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EDITORIAL
La verdad
como rehén
Vivimos tiempos en los que la
verdad ha sido arrinconada, despojada de su valor esencial y
puesta al servicio de intereses que la manipulan a su antojo. La
idea de una verdad única y transparente parece cada vez más
lejana, casi ingenua. En su lugar, han surgido múltiples
“verdades” que se presentan como absolutas, pero que en el fondo
no son más que construcciones hechas para acomodar discursos,
justificar acciones o ejercer control.
La verdad, en su estado más puro, debería ser un reflejo amplio
y plural de la realidad. No obstante, se ha convertido en rehén
de quienes pretenden imponer una sola mirada sobre el mundo, una
versión reducida y conveniente, que excluye las voces disidentes,
los matices y las complejidades. Lo paradójico es que, al
reconocer su componente humano y cambiante, la verdad no debería
perder valor, sino ganar profundidad. Pero esa misma humanidad
ha sido utilizada para disfrazarla, moldearla y convertirla en
una herramienta de persuasión más que en una búsqueda genuina.
Nos hemos habituado a aceptar discursos que se autoproclaman
como “la verdad” sin cuestionarlos, sin preguntarnos desde dónde
se están construyendo ni a quién benefician. Se ha perdido el
hábito de contrastar, de incomodarse, de dudar. Y es
precisamente esa renuncia al pensamiento crítico la que ha
permitido que ciertas “verdades” se impongan como dogmas,
acallando la diversidad de perspectivas que debería nutrir el
debate público.
En este contexto, conceptos como justicia, moral, belleza o
bienestar han sido arrastrados hacia definiciones uniformes,
donde lo complejo es reducido a lo conveniente. Esto no solo
distorsiona la percepción individual, sino que también
condiciona nuestras decisiones colectivas, nuestras elecciones,
nuestras formas de entender el país que habitamos. Es entonces
legítimo y urgente preguntarse: ¿qué verdad estamos siguiendo? ¿Quién
la escribió? ¿A quién excluye?
Si queremos hablar de verdad como fundamento de lo común,
debemos empezar por liberarla de sus jaulas ideológicas, de sus
manipuladores y de los intereses que la usan como arma. La
verdad, para ser tal, debe ser plural, abierta al diálogo,
inquieta. No puede ser propiedad de nadie, ni servidora de
ninguna causa que no sea la de la comprensión compartida.
Redescubrirla exige valentía, exige aceptar contradicciones,
convivir con la duda y buscar respuestas en la diversidad. Solo
así la verdad podrá recuperar su lugar: no como un dogma, sino
como un proceso vivo y profundamente humano.

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¿Qué es una constitución en el
siglo XXI?

Por: Zahur
Klemath Zapata
zapatazahurk@gmail.com
Por estos días en Colombia se
viene hablando sobre una nueva constitución. La que existe no es
una constitución sino un tratado de derecho para que los
letrados y abogados tengan en qué entretenerse.
Estamos en el siglo XXI donde los avances tecnológicos y
epistemológicos del pasado nos sirven de guía para superar lo
que ya se hizo empíricamente. Hoy hay una exigencia mayor para
accionar el manejo del diario vivir de la sociedad.
Hablar de una constitución en tiempo presente es ubicarnos a
miles de años de lo que pasó en la historia de la humanidad.
Hemos avanzado de una etapa cavernaria a una sociedad autónoma e
independiente donde nuestras obligaciones son más sociales que
individuales a pesar que prima nuestro libre albedrío y libertad
de convivencia humana.
Hemos evolucionado a tal dimensión que los griegos y latinos son
sociedades primitivas con relación a nuestro presente. Por eso
una constitución no puede ser ya un tratado de derecho sino un
derrotero de ruta para la convivencia entre amigos y enemigos.
Porque eso en realidad es una sociedad y esa competencia es la
que hace que se establezcan las naciones y cada una viva bajo
sus propios estandartes.
Una constitución debe ser como un sistema operativo. Este
entrelaza la parte física con la parte intelectual para que todo
el aparataje funcione como una unidad sin conflictos entre sí.
Ella debe ser la plataforma donde se puede colocar toda la parte
legislativa, administrativa y funcional de un país para que se
gobierne sin tener que hacer cambios constitucionales cuando la
parte legislativa o administrativa cambie por razones de
evolución o tendencias ideológicas.
La sociedad no lee las constituciones actuales porque no hacen
sentido para ellos porque son tratados de derecho donde en ella
está fundida lo constitucional y legislativos y esto es más de
derecho que la base de una convivencia entre seres humanos.
Los constitucionalistas tienen su concepto de cómo debe ser una
constitución a la vieja usanza y por esta razón las
constituciones son funcionales hasta que haya cambios en la
parte legislativa y tienen que convocar para hacer una nueva con
las mismas bases de la anterior, o en casos amañada a quienes
sus intereses personales priman sobre los de la sociedad.
He escrito una constitución,
https://yovotoenblanco.com/constitucion.htm, que
llena estos requisitos y consta de 20 artículos y que pueden
usar libremente para que una nación pueda moverse libremente y
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alcanzar sus propias
proyecciones. Este puede ser un modelo de constitución que puede
sentar bases para una constitución donde no esté incorporada la
parte legislativa y administrativa.
LAS DAMAS DE LA CARIDAD
Crónica #1123

Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Audio:
https://www.spreaker.com/episode/las-damas-de-la-caridad-cronica-1123-de-gardeazabal--66070236
El 13 de mayo de 1955 Tuluá era un hervidero de
angustias y necesidades. Cinco años de continua violencia. Miles
de desplazados arrumados en las ruinas del Hotel de Turismo que
nunca construyeron, en la Cueva del Humo o a la orilla de la
carrilera, congestionaban hasta el desespero a una ciudad sin
fuentes de trabajo distintas a la agricultura y sin más remedio
que volver temporal la estadía de los desterrados.
Mi madre, forjada en un catolicismo a ultranza, creía en la
caridad cristiana y como tenía un marido que le apoyaba su
generosidad, asumió primero sola, luego con un grupo de amigas,
la labor de recoger entre los comerciantes alimentos que
pudieran repartirse a los frágiles refugiados.
Me veo muy niño ayudándole a bajar de la camioneta de mi padre
los diminutos canastos que recibían rostros agradecidos, pero
atiborrados de ansiedad.
Hoy, hace exactamente 70 años, ella resolvió fundar la
Asociación Damas de la Caridad y desde allí ponerle método y
administración a esos gestos caritativos. Hice entonces el final
de mi infancia y el comienzo de mi adolescencia viendo a mi
madre y a sus amigas llenar cada martes los canastos de
mercados, que después salían a repartir por los campamentos, los
cambuches o las casas de inquilinato donde pobres y necesitados,
ancianos y niños trataban de subsistir.
Lo siguió haciendo durante casi 50 años hasta cuando las brumas
del Alzheimer la hicieron a un lado. Más titánica empero ha sido
el trabajo de quienes asumieron la conducción, sostenimiento y
conservación de Las Damas hasta hoy.
Han sido otras circunstancias porque el concepto de caridad
cristiana se traspapeló. En silencio, como me enseñó mi madre,
he seguido aportándoles a ellas mi granito de arena con el mismo
afecto que visito cada semana su tumba en Los Olivos.
Hoy, al cumplirse 70 años de Las Damas de la Caridad de mi
pueblo, rememoro aquellos días y repito el gesto maternal que le
llenaba de lágrimas sus ojos ante los rostros agradecidos.
El Porce, mayo 14 del 2025
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