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EDITORIAL
El contrato de
la paz.
La paz es el producto de intercambio más antiguo y eficiente de
la historia. Desde el principio de las civilizaciones el deseo
de la paz ha sido el lienzo desde donde se crean las grandes
estructuras culturales, en donde los integrantes de una sociedad
inscriben lo que para ellos es la paz, oculto bajo los deseos
que manifiesta. Pero, en este juego de conseguir el producto
llamado paz se entrega otra característica propia del ser humano
su libertad, ya muy bien Hobbes anunciaba este intercambio
social, uno en donde en busca de obtener tranquilidad o paz, el
ser humano entregaba su libre albedrío, sus derechos naturales y
demás, es decir la libertad total. Sin embargo esta libertad no
sólo se intercambia sino que pasa a formas parte de otra
libertad que ahora tiene la libertad de todos los seres a los
cuales les brinda paz.
Estas libertades adquiridas son la razón de los grandes poderes
actuales. No obstante, este intercambio se da siempre desde un
contrato constante, es decir, siempre y cuando se adquiera paz,
la libertad del sujeto es limitada por su proveedor, pero ¿este
contrato se cumple en la actualidad? ¿Colombia tiene paz? en
efecto,una negativa siempre es la respuesta, en todo el país; de
norte a sur, de oeste a este y en todas las combinaciones
posibles, colombia es un país con poseedores de un contrato que
no se está cumpliendo, pero que si se le está cobrando, pues la
libertad sigue siendo exigida, actuar siempre de acuerdo a la
voz de las grandes reglas que nos rigen y dicen como ser.
La conclusión de esta reflexión es que somos acreedores de un
contrato incumplido, promoviendo de esta manera la necesidad de
exigir nuestra libertad para así volverla a intercambiar de
nuevo, con alguien que sí cumpla el contrato que me traiga paz.
Que nuestra libertad regrese significa la posibilidad de una
reorganización de principios y bases de lo que entiendo como paz
y no simplemente seguir adquiriendo una paz anticuada y vieja,
que ya impide que mi intercambio sea equivalente.
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Hastío que brota
de mi estado de conciencia

Por: Zahur
Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Cuando me despierto y no me puedo dormir, en esas noches cuando
los mil fantasmas florecen a media mañana y no me puedo volver a
dormir. Un hastío me atrapa como si estuviera en las garras de
una multitud de personajes que gravitan en el Congreso y trato
de encontrar respuesta a todo lo que allá se cocina. Y es
cuando, digo basta ya de tanta podredumbre.
No es fácil pararse de repente, enarbolar una bandera que esté
ajena a cuanto se nos ha enseñado de política y comenzar a
mirarnos unos a otros como si fuéramos culpables de todo lo que
está pasando por siglos y que hoy sí tenemos conciencia de
nuestra existencia.
Esta condición que hoy tenemos de poder reconocer lo que está
bien o mal y que ya no somos propiedad de ningún monarca o
cacique. Que somos lo que somos porque cada día por la mañana
nos levantamos y hacemos lo mejor para que todo esté bien a
nuestro alrededor. Pero cuando salimos a la calle todo cambia de
repente y eso que pensábamos que éramos ya no somos, sino que
estamos a merced de un Congreso que hemos elegido pensando que
ellos iban a estar a nuestro favor, pero todo fue lo contrario.
Esta mañana me desperté y me sentí como el vendedor Gregor Samsa
de la Metamorfosis, pero no atrapado en mi cuarto sino en un
país donde yo era la mina que todos en el Congreso querían
minar.
Quiero que me sacudan para despertar y seguir pensando que estoy
en el paraíso que todos soñamos.
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COLOMBIA
ES DE LOS TRAQUETOS
Crónica # 929

Gustavo Alvarez Gardeazábal
Audio:
https://www.youtube.com/watch?v=rdwrkY-Hb-o
El domingo pasado El Tiempo publicó un mapa de Colombia en donde
en 18 de los 32 departamentos hay presencia de los grupos
armados, que el mismo presidente Petro llamó “traquetos”, y que
dicen seguir las orientaciones del comandante Mordisco.
A simple vista es casi media Colombia. Pero si los editores de
la sección Justicia del periódico hubiesen hecho un esfuerzo y
rellenado toda la otra mitad vacía del mapa de Colombia, se
encontrarían con que en 13 de los catorce departamentos que
están sin diligenciar existen otros grupos armados similares, en
su gran mayoría pertenecientes al Clan que otrora mangoneaba
Úsuga y unos poquitos del ELN, enfrentados casi siempre entre
ellos.
Como cereza del pastel de traquetos en quedó convertido el mapa
de Colombia, habría que agregar los minúsculos territorios en
Nariño y Arauca y quizás en el Catatumbo donde tiene presencia
la agrupación Nueva Marquetalia que dirige el arrepentido
firmante de La Habana, el sobreviviente Iván Márquez.
En resumen, si se nos mira desde afuera, Colombia tiene una
guerra más nutrida que cuando Santos firmó la paz con las Farc.
Y si la queremos clasificar como la que es, estamos viviendo la
Guerra de los Traquetos.
Y no es ni exageración ni minimización. Es la realidad. Son
muchos grupos armados, productores y comercializadores de
cocaína que no tienen estructura piramidal sino que repiten el
esquema que tuvimos cuando arreciaron los grupos armados de
traquetos en regiones determinadas de la geografía nacional.
Como tal entonces si se quiere hacer la paz con estos grupos, y
con los que existen controlando las grandes ciudades, hay
necesidad de reconocer que son traquetos y no disidentes y, como
tal, la paz que se les puede ofrecer debe llenar sus ambiciones.
Ya no es tiempo ni de criminalizarlos ni de llenarlos de
adjetivos, es de reconocer que coparon al país. Y también ir
admitiendo que la Revolución de los Traquetos de hace 40 años,
se fue consolidando y nos cambió valores y estructuras.
El Porce, julio 26 del 2024
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