Bogotá, Colombia -Edición: 797

 Fecha: Miércoles 14-05-2025

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\\ OPINIÓN //

 

 

 

EDITORIAL

 

La verdad como rehén

 

Vivimos tiempos en los que la verdad ha sido arrinconada, despojada de su valor esencial y puesta al servicio de intereses que la manipulan a su antojo. La idea de una verdad única y transparente parece cada vez más lejana, casi ingenua. En su lugar, han surgido múltiples “verdades” que se presentan como absolutas, pero que en el fondo no son más que construcciones hechas para acomodar discursos, justificar acciones o ejercer control.

La verdad, en su estado más puro, debería ser un reflejo amplio y plural de la realidad. No obstante, se ha convertido en rehén de quienes pretenden imponer una sola mirada sobre el mundo, una versión reducida y conveniente, que excluye las voces disidentes, los matices y las complejidades. Lo paradójico es que, al reconocer su componente humano y cambiante, la verdad no debería perder valor, sino ganar profundidad. Pero esa misma humanidad ha sido utilizada para disfrazarla, moldearla y convertirla en una herramienta de persuasión más que en una búsqueda genuina.

Nos hemos habituado a aceptar discursos que se autoproclaman como “la verdad” sin cuestionarlos, sin preguntarnos desde dónde se están construyendo ni a quién benefician. Se ha perdido el hábito de contrastar, de incomodarse, de dudar. Y es precisamente esa renuncia al pensamiento crítico la que ha permitido que ciertas “verdades” se impongan como dogmas, acallando la diversidad de perspectivas que debería nutrir el debate público.

En este contexto, conceptos como justicia, moral, belleza o bienestar han sido arrastrados hacia definiciones uniformes, donde lo complejo es reducido a lo conveniente. Esto no solo distorsiona la percepción individual, sino que también condiciona nuestras decisiones colectivas, nuestras elecciones, nuestras formas de entender el país que habitamos. Es entonces legítimo y urgente preguntarse: ¿qué verdad estamos siguiendo? ¿Quién la escribió? ¿A quién excluye?

Si queremos hablar de verdad como fundamento de lo común, debemos empezar por liberarla de sus jaulas ideológicas, de sus manipuladores y de los intereses que la usan como arma. La verdad, para ser tal, debe ser plural, abierta al diálogo, inquieta. No puede ser propiedad de nadie, ni servidora de ninguna causa que no sea la de la comprensión compartida.

Redescubrirla exige valentía, exige aceptar contradicciones, convivir con la duda y buscar respuestas en la diversidad. Solo así la verdad podrá recuperar su lugar: no como un dogma, sino como un proceso vivo y profundamente humano.

 

 

 

 

¿Qué es una constitución en el siglo XXI?

Por: Zahur Klemath Zapata

zapatazahurk@gmail.com  

 

Por estos días en Colombia se viene hablando sobre una nueva constitución. La que existe no es una constitución sino un tratado de derecho para que los letrados y abogados tengan en qué entretenerse.

Estamos en el siglo XXI donde los avances tecnológicos y epistemológicos del pasado nos sirven de guía para superar lo que ya se hizo empíricamente. Hoy hay una exigencia mayor para accionar el manejo del diario vivir de la sociedad.

Hablar de una constitución en tiempo presente es ubicarnos a miles de años de lo que pasó en la historia de la humanidad. Hemos avanzado de una etapa cavernaria a una sociedad autónoma e independiente donde nuestras obligaciones son más sociales que individuales a pesar que prima nuestro libre albedrío y libertad de convivencia humana.

Hemos evolucionado a tal dimensión que los griegos y latinos son sociedades primitivas con relación a nuestro presente. Por eso una constitución no puede ser ya un tratado de derecho sino un derrotero de ruta para la convivencia entre amigos y enemigos. Porque eso en realidad es una sociedad y esa competencia es la que hace que se establezcan las naciones y cada una viva bajo sus propios estandartes.

Una constitución debe ser como un sistema operativo. Este entrelaza la parte física con la parte intelectual para que todo el aparataje funcione como una unidad sin conflictos entre sí. Ella debe ser la plataforma donde se puede colocar toda la parte legislativa, administrativa y funcional de un país para que se gobierne sin tener que hacer cambios constitucionales cuando la parte legislativa o administrativa cambie por razones de evolución o tendencias ideológicas.

La sociedad no lee las constituciones actuales porque no hacen sentido para ellos porque son tratados de derecho donde en ella está fundida lo constitucional y legislativos y esto es más de derecho que la base de una convivencia entre seres humanos.

Los constitucionalistas tienen su concepto de cómo debe ser una constitución a la vieja usanza y por esta razón las constituciones son funcionales hasta que haya cambios en la parte legislativa y tienen que convocar para hacer una nueva con las mismas bases de la anterior, o en casos amañada a quienes sus intereses personales priman sobre los de la sociedad.

He escrito una constitución, https://yovotoenblanco.com/constitucion.htm, que llena estos requisitos y consta de 20 artículos y que pueden usar libremente para que una nación pueda moverse libremente y

 

 

 

alcanzar sus propias proyecciones. Este puede ser un modelo de constitución que puede sentar bases para una constitución donde no esté incorporada la parte legislativa y administrativa.

 

LAS DAMAS DE LA CARIDAD
Crónica #1123

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal

 

Audio: https://www.spreaker.com/episode/las-damas-de-la-caridad-cronica-1123-de-gardeazabal--66070236

 

El 13 de mayo de 1955 Tuluá era un hervidero de angustias y necesidades. Cinco años de continua violencia. Miles de desplazados arrumados en las ruinas del Hotel de Turismo que nunca construyeron, en la Cueva del Humo o a la orilla de la carrilera, congestionaban hasta el desespero a una ciudad sin fuentes de trabajo distintas a la agricultura y sin más remedio que volver temporal la estadía de los desterrados.

Mi madre, forjada en un catolicismo a ultranza, creía en la caridad cristiana y como tenía un marido que le apoyaba su generosidad, asumió primero sola, luego con un grupo de amigas, la labor de recoger entre los comerciantes alimentos que pudieran repartirse a los frágiles refugiados.

Me veo muy niño ayudándole a bajar de la camioneta de mi padre los diminutos canastos que recibían rostros agradecidos, pero atiborrados de ansiedad.

Hoy, hace exactamente 70 años, ella resolvió fundar la Asociación Damas de la Caridad y desde allí ponerle método y administración a esos gestos caritativos. Hice entonces el final de mi infancia y el comienzo de mi adolescencia viendo a mi madre y a sus amigas llenar cada martes los canastos de mercados, que después salían a repartir por los campamentos, los cambuches o las casas de inquilinato donde pobres y necesitados, ancianos y niños trataban de subsistir.

Lo siguió haciendo durante casi 50 años hasta cuando las brumas del Alzheimer la hicieron a un lado. Más titánica empero ha sido el trabajo de quienes asumieron la conducción, sostenimiento y conservación de Las Damas hasta hoy.

Han sido otras circunstancias porque el concepto de caridad cristiana se traspapeló. En silencio, como me enseñó mi madre, he seguido aportándoles a ellas mi granito de arena con el mismo afecto que visito cada semana su tumba en Los Olivos.

Hoy, al cumplirse 70 años de Las Damas de la Caridad de mi pueblo, rememoro aquellos días y repito el gesto maternal que le llenaba de lágrimas sus ojos ante los rostros agradecidos.

El Porce, mayo 14 del 2025

 

 

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