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La razón no es
técnica, sino espiritual. La Iglesia considera que este momento no solo debe
verse, debe sentirse. Y la liturgia, con toda su carga simbólica, no puede
simplificarse a una pantalla que diga “Nuevo Papa electo”. El humo que se eleva,
el silencio de la multitud en la plaza, la espera ansiosa, el repique de la gran
campana de San Pedro... todo forma parte de una coreografía sagrada que ha
perdurado durante siglos.
“El secretismo del cónclave no es un obstáculo, sino una declaración de
principios. Es el recordatorio de que hay cosas que aún escapan al control de
las cámaras y las redes sociales”, comenta Moss. En ese sentido, mantener el
humo como única señal oficial de decisión es también una afirmación de autonomía
frente a las exigencias del mundo moderno.

Un símbolo que une generaciones
Puede que en pleno 2025 parezca extraño depender de una nube de humo para
recibir noticias de alcance mundial. Pero esa aparente contradicción es, en
parte, lo que hace tan poderoso el gesto. Es un recordatorio de que algunas
decisiones no se toman a la velocidad del clic, sino con tiempo, reflexión y
ritual.
Cuando la chimenea empiece a echar humo, ya sea negro o blanco, millones
volverán a mirar al cielo desde sus pantallas o desde la plaza de San Pedro. No
lo harán por nostalgia, sino porque algo en ese gesto ancestral sigue hablando
al presente con una fuerza inusitada.
Y cuando el humo sea blanco, el mundo volverá a escuchar la antigua frase en
latín que tanto significa: Habemus Papam. No importa cuántos siglos pasen ni
cuántos avances lleguen. Mientras el humo siga subiendo, la historia continuará. |
Cuando millones de
personas alrededor del mundo se reúnen frente a una pantalla para observar una
simple chimenea de ladrillo en el tejado de la Capilla Sixtina, no están
esperando un anuncio cualquiera. Están aguardando una señal que, por siglos, ha
representado uno de los momentos más solemnes del catolicismo: la elección de un
nuevo Papa. Ese humo —blanco o negro— no es solo una señal visual. Es una
síntesis de fe, misterio, historia y técnica, cuidadosamente preservada por el
Vaticano en pleno siglo XXI.
Tras la muerte del Papa Francisco el pasado 21 de abril, lunes de
Pascua, los ojos del mundo volvieron a dirigirse hacia el Vaticano. Con el
funeral ya celebrado, los cardenales están listos para reunirse a partir del día
de hoy, miércoles 7 de mayo, en la Basílica de San Pedro, iniciar una misa
especial y luego trasladarse a la Capilla Sixtina para dar comienzo al cónclave.
En ese lugar cerrado al mundo exterior, se desarrollará un ritual tan antiguo
como delicado: la votación secreta del próximo líder de la Iglesia católica.

Y mientras el mundo espera, una pregunta surge con insistencia en
la era de la inmediatez: ¿por qué la Iglesia no moderniza su forma de anunciar
al nuevo pontífice?
Una tradición que desafía al tiempo
Desde el siglo XV, los cardenales queman sus papeletas de votación al finalizar
cada ronda en el cónclave. Con el paso del tiempo, esa quema evolucionó para
incluir un detalle crucial: el humo. Negro si no hay acuerdo, blanco si se ha
elegido al nuevo Papa. Esa columna que asciende al cielo desde la chimenea no
solo es símbolo de decisión; es una metáfora que conecta lo terrenal con lo
divino, un puente entre el misterio del cónclave y la expectación del mundo.
Candida Moss, teóloga de la Universidad de Birmingham, lo resume con claridad:
“El uso del humo evoca rituales antiguos, sacrificios, oraciones que ascienden
al cielo. Para los fieles congregados en la plaza de San Pedro, ver ese humo es
formar parte de un momento sagrado, sentirse incluidos en un acto profundamente
espiritual y colectivo”.
En una época en que los anuncios pueden llegar por notificación al celular, esta
persistencia por un ritual arcaico puede parecer anacrónica. Pero para el
Vaticano, esa es justamente la intención. El ritual no solo comunica, sino que
preserva el peso simbólico y teológico del evento.
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Una operación de
precisión milimétrica
Detrás del humo hay mucho más que tradición. También hay ciencia, ingeniería y
una logística impresionante. Cada cónclave implica montar, dentro de la Capilla
Sixtina, dos estufas especiales: una para quemar las papeletas y otra para
generar las señales de humo. Ambas se conectan a través de un conducto metálico
—fabricado generalmente en acero o hierro— que asciende hasta el tejado. Ahí, en
lo alto del Vaticano, se instala discretamente una chimenea que, aunque pequeña,
debe ser impecable en su funcionamiento. Cada junta se sella minuciosamente para
evitar filtraciones, y todo el sistema se prueba varias veces en los días
previos.
Los bomberos del Vaticano, un cuerpo especialmente capacitado, se encargan de
asegurar que no haya riesgos ni errores. Cualquier mal funcionamiento podría
derivar en una señal ambigua y, en consecuencia, en un escándalo internacional.
Kevin Farlam, ingeniero de estructuras experto en edificios históricos, lo
explicó sin rodeos: “No es como instalar una tubería en una pizzería. Cualquier
error puede convertirse en un símbolo de caos”.
Los compuestos químicos utilizados para producir el humo son, en esencia, fuegos
artificiales controlados. Para el humo negro, se quema una mezcla de perclorato
potásico, antraceno y azufre, lo que genera una densa nube oscura. Para el humo
blanco, se utiliza clorato potásico, lactosa y colofonia de pino, que produce
una combustión clara y sin residuos confusos. Estos químicos se envasan en
cartuchos y se encienden electrónicamente, eliminando la ambigüedad que en el
pasado generaba la quema de paja seca o húmeda.
Entre la fe y la modernidad
A pesar de lo meticuloso del proceso, el Vaticano ha recibido propuestas para
modernizar este anuncio: luces LED de colores, alertas digitales o incluso
transmisiones en vivo de las votaciones. Todas han sido rechazadas.
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