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decisiones con
evidencia robusta. En 2017, un estudio en Corrientes documentó la muerte de más
de 400 ciervos tras largas temporadas de anegamiento. Sin números, esas muertes
hubieran pasado desapercibidas.
La incorporación de inteligencia artificial abre una puerta al futuro, pero no
sin dilemas. Los investigadores advierten sobre los sesgos que pueden surgir si
los algoritmos no se entrenan adecuadamente, así como sobre los cuidados éticos
necesarios al usar drones en áreas habitadas. También descubrieron que un modelo
entrenado para detectar ciervos de los pantanos no sirve para identificar
venados de las pampas, lo que, lejos de ser una limitación, confirma que el
sistema no se confunde con especies distintas. Es una buena señal: indica que,
con datos de calidad, la IA puede ser una herramienta poderosa y confiable.
Ahora, el equipo del Laboratorio de Inteligencia Artificial y Robótica (LINAR)
de la Universidad de San Andrés trabaja en expandir su base de datos para
entrenar un segundo modelo enfocado en el venado de las pampas. El siguiente
paso incluirá cámaras multiespectrales con imágenes térmicas, lo que permitirá
buscar animales incluso en condiciones de poca visibilidad.
En paralelo, continúan las labores de educación ambiental, el trabajo con
comunidades locales y el desarrollo de estrategias que permitan una coexistencia
entre conservación y producción. En el delta del Paraná, donde las plantaciones
forestales dominan el paisaje, el Proyecto Pantano busca alternativas para
compatibilizar los intereses económicos con la preservación del ciervo. Una
tarea compleja, pero no imposible.

“Conservación es convivencia”, resume Beade. Y lo dice con el
peso de quien ha caminado, literalmente, sobre el barro durante décadas. Ganarse
la confianza de las comunidades, involucrar a las personas y comprender el pulso
del territorio han sido tan importantes como cualquier dron o algoritmo. Porque,
al final, conservar no se trata solo de salvar especies. Se trata de cuidar
historias, paisajes y vínculos que dan sentido a nuestra forma de habitar el
mundo.
Hoy, los ojos de la ciencia vuelan sobre campos y esteros, entrenados para ver
lo que antes quedaba oculto. Gracias a la inteligencia artificial, los ciervos
tienen una nueva oportunidad. Pero el verdadero milagro no es tecnológico, sino
humano: es el encuentro entre la precisión de los datos y la pasión de quienes
nunca dejaron de creer que aún hay tiempo para proteger lo que amamos. |
Por décadas, los
venados de las pampas y los ciervos de los pantanos resistieron el olvido entre
humedales, esteros y campos olvidados por el desarrollo humano en Argentina. Sus
territorios, antaño vastos y compartidos con jaguares, pumas y pueblos
originarios, se han visto reducidos a fragmentos por la expansión agropecuaria,
la introducción de especies exóticas y la presión de una caza furtiva que, lejos
de desaparecer, adopta nuevas formas. Pero ahora, en un giro inesperado, un
aliado impensado emerge desde los laboratorios de ciencia: la inteligencia
artificial.
En el extremo oriental de la provincia de Buenos Aires, la bahía de Samborombón
forma un paisaje casi mítico. Allí, donde el barro blando impide avanzar en
línea recta y la vegetación salina resiste los embates del agua, sobrevive una
de las últimas poblaciones del venado de las pampas (Ozotoceros bezoarticus), un
animal esquivo, de pelaje amarillento y mirada tímida. Mario Beade, quien dedicó
más de 40 años a proteger esta especie desde la reserva Campos del Tuyú, conoce
como pocos las dificultades del terreno. "Es una ciénaga donde te hundís, no hay
forma de caminar derecho", dice con voz de sabiduría acumulada. Esa dificultad,
paradójicamente, fue el escudo natural que permitió que el venado subsistiera
mientras su especie desaparecía del resto del país.

Sin embargo, la misma geografía que protege también obstaculiza.
Durante años, no hubo forma eficiente de contar cuántos venados quedaban. Las
caminatas eran inviables, y los vuelos en avioneta ofrecían datos imprecisos. El
margen de error era tan amplio que cualquier estrategia de conservación se
basaba más en intuiciones que en certezas.
A 300 kilómetros de distancia, otra historia similar ocurre en el Bajo Delta del
río Paraná, hogar del ciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus), el más
grande del continente sudamericano. Con su pelaje anaranjado y su imponente
tamaño, debería ser fácil de localizar. Pero en un paisaje dominado por islas,
canales y bosques de álamos, encontrarlo es una tarea titánica. Javier Pereira,
investigador del Conicet y coordinador del Proyecto Pantano, lo sabe bien. "Con
600 voluntarios tardamos 14 meses en revisar las fotos aéreas de solo una
temporada", explica.
Fue entonces cuando ciencia y tecnología se dieron la mano. Un exalumno de Beade,
Leonardo Colombo, matemático argentino radicado en España, propuso un nuevo
enfoque: usar inteligencia artificial para automatizar el análisis de imágenes
capturadas por drones. Así nació WiMoBo (Wildlife Monitoring Bots), una
iniciativa |
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internacional que
reúne a ingenieros, biólogos y guardaparques con un objetivo claro: contar
ciervos de forma rápida, precisa y con menos recursos humanos.
La herramienta elegida fue YOLOv8, una red neuronal especializada
en detección de objetos. A simple vista, suena a una aplicación lejana de los
laboratorios académicos, pero los resultados son tangibles: en poco menos de
cuatro horas, el algoritmo entrenado con 1,410 imágenes logró procesar casi
40,000 fotografías, detectando con alta precisión a los ciervos en cada cuadro.
Lo que 5,000 voluntarios no podrían haber hecho en semanas, ahora lo resuelve
una IA en cuestión de horas.
Más que una proeza técnica, es una muestra de cómo la tecnología puede
integrarse a la conservación sin reemplazar a las personas. "La participación
comunitaria sigue siendo esencial", aclara Pereira. De hecho, muchos voluntarios
continúan colaborando en tareas educativas, comunicación social y monitoreo
ambiental. Lo digital y lo humano, en este caso, no compiten: se complementan.
Pero los desafíos son muchos. Aparte de la caza, la presencia de perros
asilvestrados es una amenaza creciente. En la bahía de Samborombón, miles de
jabalíes —una especie invasora— atraen a cazadores que, a menudo, pierden a sus
perros en el monte. Estos, al volverse salvajes, forman jaurías que persiguen a
los venados, cuyos instintos no están diseñados para huir de un ataque en grupo.
"Su distancia de fuga es de apenas 40 metros. No tienen oportunidad", lamenta
Beade.
En el delta, las amenazas no son muy distintas. Las crecientes inundaciones,
exacerbadas por el cambio climático y fenómenos como El Niño, han transformado
el paisaje. Las áreas que antes eran húmedas por temporadas ahora pueden quedar
bajo agua por meses. Aunque los ciervos están adaptados a los humedales, siguen
necesitando tierra firme para descansar y alimentarse. La pérdida de estas zonas
no solo les quita refugio, también los hace más vulnerables a parásitos y
cazadores.
Y aquí vuelve a aparecer la importancia de tener datos precisos. El monitoreo
constante permite anticipar los efectos de las inundaciones, adaptar las
estrategias de manejo y convencer a los tomadores de
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