Bogotá, Colombia -Edición: 791

 Fecha: Miércoles 30-04-2025

 

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INFORME

 

 

 

 

 

 

¿Los chimpancés también festejan? El hallazgo que sugiere que nuestros ancestros compartían más que fruta

 

 

 

 

 

sorpresa, juego o incluso enojo, son fácilmente reconocibles.

 

Los sentidos, especialmente el tacto y la vista, son fundamentales en la vida del chimpancé. A través del contacto físico forman lazos, se reconcilian o cuidan unos de otros, como cuando se acicalan para eliminar insectos. Sus ojos, capaces de ver con claridad tanto de día como de noche, les permiten evaluar el entorno y tomar decisiones sobre alimento, seguridad o interacciones sociales.

Incluso su forma de caminar —en especial sobre los nudillos— les brinda una ventaja de velocidad y estabilidad, y está adaptada a su anatomía particular: brazos más largos que las piernas, columna robusta, hombros altamente móviles. Todo en su cuerpo está pensado para sobrevivir en un entorno exigente, donde escalar árboles o defenderse de depredadores puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

Sin embargo, es esa conexión emocional la que más llama la atención. La forma en que se miran, se tocan o comparten, es inquietantemente humana. Y ahora, a esa lista de comportamientos comunes, debemos agregar una más: la posible búsqueda de alimentos fermentados y su consumo en grupo. ¿Se trata de una simple coincidencia evolutiva o de una pista más en el complejo rompecabezas de nuestra historia como especie?

 

 

Mientras la ciencia continúa buscando respuestas, lo que queda claro es que este hallazgo reconfigura nuestra visión sobre los orígenes del consumo de alcohol. Lejos de ser una invención reciente, puede tratarse de una conducta con raíces en un pasado común, profundamente ligada al instinto de socialización, al placer compartido y quizás incluso a la construcción de relaciones entre individuos.

Es difícil no imaginar a un grupo de chimpancés rodeando una fruta caída, probándola entre miradas cómplices, con gestos que evocan una antigua celebración. Quizás, en ese momento simple, está escondida una verdad mucho más compleja: que antes de levantar una copa, nuestros antepasados ya celebraban a su manera. Y que tal vez, solo tal vez, lo siguen haciendo entre los árboles de la selva africana, recordándonos que el deseo de compartir, de convivir, y hasta de relajarse tras un día largo, no es solo humano. Es ancestral.

 

En lo más profundo del Parque Nacional de Cantanhez, en Guinea-Bissau, los chimpancés han empezado a revelar un comportamiento inesperado que podría tener implicaciones sorprendentes para comprender el origen de nuestra relación con el alcohol. Un reciente estudio publicado por la revista Current Biology y liderado por un equipo de la Universidad de Exeter (Reino Unido), ha documentado por primera vez cómo estos primates, nuestros parientes evolutivos más cercanos, no solo consumen frutas fermentadas con contenido alcohólico, sino que también las comparten entre ellos en lo que parece ser un evento social, un “festín” entre amigos de su especie.

La escena es tan insólita como reveladora: un grupo de chimpancés se reúne alrededor de un fruto caído del árbol Treculia africana, una planta nativa de África cuyos frutos, del tamaño de una pelota de baloncesto y con más de 30 kilos de peso, maduran y fermentan al contacto con el suelo. Cuando esto ocurre, desarrollan niveles bajos de alcohol, similares a los que podría tener una bebida casera ligeramente fermentada. Y los chimpancés no solo los consumen con gusto, sino que lo hacen en grupo, repitiendo este comportamiento en varias ocasiones.

 

 

Las cámaras trampa instaladas por los científicos captaron hasta 17 chimpancés en más de nueve eventos distintos comiendo y compartiendo estas frutas fermentadas. Aunque el contenido alcohólico era bajo —hasta un 0,61 % en los frutos más maduros—, el hallazgo provocó una oleada de interrogantes entre los investigadores: ¿buscan los chimpancés esta fruta por su sabor o por el efecto del etanol? ¿Qué los lleva a compartirla? ¿Podría tratarse de una forma primitiva de convivencia con una función social?

Anna Bowland, del Centro de Ecología y Conservación de la Universidad de Exeter, lo explica con cautela: “Sabemos que en los humanos, el consumo de alcohol genera una sensación de relajación y felicidad gracias a la liberación de dopamina y endorfinas. Lo que ahora nos preguntamos es si los chimpancés salvajes también experimentan sensaciones similares al consumir estas frutas fermentadas”.
 

No es la primera vez que se registra la ingesta de alcohol en primates, pero sí es la primera ocasión en que este comportamiento se observa en animales en estado salvaje, en un contexto natural y sin intervención humana. Este detalle resulta clave: no estamos ante chimpancés en cautiverio que reaccionan a estímulos artificiales. Aquí, en su hábitat natural, ellos

 

 

eligen, consumen y comparten alimentos fermentados de manera libre.

 

Más allá de la anécdota, el hallazgo toca un punto sensible en la historia evolutiva del ser humano. Se sabe que un ancestro común de los grandes simios africanos desarrolló una mutación genética que mejoraba su capacidad para metabolizar el etanol. Esto sugiere que, incluso hace millones de años, nuestros antepasados no solo estuvieron expuestos al alcohol natural en frutas maduras, sino que también desarrollaron cierta tolerancia hacia él. En otras palabras, los orígenes de nuestra relación con el alcohol podrían no estar ligados únicamente a lo cultural, sino también a lo biológico.

Kimberley Hockings, otra de las autoras del estudio, propone una hipótesis provocadora: “Este comportamiento podría representar una fase evolutiva temprana del festejo, del compartir. Tal vez lo que hoy entendemos como un brindis, una celebración, tiene raíces más profundas de lo que creíamos”.

 

Y es que, si se analiza con detenimiento, el hecho de que los chimpancés compartan un alimento no es menor. Aunque este comportamiento existe entre ellos, no es frecuente. Compartir implica confianza, vínculo, y posiblemente algún tipo de recompensa social. El simple acto de extender una fruta fermentada al compañero más cercano podría ser un gesto de alianza, de pertenencia, o incluso una forma de generar jerarquías dentro del grupo.

 

Pero la conexión con los humanos no se limita solo al consumo de alcohol. La anatomía, el comportamiento social y los sentidos de los chimpancés refuerzan continuamente el puente que los une con nosotros. Estos primates tienen un cuerpo diseñado para el movimiento ágil entre árboles, con brazos largos y fuertes que les permiten balancearse con soltura. Su rostro, libre de pelo en algunas zonas, permite una expresividad facial asombrosa, capaz de transmitir emociones que no distan mucho de las nuestras. Las expresiones de

 

 

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