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EDITORIAL
Ataque a
todos
La sombra de la violencia
sistemática ha regresado con fuerza a escenarios donde nunca se
fue del todo. Los asesinatos selectivos de miembros de la Fuerza
Pública no solo evocan capítulos oscuros de la historia reciente,
sino que reafirman la persistencia de un conflicto armado que,
lejos de apagarse, muta y se adapta a los tiempos. La denuncia
sobre un posible “plan pistola” no puede tomarse a la ligera:
apunta a una estrategia calculada de aniquilamiento, diseñada
para socavar la moral del Estado desde sus propias entrañas.
En apenas unas semanas, las cifras de uniformados asesinados
hablan por sí solas. No se trata de hechos aislados ni de
retaliaciones puntuales. Es violencia con firma, con lógica
territorial, con objetivos simbólicos y tácticos. Es la
violencia de siempre, disfrazada de nuevas causas, que
instrumentaliza a jóvenes armados para sembrar terror y
debilitar las instituciones desde lo más profundo.
El país enfrenta un desafío mayúsculo: el fracaso parcial de las
negociaciones con grupos armados revela que la voluntad política,
sin una estrategia integral, es tan frágil como las promesas de
tregua. Dialogar no es claudicar, pero tampoco puede ser una
coartada para la inacción o el voluntarismo. Mientras una mano
se extiende para firmar acuerdos, la otra debe ser capaz de
garantizar la seguridad en el territorio. Lo contrario es
alimentar la confusión y, peor aún, poner en riesgo a quienes
llevan el uniforme del Estado.
Hoy, más que nunca, se hace
evidente la necesidad de una política de seguridad que no
dependa de la coyuntura ni de anuncios mediáticos. La
improvisación en este terreno se paga con vidas humanas. Y esas
vidas tienen rostros, familias, historias truncadas por una
violencia que parece no tener fin. La ciudadanía necesita
claridad, no solo en las cifras, sino en las acciones.
Si el Estado no protege a sus propios servidores, ¿cómo podrá
proteger al resto de la población? La violencia no se enfrenta
con retórica, se combate con inteligencia —en todos los sentidos
del término—, con justicia que actúe y con un enfoque
territorial que entienda las dinámicas locales del crimen.
Frente a un enemigo que opera
con planificación y crueldad, la respuesta debe ser proporcional,
coherente y sostenida. Lo contrario sería permitir que el miedo,
una vez más, imponga su ley. Y esa es una derrota que el país no
puede volver a permitirse.

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La experiencia de años vividos
es base para alcanzar la plenitud

Por: Zahur
Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
La vida es un estado de conciencia en desarrollo.
Lo demás es circunstancial. Es como si todo sucediera en un
destiempo donde nosotros estamos ahí haciendo presencia en lo
inesperado. Por eso cada día es diferente y estamos a merced de
quienes dirigen el concierto social.
Unos envejecen, otros añejan, el resto simplemente está como
parte de bosque que da pulmón al aire para que la vida continúe.
Sociedades malformadas usan al bosque para que el Estado
funcione y los viejos y añejos simplemente miran pasar los días
con la esperanza que ese bosque se encienda para que nazca una
nueva vegetación. Eso jamás pasa, lo que sí sucede es que un
pirómano aparece en los extremos del bosque y hace que todo
cambie de la noche a la mañana. Y todos creen que sobre esas
cenizas nacerán nuevas generaciones que harán el verdadero
cambio. Esas cenizas no son volcánicas que sí traen los
nutrientes para una nueva vida.
Las nuevas generaciones no tienen los nutrientes volcánicos que
los hagan actuar como si el conocimiento lo hubieran obtenido de
ese pasado de donde ellos vienen. Actúan aferrados a las mismas
leyes que han hecho tanto daño por décadas y no entienden que se
pueden cambiar por algo mejor si presionan a los políticos para
que actúen en interés de los electores quienes fueron los que
los eligieron.
Los de antaño eran iletrados y no pudieron hacer nada, eran los
líderes quienes comandaban esas huestes de criminales que
arrasaron con todo y que aún siguen libres sin ser juzgados por
sus crímenes. Ellos seguirán en la memoria de los millones de
dolientes que jamás perdonan, aunque se firme cualquier acuerdo
de paz.
La experiencia está ahí de esos años vividos que no va a
permitir que se repita otra vez ese pasado. Sin ella estaríamos
en peligro de vivir lo que no se ha vivido. Por eso la
experiencia de los años es importante tenerla en cuenta y no
rechazar aquellos mayores porque se cree que no se va a
desempeñar bien.
En Colombia se ha preferido a los jóvenes para laborar porque no
tienen experiencia, pero se les rechaza por lo mismo. Al final
se eligen porque es más fácil manipularlos en el pago y en las
labores que van a desempeñar.
Los viejos dejan que todo suceda porque hay temores de todas las
condiciones y es mejor dejar que pasen los de la primera línea
arrasando con todo a que ellos terminen mal trechos y mal
heridos en un arranque patriótico.
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La plenitud de la vida no se alcanza desde el
rincón de la alcoba, solo se llega a ella negándoles a los
políticos los derechos que ellos exigen cuando son elegidos.
Ellos son nuestros empleados, y como tal hay que obligarlos a
que cumplan con sus obligaciones, que es, hacer que la nación
funcione para el bien de todos.
ELECTRICODEPEN-DIENTES
Crónica #1115

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Audio:
https://youtu.be/V5IHIT5yDWM
Con el ejemplo español del
apagón intempestivo que casi duró 24 horas hemos constatado que
aquí en Colombia si nos pasa algo igual, los cajeros no van a
funcionar, solo el efectivo guardado debajo de los colchones
será la salvación.
Los bancos quedarán inutilizados, la compra y venta de cualquier
cosa se verá obstaculizada porque o no se puede pagar con
tarjeta o no pueden expedir las facturas.
Se apagarán los semáforos,
dejarán de funcionar los peajes en las carreteras, las
gasolineras no podrán vendernos combustible, las ventas de
tiquetes para los sistemas de transporte público motorizado
dejarán de venderse para los buses que transitan mientras se les
acaba el combustible.
El metro de Medellín no funcionará. Tampoco los cables aéreos.
Aeropuerto que no tenga planta eléctrica propia no podrá servir
ni para aterrizar ni despegar aviones.
Los congeladores de carne y los enfriadores de frutas y las
neveras hogareñas, cesarán en sus funciones.
Los computadores y los celulares se irán apagando lentamente y
pagarán la más alta cuota imaginada de incomunicación. Los
ascensores dejarán de funcionar en los edificios donde no tengan
planta de emergencia y esas plantas cesarán en su función cuando
no tengan quien o como las proveen de combustible.
Muchos acueductos no podrán bombear el agua a sus usuarios y
otros alcantarillados devolverán las aguas negras por no tener
como succionarlas.
Será el apocalipsis de la civilización eléctrica. Volveremos a
la arcadia pero no tan feliz. En Colombia, aún cuando estamos
acostumbrados a los apagones temporales y fuimos capaces de
resistir el racionamiento de Gaviria hace 35 años, lo que acaba
de suceder en España, cualquiera que haya sido la causa, nos
debe poner a pensar en lo que nos puede pasar por estas épocas
cuando todo lo hemos sometido al uso de la electricidad y al
menos imaginarnos lo que debemos tener en la reserva para
subsistir.
Somos electricodependientes.
El Porce, mayo 2 de 2025
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