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Oración en Villa de
Leyva
Jotamario Arbeláez
A Salomé

Foto Totó
Mayorga
Desde hace ya muchos años, a través de los manejos sutiles de unos
espíritus selectos que me encontré en una mesa, me puse en contacto
con lo último que me faltaba por conocer en este mundo precario: la
divinidad.
Había tenido novias divinas pero pamplinas, verdaderas
diablas bien maquilladas sí eran, y hasta tatuadas, a quienes
consentí de la ceca a la meca hasta que el verdadero amor me mandó a
parar.
A partir de allí siento que recibo cada día dosis
dobles de luz, la del astro y de las farolas y la que circula por
las redes de mi cerebro,
entiendo lo que antes para mí era confusión, como
si hubiera comido de la fruta del árbol del conocimiento,
ya no despotrico ni insulto ni me despacho contra Dios
ni contra el tirano sino que enfilo mis palabras para la loa y el
ditirambo.
Disfruto de los dones del mundo contemplada la carne y
descontado el demonio, a quien con mucha pena tuve que ponerlo en su
sitio.
Asumo el precepto de D. H. Lawrence de que “debemos
dejar de ser hombres que oran para ser hombres que bendicen.”
Me he acercado en puntillas a la noción de Dios y me
inclino ante cada una de sus manifestaciones según la religión o
mitología por donde circule, más panteólogo que panteísta.
Mientras más me inclino para manifestar gratitud más
altos dones continúo recibiendo, de esos que no requieren pagar
impuestos.
Y nadie puede pensar que divago por más vago que haya
sido cuando era nadie
ni que soy un consumado marihuanero, pues como nunca
fumé cigarro ni siquiera aprendí a aspirar.
Cuando estaba alejado de Él lo único que me movía y motivaba
era la experiencia verbal, sin percatarme de que el Verbo era Él.
Con la poesía me acostaba y me levantaba y con la poesía
caminaba por las calles y por las aguas y por los aires cosa que
nadie admiraba
pues pensaban las gentes que era un Eróstrato que por
llamar la atención sería capaz, si atinara a encender un fósforo, de
pegarle fuego a la torre de Notre Dame.
Pero los maestros perfectos me bajaron los humos y ahora soy
incapaz de encender una chimenea, cosa que le tocará a la señora.
A pesar de no tener aún suficiente confianza con el
Señor como para tratarle de tú a tú,
voy a ver de escribirle en este momento unas oraciones
gramaticales para bendecir su santo nombre por haberme permitido
cumplir mi sueño y el de mi dorado tormento,
de instalar nuestras plantas y sus pantuflas en uno de los
sitios privilegiados del mundo, en Villa de Leyva,
donde si no estuvo situado el paraíso terrenal sí
dejaron su huella los dinosaurios y mamuts que por allí también
circularon.

Abril de
2019. La casa está construida.
Ya Claudia mi mujer y su hermana Clara, el maestro de obras Albeiro
Cuevas y su hueste de obreros de la construcción, siguiendo los
impecables diseños estelares de Edmundo Moure,
pusieron la última piedra de La montaña mágica, pequeño palacete (¿o
sería mejor templete?) a la vera del cerro y la laguna de Iguaque,
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de donde
surgieron Bachué y su hijo Qhuzha con el destino de poblar la tierra
a partir de los pueblos muiscas.

La laguna de Iguaque
O sea que estamos instalados en el mismo sitio de donde arrancaron
los primeros hombres y las primeras mujeres en la prehistoria
remota, con nuestros impúdicos taparrabos de Christian Dior.
Valió la pena haber esperado hasta los 80. Quien iba a
pensar que el nadaísmo culminaría en una horda de Matusalenes.
Se han sucedido en la espera dos años y tres operaciones
quirúrgicas, de la columna vertebral, de la apéndice y de la
próstata,
de las que he quedado en perfecto estado luego de la
convalecencia de cada una, privilegio que te agradezco, Señor de los
amores y los dolores.
De la primera casi no podía subir una grada ni andar
entre las piedras compactadas del pueblo, pero el señor alcalde
Víctor Hugo Forero debió haber recibido tu divino mandato de hacerme
andenes por cada calle, por lo que nunca será olvidado.
Sólo dos sucesos me tienen triste. El uno irreparable en la tierra,
como fue el desprendimiento en la flor de la vida de Lina María
Umaña,
amada hija de Victoria Eugenia Franco, la dueña de la
finca Villa Gabriela, donde pernoctamos dos años con nuestra perrita
Dina.
Noches atrás, en una ventisca, escuchamos y vimos cómo
se derrumbaba el rancho de los asados. Los designios del Señor son
inescrutables. Me dio susto por los techos de nuestra casa.
En esas regiones que sólo a Ti corresponden, dale a
Lina Señor el descanso eterno, en una bonita morada, ojalá cerca de
la tuya.
El otro caso que sí tendría arreglo pronto de acuerdo con tu
reconocida misericordia, es el de mi vecino de predios y mi cuña del
corazón, pues es el hermano de mi mujer, el pintor Juan Jaramillo,
atacado de leucemia por la prolongada convivencia en su
cuarto de trabajo con las tremendas trementinas usadas en la
disolución de sus óleos.
Ya pasó por los tratamientos más avanzados de la
ciencia médica y ha decidido instalarse en tu clínica.
Te lo recomiendo. Señor, para que nos siga deleitando y
enriqueciendo el arte nacional con su obra gloriosa. Pero que no
vaya a ser con los santos óleos.
De mi parte te pido que me concedas tiempo, como te lo solicitó
Kazantzakis a mi misma edad, en su Carta al Greco,
para coronar los 12 tomos de la obra en proyecto, Los
días contados, que seguramente me estás dictando. O por lo menos
permitiendo que fluya.
Porque ahora en la casa y entre las amigas de casa veo
que te nominan “el Universo”. Encargado de que todo marche sobre
patines. Que todo fluya.
Y lo real es que funciona. Cómo será que después de la
operación de la próstata sigo fluyendo. Grande eres.

Foto
Daniel Mordzinsky
La
montaña mágica. Villa de Leyva. Mayo 7-19
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