, pensamiento libertario y una coherencia infrecuente
en la política latinoamericana, dejó una huella imborrable. El cáncer de esófago
que lo venía aquejando desde hacía meses terminó por ganarle la batalla, pero no
le robó su lucidez ni su convicción hasta el final.
Pero su historia fue bien real. Nacido en Montevideo en 1935,
hijo de agricultores, Mujica conoció desde temprano el peso de la desigualdad.
En los años 60, se unió al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una
guerrilla urbana de inspiración socialista. Su militancia lo llevó a la cárcel
durante 13 años, en condiciones infrahumanas. Pasó largos periodos de
aislamiento, tortura física y psicológica. Allí, en la oscuridad y el silencio,
sembró las bases de un pensamiento que luego conmovería al mundo entero. “Yo no soy pobre, soy sobrio”, decía mientras habitaba una pequeña chacra a las afueras de Montevideo, sin guardias, sin lujos, con sus perros y su inseparable escarabajo celeste. Una vida minimalista que lo convirtió en “el presidente más pobre del mundo”, etiqueta que nunca terminó de agradarle. A un jeque árabe que le ofreció
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un millón de dólares por su escarabajo, le respondió con firmeza: “Yo no tengo compromiso con los fierros”.
No era pose. Mujica donaba el 90 % de su sueldo presidencial a
causas sociales. En foros internacionales, como su célebre intervención en la
ONU en 2013, llamaba a reflexionar sobre el consumismo y la sostenibilidad:
“¿Estamos gobernando la globalización o la globalización nos gobierna?”,
preguntaba con su tono sereno, casi paternal. Mujica también supo ganarse el respeto y la amistad de figuras diversas, desde Fidel Castro hasta Barack Obama. Conoció a líderes como el Che Guevara, Mao Zedong, y más recientemente, entabló diálogos con
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