Bogotá, Colombia -Edición: 806

 Fecha: Miércoles 04-06-2025

 

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INFORME

 

 

 

 

 

 

Inteligencia artificial para salvar a los ciervos: El delicado equilibrio entre tecnología y naturaleza en Argentina

 

 

 

 

 

decisiones con evidencia robusta. En 2017, un estudio en Corrientes documentó la muerte de más de 400 ciervos tras largas temporadas de anegamiento. Sin números, esas muertes hubieran pasado desapercibidas.

La incorporación de inteligencia artificial abre una puerta al futuro, pero no sin dilemas. Los investigadores advierten sobre los sesgos que pueden surgir si los algoritmos no se entrenan adecuadamente, así como sobre los cuidados éticos necesarios al usar drones en áreas habitadas. También descubrieron que un modelo entrenado para detectar ciervos de los pantanos no sirve para identificar venados de las pampas, lo que, lejos de ser una limitación, confirma que el sistema no se confunde con especies distintas. Es una buena señal: indica que, con datos de calidad, la IA puede ser una herramienta poderosa y confiable.

Ahora, el equipo del Laboratorio de Inteligencia Artificial y Robótica (LINAR) de la Universidad de San Andrés trabaja en expandir su base de datos para entrenar un segundo modelo enfocado en el venado de las pampas. El siguiente paso incluirá cámaras multiespectrales con imágenes térmicas, lo que permitirá buscar animales incluso en condiciones de poca visibilidad.

En paralelo, continúan las labores de educación ambiental, el trabajo con comunidades locales y el desarrollo de estrategias que permitan una coexistencia entre conservación y producción. En el delta del Paraná, donde las plantaciones forestales dominan el paisaje, el Proyecto Pantano busca alternativas para compatibilizar los intereses económicos con la preservación del ciervo. Una tarea compleja, pero no imposible.

 

 

“Conservación es convivencia”, resume Beade. Y lo dice con el peso de quien ha caminado, literalmente, sobre el barro durante décadas. Ganarse la confianza de las comunidades, involucrar a las personas y comprender el pulso del territorio han sido tan importantes como cualquier dron o algoritmo. Porque, al final, conservar no se trata solo de salvar especies. Se trata de cuidar historias, paisajes y vínculos que dan sentido a nuestra forma de habitar el mundo.

Hoy, los ojos de la ciencia vuelan sobre campos y esteros, entrenados para ver lo que antes quedaba oculto. Gracias a la inteligencia artificial, los ciervos tienen una nueva oportunidad. Pero el verdadero milagro no es tecnológico, sino humano: es el encuentro entre la precisión de los datos y la pasión de quienes nunca dejaron de creer que aún hay tiempo para proteger lo que amamos.

 

Por décadas, los venados de las pampas y los ciervos de los pantanos resistieron el olvido entre humedales, esteros y campos olvidados por el desarrollo humano en Argentina. Sus territorios, antaño vastos y compartidos con jaguares, pumas y pueblos originarios, se han visto reducidos a fragmentos por la expansión agropecuaria, la introducción de especies exóticas y la presión de una caza furtiva que, lejos de desaparecer, adopta nuevas formas. Pero ahora, en un giro inesperado, un aliado impensado emerge desde los laboratorios de ciencia: la inteligencia artificial.

En el extremo oriental de la provincia de Buenos Aires, la bahía de Samborombón forma un paisaje casi mítico. Allí, donde el barro blando impide avanzar en línea recta y la vegetación salina resiste los embates del agua, sobrevive una de las últimas poblaciones del venado de las pampas (Ozotoceros bezoarticus), un animal esquivo, de pelaje amarillento y mirada tímida. Mario Beade, quien dedicó más de 40 años a proteger esta especie desde la reserva Campos del Tuyú, conoce como pocos las dificultades del terreno. "Es una ciénaga donde te hundís, no hay forma de caminar derecho", dice con voz de sabiduría acumulada. Esa dificultad, paradójicamente, fue el escudo natural que permitió que el venado subsistiera mientras su especie desaparecía del resto del país.

 

 

Sin embargo, la misma geografía que protege también obstaculiza. Durante años, no hubo forma eficiente de contar cuántos venados quedaban. Las caminatas eran inviables, y los vuelos en avioneta ofrecían datos imprecisos. El margen de error era tan amplio que cualquier estrategia de conservación se basaba más en intuiciones que en certezas.

A 300 kilómetros de distancia, otra historia similar ocurre en el Bajo Delta del río Paraná, hogar del ciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus), el más grande del continente sudamericano. Con su pelaje anaranjado y su imponente tamaño, debería ser fácil de localizar. Pero en un paisaje dominado por islas, canales y bosques de álamos, encontrarlo es una tarea titánica. Javier Pereira, investigador del Conicet y coordinador del Proyecto Pantano, lo sabe bien. "Con 600 voluntarios tardamos 14 meses en revisar las fotos aéreas de solo una temporada", explica.

Fue entonces cuando ciencia y tecnología se dieron la mano. Un exalumno de Beade, Leonardo Colombo, matemático argentino radicado en España, propuso un nuevo enfoque: usar inteligencia artificial para automatizar el análisis de imágenes capturadas por drones. Así nació WiMoBo (Wildlife Monitoring Bots), una iniciativa

 

 

internacional que reúne a ingenieros, biólogos y guardaparques con un objetivo claro: contar ciervos de forma rápida, precisa y con menos recursos humanos.

 

La herramienta elegida fue YOLOv8, una red neuronal especializada en detección de objetos. A simple vista, suena a una aplicación lejana de los laboratorios académicos, pero los resultados son tangibles: en poco menos de cuatro horas, el algoritmo entrenado con 1,410 imágenes logró procesar casi 40,000 fotografías, detectando con alta precisión a los ciervos en cada cuadro. Lo que 5,000 voluntarios no podrían haber hecho en semanas, ahora lo resuelve una IA en cuestión de horas.

Más que una proeza técnica, es una muestra de cómo la tecnología puede integrarse a la conservación sin reemplazar a las personas. "La participación comunitaria sigue siendo esencial", aclara Pereira. De hecho, muchos voluntarios continúan colaborando en tareas educativas, comunicación social y monitoreo ambiental. Lo digital y lo humano, en este caso, no compiten: se complementan.

Pero los desafíos son muchos. Aparte de la caza, la presencia de perros asilvestrados es una amenaza creciente. En la bahía de Samborombón, miles de jabalíes —una especie invasora— atraen a cazadores que, a menudo, pierden a sus perros en el monte. Estos, al volverse salvajes, forman jaurías que persiguen a los venados, cuyos instintos no están diseñados para huir de un ataque en grupo. "Su distancia de fuga es de apenas 40 metros. No tienen oportunidad", lamenta Beade.

En el delta, las amenazas no son muy distintas. Las crecientes inundaciones, exacerbadas por el cambio climático y fenómenos como El Niño, han transformado el paisaje. Las áreas que antes eran húmedas por temporadas ahora pueden quedar bajo agua por meses. Aunque los ciervos están adaptados a los humedales, siguen necesitando tierra firme para descansar y alimentarse. La pérdida de estas zonas no solo les quita refugio, también los hace más vulnerables a parásitos y cazadores.

Y aquí vuelve a aparecer la importancia de tener datos precisos. El monitoreo constante permite anticipar los efectos de las inundaciones, adaptar las estrategias de manejo y convencer a los tomadores de

 

 

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